![Lo del skincare](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/02/01/carro-krDI-U2101373809660DnB-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Hola capturadores
Hasta donde yo recuerdo, mi madre siempre tuvo muy buena piel. En el baño que compartíamos las dos con mis dos abuelos apenas había potingues. Ninguno de mi abuela, desde luego, porque su secreto de belleza para llegar suave a los tropecientos años siempre fue lavarse la cara con agua fría. El de mi madre, poco más. Un tarro de crema de supermercado de la marca Ponds y algunas toallitas desmaquillantes para deshacerse la raya azul del ojo con la que se maquillaba. Ni serums, ni mascarillas, ni rodillos de cuarzo. Si hacía falta un extra de cuidado, se iba a la esteticien del barrio, que te ponía vapor en la cara y te apretujaba los puntos negros.
Si alguien entrara hoy a mi cuarto de baño pensaría que he montado un laboratorio químico en el que hago experimentos cada noche. Tanto, que hace unos años tuve que instalar un nuevo mueble auxiliar sólo para organizar todos los productos cosméticos que llenaban la encimera del lavabo. Productos tengo muchos, pero apenas uso unos cuantos, según voy necesitando. Mi aseo es sólo un reflejo de lo que arrojan las estadísticas. Y es que nunca en la historia se han vendido tantos productos cosméticos, ni se han usado tanto. Como dato curioso, cada persona utiliza entre 8 y 10 productos de cosmética en un solo día, incluyendo en este grupo cualquier cosa con la que te aseas.
Lo mío con la cosmética viene de siempre, y eso que no he tenido ni un grano en la adolescencia. Pero se hizo más grande hace unos doce años, cuando en una etapa de ansiedad bastante importante la cara resultó ser el espejo del alma. Un brote de rosácea se instaló en mis mejillas y me las dejó tan rojas como las de Heidi. Ni erupciones ni acné. Rosácea. Fui a varios dermatólogos, que sólo me prescribían potingues que empeoraban la historia y me hacían un poco más pobre. Solo controlar aquel estrés y aquella ansiedad me devolvió a la normalidad. Eso y dejar de ponerme todo lo que me habían pautado, que me provocó una especie de estrés cosmético. Lavar, una hidratante suave y listo. Ahí comencé a ser consciente de que cuidarme la piel era una carrera de fondo. Y que el mejor resultado es tener una piel lustrosa para poder lucirla. Las arrugas no me preocupan. Yo quiero tenerla bien.
A partir de ahí, las farmacias se convirtieron en mis grandes suministradoras de cremas y el sol pasó a ser un enemigo. Llevaré más de diez años sin tomarlo. Al menos directamente, como hacía antes, de tirarme en la toalla y broncearme. Empecé a leer libros de dermocosmética y comencé a familiarizarme con los nombres y propiedades de algunos activos. En 2018 di un paso más y me fui de vacaciones a Corea del sur, el paraíso de la cosmética. A estas alturas de la carta ya te habrás imaginado que me volví con media maleta llena de potingues. Cosas que hasta entonces no conocíamos en España, pero que dejaban las caras resplandecientes a todas las chicas con las que me cruzaba por las calles de Seúl. Ahí me inicié en la cosmética coreana. Un sistema de pasos que se basa, por resumir, en limpiar en profundidad cada día, tratar, hidratar y protegerse del sol a toda costa. Me volví constante y noté mucho los resultados. Nada milagroso, también os digo. Simplemente, una piel sana y resplandeciente. De esa que no te pide tapar nada con maquillaje. Los productos no eran nada del otro mundo. Simplemente, el hábito que adquirí. Como paso fundamental, hacerlo siempre al llegar a casa. No esperar a irme a la cama, para eludir la pereza. Doble limpieza a diario (una con una base oleosa para retirar la porquería, el maquillaje y la polución, y otra jabonosa para arrastrar los restos del primer limpiador), un serum que diera solución a mi necesidad (hialurónico si tenía la piel más seca esos días) y una crema hidratante básica. Por las mañanas, limpieza en la ducha y protector solar. Los domingos, una mascarilla de esas de papel y listo.
Y lo que yo introduje como una especie de ritual de autocuidado, con diez minutos diarios tratándome bien delante de un espejo de baño, ahora se ha convertido en una fiebre. La del 'skincare'. Una nueva moda que la industria dermocosmética ha metido con calzador en nuestros aseos y en nuestros bolsillos. Las redes sociales han actuado como amplificador, y las mismas influencers que por la noche prescriben retinol sin ton ni son, por la mañana toman el sol en la playa para lucir un bronceado californiano. Las que mezclan activos como si jugaran al quimicefa y convierten en necesidades rutinas que ni necesitamos ni queremos. Y así hemos llegado a la 'cosmeticorexia'. O lo que es lo mismo. Que en el baño de una niña de 12 o 13 años haya más cremas que en el Druni. Botes con gotero de ácido salicílico, de DMAE, de péptidos y de árbol de té para caras que sólo necesitan un limpiador de Cerave y una crema ligera.
Con las adultas, tres cuartos de lo mismo. Gente comprando botes para añadir a rutinas larguísimas que han ideado con el objetivo de frenar el reloj del envejecimiento, y que acaban por convertise en una tortura y generando grandes dosis de culpabilidad por un nuevo propósito no cumplido. Eso, por no hablar de que lo que vale para una cara no vale para la de al lado y se producen verdaderos estropicios cosméticos.
De un tiempo a esta parte yo me he vuelto práctica. He reducido mi rutina al máximo. Sé lo que me va bien y lo que no. No acumulo productos (más allá de los que ya tengo acumulados) y acudo siempre a fuentes que saben de lo que hablan. Hay influencers especializadas en el tema, que se han hecho famosas por su conocimiento y no por las colaboraciones con marcas dispares. Algunas han hecho incluso sus propias líneas de cuidado, poco conocidas porque no invierten en marketing. O directamente voy a mi farmacia de confianza a que me ayuden con lo que necesito, que para eso tienen ya expertos. (Boix es la mía y Joan el que más sabe). Y con eso, me he acortado muchísimo los pasos y el tiempo. Un momento al que no renuncio, porque me produce bienestar durante y a largo plazo. No compro por impulso, ni fórmulas que estén de moda. Sólo cosas que van bien a mi piel, a la que me ha costado casi 40 años conocer. No compro en grandes superdicies ni perfumerías, ni me gasto pastizales en productos de marcas que no son especializadas. Nunca me voy a la cama sin limpiarme la cara, ni salgo de casa sin protector solar. Y sobre todo, soy constante. Esa es la clave. No comprar cada mes lo que he visto en Instagram. Lo único que me desconsuela es que mi marido apenas se lava la cara y se pone una crema random y tiene la piel igual que yo. Qué cosas.
Pero vamos, os voy a dejar aquí los ejemplos de mi rutina. No os valdrán, porque cada piel es un mundo. Pero así me siento en el armario cosmético de la newsletter de Paloma Abad por un día. Mi piel es muy seca, sensible y estoy a punto de cumplir 40 años. De día, siempre utilizo lo mismo. Me lavo la cara con un limpiador en la ducha, vitamina C, contorno para la ojera y protector solar. Por las noches, me hago doble limpieza, y en días alternos me exfolio e hidrato o me pongo retinol y me hidrato. Los domingos, doble limpieza, me exfolio con alfahidroxiácidos y me pongo una mascarilla. Poco más. No dejéis que algo placentero se convierta en una tortura.
Los productos que necesito para una semana completa
Mi rutina cada mañana
Rutina de noche hidratante
Rutina exfoliante de noche
Rutina de noche con retinol
Rutina de domingo
Respecto a libros que me han ayudado a entender todo esto y personas a las que acudo para aprender de la piel, aquí os dejo un pequeño listado.
LOS LIBROS
La biblia del cuidado de la piel, de la Dra Anjali Mahto
Skintellectual. Inteligencia Cosmetica, de Cristina Carvajal @caldesnud
El arte coreano del cuidado de la piel. De Miin Cosméticos
Manual de cosmética aplicada, de @cosmetocrítico
La guía definitiva para el cuidado de la piel, de Gemma Herrerías
Belleza con ciencia, de Raquel Marcos @cosciencia
LAS CUENTAS
Mi farmacia, @farmaciaboix
Ana Santamarina @s.a.n.t.a.m.a.r.i.n.a
Verónica Vivas @veronicavivasl
Dr Arturo Álvarez-Bautista @arthpurosalba
Laura Bey @laurabey.e
Planet Skin @planet_skin
Amparo Violero @nuclear.beauty
Marta Masi @martamasi5
Agnes Teixidó @agnesdeer
Estefanía Blanco @estefaniablancol
Espero haberos ayudado algo. Y antes de que esto suceda: no soy experta, no hago rutinas. Acudid a un profesional. Os he dado una buena lista para que alguno os pueda ayudar. Ah, y ninguno de los productos que aparece aquí son colaboraciones.
Y hablando de belleza, nuestro rescatador de series y experto en todo tipo de pantallas, Mikel Labastida trae una propuesta que quiere que veamos todos lo antes posible. Os dejo con él.
Si pienso en la elegancia pienso en Balenciaga. Esto parece poco discutible. Y una serie sobre él tenía que ser ante todo elegante. Y lo es. Está completa en Disney+. Ha sido dirigida por el trío de directores que firmaron 'La trinchera infinita'. La protagoniza Alberto San Juan, que va convenciendo más y más a medida que avanzan los episodios. Y sí, es elegante, pero también es valiente en el planteamiento, no se rinde ante la figura y la cuestiona en muchos momentos. Sobre todo en lo que tiene que ver con su posicionamiento político y con su propia identidad. No es solo una serie para los amantes de la moda, aunque los amantes de la moda la disfrutarán doble.
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Marta
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