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Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia y deja 18 atendidos por humo
Mi mesa de teletrabajo, con vistas al carrito del afterwork y flores por todas partes . M. H.
Teletrabajar

Teletrabajar

Martes, 25 de enero 2022, 11:21

Hola capturadores

Hoy no traigo buenas noticias. Los pantalones de tiro bajo han vuelto. Os lo suelto así, a bocajarro, para que os vayáis haciendo una idea de lo que está por venir este año. La noticia la leí en The Guardian la semana pasada y desde entonces no me he repuesto por el retorno de los llamados chumineros. Sobre todo porque yo no puedo salir de casa con los riñones destapados ni en verano, y me apuesto un antígenos a que Amancio ya está en marcha produciendo vaqueros que dejen la hucha al aire libre y las mollas laterales de la parte baja de la espalda al descubierto. Así son las modas. Contentan a unos y nos disgustan a otros, por muy popular que sea el atuendo. Menos cuando lo que se lleva es muy parecido al pijama de estar por casa, que nos hace felices a todos. Un uniforme que se ha puesto de moda durante la eterna pandemia para teletrabajar en casa. Y es que quien más y quien menos se ha hecho con un par de leggins y dos o tres sudaderas anchas para trabajar de manera intermitente desde casa en estos dos años que llevamos de suplicio. La comodidad se ha impuesto en un entorno en el que hemos aprendido a vivir como los presentadores del telediario de antaño, vestidos sólo de cintura para arriba, y con la cara lavada para enseñarla con filtros por videoconferencia.

Mi primer contacto con el teletrabajo fue en octubre de 2014, cuando mi amigo David Blay sacó su primer libro, en el que utilizaba como título una llamativa pregunta. «¿Por qué no nos dejan trabajar desde casa?». En aquel momento, el sistema era casi una rareza propia de guiris, pero ya empezaba a despuntar con una primera ley de teletrabajo para empleados públicos de la Generalitat Valenciana que luego tardó años en desarrollarse. Hasta que en marzo de 2020 llegó el coronavirus y todos aprendimos a la fuerza a vivir en chándal. Algo que, por cierto, desaconsejan todos los que saben de la materia. Y, con el teletrabajo metido a martillazos en nuestra rutina diaria, se salvó la bola de partido en muchas empresas que ni se lo habían planteado hasta ese momento, y se abrió un debate en el que todos los empleados tenemos algo que decir. Lo mismo ahora, con la sexta ola.

Esta semana lancé varias preguntas en redes sociales para conocer los distintos puntos de vista de los defensores y detractores del trabajo en remoto, sea desde casa o desde un lugar ajeno a la oficina, en la misma o en distinta ciudad. Y me sorprendí con la primera de las respuestas porque hubo casu un empate técnico entre los encuestados a los que les gusta y no teletrabajar. Ya entrando en detalles, quise también conocer qué cosas buenas y malas le encuentra cada uno a acudir a su puesto de trabajo en el lugar de siempre o a haberlo trasladado a su salón, a su despacho de casa o al apartamento de la playa en el que el clima es más agradecido. Y ahí descubrí que lo que en realidad no nos termina de gustar a nadie es la rigidez de una de las dos opciones.

A los que nos gusta teletrabajar, no nos gusta hacerlo a tiempo completo porque echamos de menos a nuestros compañeros, las meriendas de celebración, los medios técnicos del despacho, no queremos asumir los gastos que nos genera la externalización del escenario laboral y a veces nos vuelve un poco locos la comunicación con la nave Nodriza. Sin embargo, estamos encantados con ahorrarnos los desplazamientos en tiempo y monedero, hemos salido ganando abandonando el tupper y pudiendo dedicar algo más de tiempo a preparar nuestra comida, y hemos aumentado nuestra productividad sin las distracciones que supone una oficina. A cambio, hemos hecho más horas de las que tocaban, porque nuestro horario ha comenzado a parecerse al de un seven eleven y el teletrabajo amenaza con ser como la excedencia forzosa, la solución para que muchas mujeres concilien.

Decía la periodista Amaya Ascunce en su newsletter 'Leer por leer' de la semana pasada que entre las ventajas que para ella conllevaba el teletrabajo estaban las que enumeraba en esta lista. «No atascos, menos distracciones, comer mi propia comida, descansar en mi propio sofá, menos ruido, poner mi propia música, disponer de casi dos horas más al día de tiempo, ir a mi propio baño y que suele currar con una vela de olor encendida. Yo las suscribo todas, (y añado que me encanta beber en mis tazas buenas y tener flores frescas siempre en la mesa) porque son también los motivos por los que me encanta trabajar desde casa. Pero, siempre manteniendo el cordón umbilical con la redacción del periódico, donde me gusta acudir algunas mañanas a cerrar cara a cara algunos temas, a recibir feedback sobre otros, y a compartir tertulia con algunos de mis compañeros. Trabajar desde casa me ha hecho más eficiente, más productiva y más creativa. Las esperas en las horas de trabajo las lleno con la preparación de otros temas, con la documentación para esta carta semanal, o con otras muchas cosas que en el día a día en la oficina no tengo tiempo para hacer. El foco desde casa es total. Pero, claro, tengo un piso bonito, soleado, sin ruidos, con una buena mesa, un ordenador moderno, y no tengo a nadie a mi cargo que requiera de mi atención. La concentración es altísima y las sinergias entre todas mis funciones de un día normal me cuadran. Puedo estar perfectamente preparando o escribiendo un tema para el periódico mientras tengo en marcha una lavadora que, de otro modo, tendría que poner cuando llego a casa a horas raras. A veces, también tengo unas lentejas al fuego que no necesitan de nadie que les dé vueltas, pero sí de alguien que las apague cuando han guisado. Que nadie nos imagine tumbados en el sofá con un portátil encima, ni trampeando horas de trabajo para ir a Mercadona, como algunos nos visualizan. El que se escaquea, lo hace igual desde casa o desde su silla de la oficina. No busquen subterfugios en los teletrabajadores.

En el otro lado, están los detractores del teletrabajo. Por un lado, quienes creen que trabajando en casa no se pega ni golpe, se ve Netflix a todas horas y se pierde el hilo con la empresa. Pero a también a quienes la fórmula, simplemente, no les funciona porque tienen hijos pequeños en casa, se distraen con mucha facilidad, les parece tedioso no tener compañeros o han comenzado a desarrollar un síndrome de la cabaña de manual en el que todos los días son iguales. Pero, también la imposibilidad de desconectar entre la vida personal y laboral, la incapacidad para separar espacios, o el hecho de tener que asumir unos costes en suministros que se han disparado con la factura de la luz. También alargar las jornadas más allá de lo que toca, la falta de desconexión digital y esa sensación de tener que estar siempre disponible, solo por estar en casa, algo que para muchos no es una opción, sino un privilegio. El debate no sólo está en nosotros, los empleados, sino en el modelo de oficina del futuro, como hace unas semanas ya vislumbraba The Wall Street Journal (aquí en inglés, aquí en castellano).

Así está un poco el asunto de un modelo de trabajo que contenta a muchos y espanta a otros tantos, como los pantalones de talle bajo que pronto dominarán los escaparates. El éxito está en no convertirlo en una moda con la que claudicar. Si el trabajo en remoto no te convence, no pasa nada, pero si a ti no te acopla, no quiere decir que haya que demonizarlo. Lo mismo, en el lado contrario. Los que hemos conseguido sentirnos cómodos fuera de la oficina nos resistimos a volver a lo de antes y pedimos un poco más de flexibilidad a cambio de un plus de responsabilidad que no se exige al revés. A todos no nos van a sentar bien los vaqueros de tiro bajo, pero tenemos la opción de no comprarlos y seguir yendo igual de bien vestidos con unos que nos hagan tipazo. Eso sí que es moda, y de la que perdura. Que todos nos sintamos los más fashion incluso con el pantalón de chándal del teletrabajo. En fin, que como diría Marina Castaño: seguimos en contacto.

Culturismo

Teletrabajo

Según la RAE, trabajo que se realiza desde un lugar fuera de la empresa utilizando las redes de telecomunicación para cumplir con las cargas laborales asignadas. Nada tiene que ver con un nuevo sistema de esclavitud en el que el trabajador tiene que estar activo desde que se levanta hasta que se acuesta, ni con la capacidad de no hacer nada por el mero hecho de no estar en la oficina. Eso, de hecho, se llama procrastinar y también nos encanta.

Pantallazos

Esta semana os ayudo a pasar un poco el frío que esta haciendo con cuatro cosas bonitas:

-Mimosas: En esta época de transición entre la Navidad y la primavera, en las floristerías están ya las primerias mimosas. A favor tienen que son ramas preciosas, de un vistoso color amarillo, de un precio asequible y secan fenomenal. En contra, que dejan mucho polen donde las pongas. Pero una casa en enero sin mimosas no es una casa bonita.

-Benidorm Fest: La próxima semana Benidorm se viste de ciudad festivalera para acoger el gran evento del año: la gala de la que saldrá el representante de España en Eurovisión. La gran noticia es que yo estaré toda la semana allí para contaros todos los entresijos del evento a través de LAS PROVINCIAS. Así que si yo fuera vosotros, iría siguiendo a la de ya la cuenta de Instagram del periódico para no perderme nada de todo lo que os iré contando desde allí. ¡Que viene la Rigoberta!!

-Gatos: Estoy más enganchada a esta cuenta que a hacer el Wordle cada día. Se llama There is no cat in this image (no hay ningún gato en esta foto) y me puedo pasar horas tratando de descubrir dónde está el michi que SÍ hay siempre escondido en la imagen.

-Podcast real: Con las fotos de Urdangarin en todas partes, ha llegado el momento de que te pongas al día con las familias reales. El periodista valenciano Carles Navarro te da una clase de protocolo en dos minutos. O bueno, en un ratito más. Ponte su podcast de 'Historias reales' y pasa la tarde con un buen té.

Gat-checking: periodismo de gatos

Covid. Covid. Covid. Covid. Covid. Covid. Covid. Covid. Covid. Covid. Y así, durante dos años m. h.

Ah, y recuerda una cosa. Esta carta sólo llega por correo, no la encontrarás en ningún sitio más. Comparte si quieres algo de esta newsletter en tus redes (si aún no te las has cerrado) y etiquétame o usa el hashtag #capturadepantalla para ayudarme a llegar también a tus amigos. Compartir es vivir. Y si eres nuevo aquí y quieres leer algunas de las últimas cartas de amor a las tonterías, puedes leerlas aquí abajo. Te dejo las cuatro anteriores.

28. Lo de la Lotería

29. La cena de Nochebuena

30. El año del tigre

31. La herencia de tía Àgata

Esta semana quiero que me habléis de Eurovisión. De cuál es vuestra canción de canciones, o vuestro recuerdo asociado al festival. Acepto también recomendaciones en Benidorm, que voy de total guiri. Te leo en marta.hortelano@lasprovincias.es

Prometo no contar nada. O sí.

Como cortesía, y por haber llegado hasta el final, te dejo tres enlaces de cosas que sí o sí debes saber y que sí o sí no sabes.

Marta

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