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Escaleras que dan acceso a una segunda oportunidad m. h.
La segunda vez

La segunda vez

m. hortelano

Miércoles, 1 de diciembre 2021, 11:09

Decía el cenizo de Félix Grande que al lugar donde fuiste feliz no deberías volver porque no sé cuántas cosas de que si era con una pareja ya se habría hecho machucha, si era a un bar te habrían limpiado el sitio bueno de la barra y si era a una ciudad, estaría tan cambiada que no la conocería ni el urbanista que la parió. Pues os adelanto ya el spoiler. No le hagáis caso al poeta, que la vida no se ha puesto como para ir dejando escapar las oportunidades de repetir alegrías por segunda, tercera o vez cien. La semana pasada, sin ir más, lejos, envié esta carta mientras me comía un par de huevos benedictinos (que son como nuestros huevos fritos, pero 20 euros más caros) desde una cafetería de Nueva York, ciudad a la que volvía por tercera vez para hacer una de las cosas que más me gusta hacer en los destinos en los que repito: pasear. Pisar por segunda vez una ciudad, un paisaje o cualquier sitio que no sea el edificio donde trabajo me fascina. Y es que las segundas veces de casi todo en la vida tienen magia, porque se han librado de esas chispitas de nerviosismo excesivo que te impiden disfrutar del momento en su totalidad. Como esa primera cita a la que acudes con tantos nervios que se te quita el hambre. Ahí el truco es hacer como Woody Allen en Annie Hall. Dar el primer beso de la cita antes de que arranque, evitarte el nerviosismo de después y disfrutar de la cena.

Pero, hay ciudades a las que se va y ciudades a las que se vuelve. Y en cualquier caso, yo siempre me quedo con las segundas. La primera vez que aterrizas en cualquier sitio, sea el pueblo de al lado, Minglanilla o el imponente Tokio, atraviesas una sensación de indefinición, de desconocimiento, de novedad, que genera niveles épicos de adrenalina. Enfrentarte a un nuevo destino es como tener ante ti un lienzo en blanco y ni idea de qué vas a pintar. Algo así como lo que a mí me pasa cada semana con esta carta. Síndrome de la página en blanco lo llaman otros. Poco a poco, te compones el mapa del país o de la ciudad, marcas con rotulador rojo algunos puntos importantes de esos que llaman imprescindibles, por los que todo turista debemos pasar. Después, echas mano de los tópicos, de las recomendaciones de amigos y conocidos, buceas un rato por tropecientas páginas webs de viajes y terminas de montar el itinerario de la ginkana en la que has convertido la experiencia. Después, abres una nueva lista de google maps, añades doscientos restaurantes y sitios de moda de la ciudad y te lo divides en jornadas más largas que las del día de la Lotería en un periódico. Haces una interminable lista de cosas que te resultan imprescindibles para la maleta, como los dos libros que no tendrás tiempo de leer en el destino, y tres pares de zapatos que no te pondrás, y rezas por que no se te haya ido la pinza con el número de bragas que tienes que meter para todos los días, porque claro, en ningún sitio del mundo venden ropa interior si se te hubiera olvidado meterlas. Qué osadía. En fin, que cuando por fin llegas al aeropuerto o a la estación, ya estás cansado porque has preparado tanto el viaje que tienes la sensación de que ya has visto todo lo que te has marcado. A veces, llegamos a los destinos de una manera depredadora. Casi como yonquis de las listas. Acudimos a los puntos calientes, nos hacemos la foto y vamos a por el siguiente. El algoritmo de Instagram se encargará de premiarnos con muchos 'me gusta' si etiquetamos bien el destino de moda, subimos una foto bonita y le ponemos los hashtags que en ese momento están en alza. Si es un 'reels' importará muchísimo que la canción que le añadas sea una de las que está pegando fuerte esa semana. Así es a veces viajar para algunos. Coleccionar 'checks' en los imprescindibles que aparecen en toda guía.¿Conoces el destino? De ninguna manera. Pero siempre puedes decir que has estado. Un cuñito más al pasaporte y a correr.

Y luego está la segunda vez. La vuelta. El segundo trago. Ese que se saborea. Con el que de verdad se disfruta, porque ya sabes que lo que has probado te gusta. Que merece la pena. Hay ciudades a las que se vuelve, como decía, y Nueva York es una de ellas. Cuenca es otra, para qué vamos a engañarnos. O Roma. O París. O Morella. Sitios que se pueden vivir de otra manera. Que cambian de cara con cada estación, con cada nuevo bar, cada nuevo rascacielos, cada nuevo barrio o cada nueva generación al mando. En esas segundas citas se puede estar más a gusto, más suelto. Se puede dedicar tiempo a lo que es de verdad. A mirar con otros ojos. A pasear. A beber. A comer. A vivir. A dormir. A ver el cielo color rosicler. A sentarse a ver pasar la vida propia y ajena en una terraza mientras sostienes un café. O una cerveza. A ir a ver las escaleras mecánicas de un lugar recién abierto. Lo distinguen hasta los hoteles o alojamientos que elegimos. En algunos casos, sólo los pisamos de noche, al volver del tour, y nos conformamos con una buena boca de metro cerca. En otras ocasiones los preferimos con el desayuno hasta tarde, con buenas vistas sobre un parque en otoño o, simplemente, lo suficientemente alejados del centro que ya hemos visitado antes como para no tener que sortear turistas como nosotros. Porque esa otra. Aquí todos vamos de viaje, pero nadie quiere ser turista. Qué cutre. Turistas. De esos que van a los sitios típicos a coleccionar postales. De los que comprar un imán para la nevera. De los que se hacen la foto tratando de coger entre los dedos el monumento de turno. Pues lo siento, queridos, todos somos turistas desde el momento en que ponemos un pie en un avión, barco, tren o coche, y bajamos en una ciudad que no es la nuestra. Aunque nos empeñemos en ir a buscar los sitios a los que creemos que no va nadie. Lugares sin gentrificar, sin conquistar. Como si fuéramos los más listos de la clase. Sin saber que lo que es turístico lo es porque es lo que merece la pena. Porque es lo que hay que ver. Porque ese barrio de Ruzafa japonés al que te has empeñado en ir y en el que nadie es capaz de entenderte no es más auténtico que la calle de las luces, atestada de instagramers. Es que simplemente no quieres ser como el resto, aunque te pierdas lo que toca.

A mí esos remilgos se me están quitando. No hay nada de malo en subir a la Torre Eiffel en París, al London Eye en Londres, o al Empire State en Nueva York si es lo que a ti te pide el cuerpo. O en hacer horas de cola para hacerte una foto con Mickey Mouse si es lo que te hace ilusión. Así es el postureo viajero. Ese que te juzga, te da el carné de buen o mal turista. Te crucifica si no has ido al barrio en el que todavía no hay viajeros, pero en el que todavía no hay un puñetero bar en el que no te roben la cartera. Por eso, ir a los sitios por segunda, tercera, o vez 50 te permite pasarte la partida. Como quien va cada año al mismo apartamento en Benidorm. O al mercado de la Vucciria de Palermo, donde mi amigo Chilet es Vincè. O a esa segunda cita en la que se confirma lo que ya intuiste en la primera. Que lo tuyo con esa ciudad, esa persona o ese vino era algo más que una vuelta corta.

Culturismo

Rosicler

Dicho de un color: Rosa claro y suave, semejante al de la aurora. El color de los cielos de invierno que me manda cada mañana la Velasco.

Pantallazos

Esta semana ha sido muy movidita en general. Así que tejo unas recomendaciones para que te entretengas con ellas y no piques con el Black Friday.

-Récord: El periodista y comunicador Enric Sánchez batió entre el martes y el miércoles el récord Guiness al lograr emitir su podcast, en directo, durante 24 horas seguidas. Junto con su productora, 729, en la que tiene en plantilla a una de las valencianas más brillantes del panorama del márketing, Clara Montesinos, logró completar un programa que duró un día completo, lleno de entrevistas a numerosos invitados. ¡Enhorabuena, compañeros!

-Idiomas: Las chicas de Casa Capicúa, uno de los mejores sitios para desayunar (y comer de manera informa y casera) de Valencia, hacen desde esta pasada semana intercambios de idiomas en su local. Así, un miércoles cada quince días podrás acudir a su local a merendar y, ya de paso, practicar tu inglés. Un acierto!

-Newsletterismo: El miércoles por la tarde estrenamos los directos de la cuenta de Instagram de LAS PROVINCIAS con una charla sobre newsletters. Mi compañera Tamara Villena, la pitonisa oficial de #capturadepantalla y servidora pasamos un rato con los lectores y seguidores de instagram para contarles todos los entresijos de esta carta. Si no lo viste en directo, tienes una segunda oportunidad de verla en diferido aquí.

Gat-checking: periodismo de gatos

Viajar cansa. m. h.

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.

21. Librito de lomo

22. Olor a pollo asado

23. Vivir bien

24. Las grandes decisiones

Esta semana quiero que me contéis la ciudad a la que habéis vuelto más veces. O a la que os gustaría volver. O ir. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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