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Hola capturadores
La primera vez que cogí un avión sola tenía 24 años. No me habían renovado mi primer contrato sólo un año antes y la crisis económica ya lo coloreaba todo. Mi abuela acababa de morir, mi perra acababa de llegar y mi sobrina acababa de nacer. Pero yo decidí aprovechar la coyuntura para irme a Inglaterra y hacer comprensible el inglés que había aprendido en todos los años de colegio. Allí me planté sin billete de vuelta y con una maleta llena jerseys de lana y sobres de jamón envasado al vacío. Y anidé en Liverpool, donde pasé casi dos años que acabaron encauzando mi vida. Allí abrí la boca, pero también la mente, para darme cuenta de que si nadie viene, voy sola.
Después de aquello vino Paraguay, Buenos Aires, Estocolmo, Oslo y algunas ciudades más de Noruega, varias de Escocia y de Gales, decenas de viajes a ciudades inglesas, montones de pelis en el cine, visitas a museos y cientos de cafés y menús en solitario. El entrenamiento lo había hecho años antes, cuando me vine a vivir a Valencia para estudiar Periodismo sin conocer a más personas que a mi tío Pepe, a mi tía Amparo y a mis primos Gloria y Jose, a los que veía de uvas a peras cuando venían algún fin de semana de visita a Cuenca. Quizá la naturaleza de los hijos únicos nos hace acostumbrarnos desde pequeños a buscarnos las aventuras solos, pero lo cierto es que nunca he tenido reparos a la hora de hacer casi de todo, haya o no alguien que acompañe.
Hacer cosas sola no sólo es posible. Es es que es, incluso, recomendable. Conviene empezar poco a poco. Por ejemplo, rompiendo el hielo de tomarse un día un café o una coca cola al sol, en una terraza o en la mesa de un ventanal de un bar. Desde ahí, poder estar en silencio, mientras observas lo que sudece a tu alrededor, escuchas algo de música o lees un libro o el periódico. A veces, incluso alguien te da conversación que, según tu nivel de jovialidad, puedes rechazar de manera educada o mantener si te aporta algo interesante. De ahí, se puede pasar al cine, o a un obra de teatro o función de ballet. En todos hay oscuridad, si lo que te incomoda es la vergüenza de quienes te observan sin compañía. Cuando se apagan las luces de las salas, todos estamos con nosotros mismos. Si pedir entrada para uno te causa complejo, siempre puedes comprarlas online. Que ese no sea tu problema. Si te sientes cómodo en estas actividades sencillas, igual puedes planear un viaje corto. Una escapada de fin de semana. Igual puedes hacerla coincidir con un evento que te apetezca, de los que te acabo de decir antes. Y si la cosa te funciona, hacerte unas vacaciones en solitario al destino que siempre te ha apetecido y al que nunca nadie ha querido acompañarte.
Mi primer viaje sola para hacer turismo fue a varias ciudades de Noruega y de Suecia. Compré los billetes desde Liverpool, en unos días en los que mucha gente viajaba a casa por vacaciones, pero para mi aeropuerto los precios estaba por las nubes porque era Semana Santa. Así que vole al norte a un precio de risa, con una triste mochila, una guía y un libro. Reservé sola mis vuelos, organicé mis conexiones, elegí mi alojamiento e improvisé un recorrido de una semana por Escandinavia. Elegí siempre trayectos de día, para estar más segura y me moví siempre en barrios y calles dentro del circuito turístico. Cogí decenas de trenes y autobuses y no me equivoqué en ninguna indicación. Cuando viajas solo te fijas en todo muchísimo. No sólo para no cometer errores, sino porque mantienes una atención plena a cosas que en otras circusntancias te pasarían desaparcibidas. Cuando viajas solo, puedes elegir qué ver, cuánto tiempo dedicar a cada cosa, qué comer y cuánto gastar. Cuándo estar solo y cuándo dejarte acompañar. Unos días duermes en habitaciones compartidas, para ahorrar, y otros en hotel, que te planteas como un homenaje. Disfrutas con las audioguías, si necesitas jarana te apuntas a un free tour y si buscas diluirte con el paisaje, te vas a una cafetería y lees un libro.
La mayor parte de las veces, dejamos de hacer cosas porque nadie las puede hacer con nosotros. O porque nadie las quiere hacer, que también ocurre. En mi caso, no siempre he encontrado a personas dispuestas a gastarse unos buenos euros para ir a ver un ballet. Pero yo siempre he querido ir. Ver estrenos. Ir justo el día en que bailaba Tamara Rojo. O Marianela Núñez. O Akane Takada. O Carlos Acosta. Así que he cogido mi bus a Londres (cuando vivía en Liverpool) o mi avión ahora, y me he plantado en el Covent Garden, con entradas más o menos baratas, a pasar una noche de ballet de las que hacen poso.
Y es que hacer cosas solo tiene más implicaciones de lo que parece. Te empodera, te hace libre, te da confianza en ti mismo y te hace una persona más segura. A veces, el cóctel de incertidumbre y emoción engancha. No saber cómo gestionar tanto campo libre. Y es ahí cuando cultivas el amor propio, cuando creces y cuando puedes ser tú mismo. La compañía siempre está fenomenal. De hecho, desde que formé mi propia familia no he vuelto a viajar sola. Pero sí reservo muchos momentos para hacer esas cosas que me apetecen a mí. O que no nos apetecen a los dos. Porque si nadie viene, voy sola.
Pruébalo. Me darás las gracias.
Esta semana casi todo lo que te traigo se come o me lo he comido yo, claro. Después de mucho tiempo siguiendo sus recetas en redes, uno de los días que tuve libres por trabajar el fin de semana me fui a por ingredientes a un supermercado asiático para poder hacer una. Me refiero a Cocina con Coqui, el perfil de redes desde el que Coco, una chica majísima hispanochina elabora recetas asiáticas super apetecibles. Y en casa nos hemos lanzado con esta sopa Wonton. Nos fuimos a Hiper Asia, compramos la pasta wonton y un aceite picante chino y nos pusimos a ello. El relleno lo hicimos de cerdo y gambas. No os puedo describir lo buenísima que estaba la comida. Así que ahora nos hemos marcado el reto de hacerlas todas. La foto de arriba da fe de nuestra obra. Y encima me quedaron bolitas congeladas para otro día de prisa.
Esta semana, gracias a Pantallas y a la compañera Rosa Palo, he visto la serie de Disney + 'Nada'. Una maravilla porteña en la que Robert de Niro hace un cameo genial. Manuel, el crítico gastronómico que la protagoniza es un personaje delicioso. Casi tanto como toda la gastronomía argentina que aparece. Ahora sólo tengo ganas de volver a Buenos Aires y comerme una milanesa. En un momento de la serie habla de tres sonidos chinos para describir los distintos tipos de comida. Uno, el de la pura necesidad. Esa pizza que te comes en un aeropuerto en el que no hay otra comida, en medio de una escala larga. El segundo, la cena que compras y cocinas por elección cuando llegas por fin de tu destino. Y el tercero, la comida que genera recuerdos. La que marca. Nuestro caldito de pollo.
Y precisamente está a punto de tener lugar un evento que forma parte de mi memoria gastro de experiencias. De ese tercer grupo de comida. Y es que hace más de diez años, cuando Julio e Inés, los dueños del restaurante Ciro, aún cocinaban en su minúsculo loca de la plaza Juan Pablo II de Valencia, hicieron un evento para el que avisaron a algunos de los clientes más habituales. Se trataba de una cena sin cubiertos. Te explico. Habían preparado un menú para el que no hacía falta cuchillo ni tenedor, pero no necesariamente se comía todo con la mano. Era mucho más ocurrente. La noche fue divertidísima. Yo acababa de salir de unas pruebas del ginecólogo que habían ido muy bien y lo celebré esa noche con esa cena. Ahora, una década después la repiten. Harán dos, el 26 de octubre y el 9 de noviembre, ambos días a las 21.00. Yo, por supuesto, voy a volver. A tiempo estás de apuntarte tú si vives en Valencia o cerca. Sólo hay que reservar en su web.
Si eres oyente de nuestro podcast de buenas noticias la habrás escuchado recomendar un librito precioso esta semana, pero como nuestra Carmen lee tanto y es multiplataforma, no falla a su cita con los capturadores. Os dejo con ella.
Cuando me topé con 'La historia de los vertebrados' , de Mar García Puig, pensé: ¿Qué hago yo leyendo sobre maternidad y locura? Con esta idea me adentré en este libro que me sorprendió gratamente. La autora combina su historia personal (días antes de ser diputada en el Congreso se convierte en madre de dos hijos) con un ensayo muy documentado sobre cómo las enfermedades mentales fueron un instrumento de control sobre la mujer.En 'La historia de los vertebrados' subyacen otros temas como que hasta hace relativamente poco el trato humano que se propinaba a quienes soportan sufrimientos psíquicos era muy mejorable y, también, la idea de fracaso personal y profesional, es decir, ¿si somos buenas en nuestra parcela íntima, como madres, esposas, e hijas? Y ¿lo hacemos bien en nuestro trabajo?
Gracias Carmen
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Marta
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