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Hola capturadores
La semana pasada fui feliz y cumplí un sueño. Viajé al norte de Laponia, en Finlandia, para ver el sol de medianoche. Lo tenía planeado desde que era adolescente, pero me había puesto como fecha el verano en que cumpliera 40 años, los mismos a los que mi madre murió. Quería tener algo motivador en un fecha a la que le tenía tanto respeto. Y el año era este. Así que me cogí una semana libre en el trabajo, compramos unos vuelos a Helsinki y alquilamos una cabaña frente a un lago, en Inari, uno de los pueblos más al norte del país, donde en este mes de junio no se hace de noche en ningún momento del día. Allí me tenía que estar esperando la casualidad de mi vida. La más grande. Como a Otto y a Ana, los protagonistas de mi película favorita, 'Los amantes del círculo polar', a los que iba a tratar de seguir los pasos en esta aventura por Finlandia. Pero las cusalidades son eso, casuales. No hay que buscarlas. Sólo esperarlas. Y tres días antes de coger el avión, llegó la mía.
En junio de 2021 conocí a Maite Canet. Llegué a ella a través de una amiga común, la ceramista Ana Illueca, a la que acudí para buscar ayuda para completar un reportaje sobre bordadoras contemporaneas. Contacté con ella y me adentré en un mundo, el de la costura, al que yo sólo había llegado en las clases de las monjas del colegio al que fui de pequeña. Pero Maite había traído los abecedarios horteras de los cuadros de punto de cruz al siglo XXI, quitándoles años y caspa de encima. Era una costurera moderna. Hipster, que se decía en esa época. Y me enamoré de su trabajo. Tanto, que cuando salió el reportaje y volvimos a hablar para comentar el resultado, le hice un encargo.
«Maite, me gustaría pedirte algo para colgarlo en mi pared. No es una canción, pero es la frase de mi peli favorita, 'Los amantes del círculo polar': «Podría contar mi vida uniendo casualidades«. Pasame un presupuesto, porque me encantaría tener algo tuyo en casa. Si te animas, me dices», le dije en un correo. Era 11 de junio de 2021. Ella me respondió unos días después y me dijo que también le encantaba la peli y que le diera un tiempo para plantearse la propuesta. Pero la cosa se durmió. Ambas teníamos muchas cosas en el día a día y no volvimos demasiado al tema. En estos años, hemos seguido en contacto en Instagram, nos hemos mensajeado muchas veces y me he vuelto fan de cómo han evolucionado sus bordados. En este tiempo, incluso yo me he animado a volver a sacar la aguja del costurero y he reiniciado la costumbre de coser algunas cosas más actualizadas. Y en ese camino por las manualidades, Maite siempre ha sido motivadora. En sus bordados y en sus palabras. En algún momento incluso se ha ofrecido a enseñarme algunos puntos para mejorar un diario de bordado en el que me he metido este año. Pero de eso, hablaremos otro día.
Total, que en la última carta de Captura de pantalla que envié, justo la semana antes de irme de viaje, respondí a muchísimas preguntas, en uno de esos test de la Superpop, y recomendé su cuenta de Instagram (@mai_kilo ) como una de las que más me motivan de esa red social. Maite, que es capturadora, se leyó esa misma mañana en la carta. Y activó el protocolo círculo polar. Era su señal para dar un paso que hasta ese momento no había dado. Me pidió la dirección del trabajo, donde sabe que paso más horas que en mi casa, y me contó que me iba a dejar un paquete en recepción. Yo le conté entonces que me iba por fin a Finlandia en dos días, a la cabaña de Ana, de la que ya habíamos hablado hace años. Y Maite adelantó la entrega. De repente, se cerró el círculo. Me dejó una caja en el trabajo y llegó la magia. La casualidad que estábamos esperando.
Cogí el paquete a la hora de comer y me lo llevé a casa. Pensé que me había enviado unos hilos, o cualquier cosa de las que ahora tanto uso para rellenar mi diario de bordado, para animarme a seguir. Y me ilusioné mucho de pensar que yo ahora también coso a mi manera. Cuando me subí al coche, de copiloto, no esperé más y abrí la caja. Que lo que había dentro me sorprendió y emocionó hasta el punto de paralizarme lo puede atestiguar Carmen Velasco, una de las firmas de esta carta, que justo paraba en el carril de al lado de la avenida. Y al destaparlo, lo vi. El encargo que tres años antes le había hecho a Maite estaba aquí. Sin hacer ruido. Por sorpresa y en vísperas de ir a buscar la casualidad de mi vida. Me quedé impresionada. Me había bordado un mapa de Finlandia, con uno de los aviones de papel que Otto tira desde la ventana del colegio, con una de las frases misteriosas. Y dentro, había escrito la frase: «Podría contar mi vida uniendo casualidades». Para más inri, los colores que había elegido eran exactamente los mismos que los del sueter que yo llevaba ese día. Lagrimones. El cuadro llevaba un año acabado, en una estantería de su casa. Le daba cosa dármelo, pero cuando leyó que me iba de viaje, se animó. Cuando encima le conté que era al círculo polar, voló a traérmelo. Era la casualidad que estábamos esperando. Un episodio super emocionante para mí, con el que empecé el mejor viaje de mi vida.
El cuadro está ya colgado en el salón de mi casa, que es ya mi pequeño museo de obras de arte que me han hecho algunas personas importantes para mí. Junto al que me ha pintado mi prima Gloria, cerca de los collages que me hizo Kuluska y enfrente de unas bailarinas que le encargué a la artista África Pitarch. Una macedonia de técnicas que me gustan. Y donde ahora estará ese mapa de la aventura que viví en el verano de mis 40. De un viaje en el que pasé seis días sin ver oscuridad, en todos los sentidos, gracias al sol de medianoche. Ese fenómeno que hace en un lugar tan al norte como Inari no se haga de noche en un mes. Es fascinante y desconcertante a partes iguales. Magéntico. Perturbador. Mágico. Fue también el viaje donde me cruce con decenas de renos salvajes, en carreteras con pantone de todos los verde. Donde perdí la cuenta de los lagos. Donde dormí en un tren que te llevaba a ver a un Papa Noel fuera de temporada, que tiene que echar mano del móvil para distraerse. Donde pasé horas sin ver ni escuchar a nadie. Donde me compré todo tipo de cosas de los Moomins. Donde tomé la sauna. Donde dormí con antifaz. Donde crucé la línea del círculo polar y la sobrepasé en más de 400 kilómetros. Pero sobre todo, donde cumplí un sueño y fui feliz. Habrá más casualidades. Las estaré esperando.
Esta semana ya es verano, así que te he buscado algunas cosas frescas para que empieces la estación más calurosa con alegría.
-Esta semana ha acabado temporada nuestro podcast de buenas noticias y me había guardado un proyecto especial para poder contarlo en uno de los últimos episodios. Les seguía la pista desde hace tiempo y como ahora me he metido en el mundillo costura, todavía me parecía más chulo. Se llama Proyecto Olvido. Elena es su fundadora, pero lo son también las numerosas mujeres que en su día bordaron sábanas, toallas, manteles, tela o paños, que ahora ella recupera para hacer prendas de ropa. Sobre todo camisas. Lo hace con las piezas cosidas por su abuela Adela. Pero también por Bárbara, María O Fali. Con esas telas, y otras tantas salidas de anticuarios cercanos, Elena confecciona camisas que son mucho más que una prenda. Son un homenaje a nuestras raíces. Porque como a ella le gusta decir, cuando compras algo de proyecto Olvido, no solo estás comprando ropa, estás llevando contigo una parte de la historia de las mujeres que lo hicieron posible. Y claro, no sé si te pasa, pero yo tengo por casa un montón de cosas que mi madre me bordó para el famoso ajuar que se hacía antes. Sábanas, toallas de hilo. Y me he planteado enviarle algo a Elena para que me lo convierta en una camisa. Ya he hablado con ella y estoy a ver si me animo.
-Una cosa que no he dicho antes es que en el norte de Finlandia se come fatal. No son nada mirados para la alimentación y tiran mucho de comida rápida. Así que al volver, el cuerpo me pedía verde. Me suele ocurrir cuando estoy muchos días fuera, que necesito volver a comer mi comida. Así que me he pasado estos días haciendo combinaciones de verduras para comer y cenar. Y una de las mejores que he hecho es una simple ensalada de pepino con soja y vinagre de arroz. Sin ningún misterio. Pelar parte del pepino, cortarlo finísimo y ponerlo con un poquito de sal a que suelte el agua. Escurrirlo y aliñarlo con un poquito de soja, un buen chorro de vinagre de arroz y un pelín de azucar. A mí me gusta añadirle unos copos de picante por encima. Pero he vivido de eso varias noches.
-Una de las cosas de verano que más me gusta es que se alargan las sobremesas. Y a veces, se saca a paseo algún juego de mesa para acompañar la horchata o el granizado de después. Pues esta semana he recibido uno super chulo que me ha enviado Fartons Polo (los míticos fartons con los que se moja la horchata, o el nuevo licor de horchata que han sacado...) sobre los estereotipos valencianos. Y claro, a mí que soy de fuera pero llevo viviendo aquí más de 20 años me hace toda la gracia, porque puedo ser de Cuenca para lo que quiero, y de aquí para lo que me interesa. Es un juego de cartas que encima se puede descargar gratis aquí por si te quieres echar unas risas con tus amigos. «Aquí lo que pasa es que hay mucha humedad», «Este tomate no es del Perelló», «rosquilletas» o «unas zapatillas pascueras» son algunas de las cosas que sólo comprenderás si eres valenciano. También tiene tarjetas para completar expresiones... «La millor_______ la de ma mare». Yo lo tendría claro. «Las mejores croquetas, las de La Celia».
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Marta
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