joan molano
Domingo, 11 de marzo 2018
«Es como estar en la peli de Rocky, ¿eh? Podría reformarlo, pero no quiero que pierda esa esencia«. Sento, 'Tsunami', Martínez (Valencia, 1979) muestra con orgullo su gimnasio de boxeo, el San Cristóbal, situado en el corazón del Cabanyal. Lo cierto es que es fácil imaginarse allí al anciano Mickey Goldmill dando instrucciones a Balboa a pocos días de batirse el cobre con Apolo Creed o Clubber Lang. El local era antes un taller de coches. En abril de 2009 lo transformó de arriba a abajo junto al que fue su socio durante un tiempo, Juan, un uruguayo apasionado del pugilismo al que conoció por «casualidades de la vida». Ambos convirtieron ese bajo del barrio en uno de los templos boxísticos de la ciudad de Valencia, en el que se forjan muchos tipos de campeones, los que ganan cinturones encima del cuadrilátero y quienes usan el deporte de las 16 cuerdas como lección para su día a día.
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Sento colgó los guantes unos meses después de abrir el gimnasio. Lo hizo sin sumar un título a su palmarés aunque con multitud de anécdotas, como cuando compartió casa y días de entrenamiento en Caguas, Puerto Rico, con la estrella mundial Miguel Cotto y su equipo. Tsunami era un boxeador sin talento, él mismo lo reconoce, pero con carisma, aguerrido, de esos que brindan peleas encarnizadas, «que no se guardan nada, que dan palo, palo y palo, de los que la gente paga por ver». En su rostro se vislumbran los más de cien combates disputados, una veintena de ellos como profesional. Recuerda con resignación sus últimos años en activo, cuando se difuminó su pasión por el deporte: «Me contrataban de seguridad los fines de semana, no tenía un empleo fijo, era técnico de aire acondicionado y con la crisis no salía trabajo, me tenía que buscar la vida. Pues a pelear, me dije». Casi todos los meses visitaba un país distinto de Europa para partirse la cara: «Sabía a lo que iba, a que el boxeador local ganase. Recogía el dinero y volvía a casa. Así siempre, pero uno se cansa de ir a perder. Ya con el gimnasio abierto en cuanto pude lo dejé».
Como entrenador y manager la historia de Sento es bien distinta, la vida le sonríe al frente de su equipo, el Tsuboxteam. Tiene un don, lo corroboran sus pupilos, como el viejo Mickey en la oscarizada película de los setenta. Desde la esquina del cuadrilátero ha conquistado 15 campeonatos de España, dos títulos del Mundo Hispano y un campeonato del Mediterráneo por el Consejo Mundial de Boxeo. Y lo que queda por llegar: «Mi mujer, Mónica, y mi hija, Daphne, son mi motivación para buscar metas más grandes».
Quien le catapultó a la élite como preparador fue Jonathan Saavedra, hasta cuatro veces campeón nacional y miembro del equipo olímpico español. Después de él cogió las riendas de la carrera de Eva Naranjo, «es como una hermana». La alicantina, a sus 39 años, no conoce aún la derrota en el campo profesional (12-0) y acaba de fichar por una de las promotoras más potentes, Maravilla Box. A ella le siguieron Johan Orozco, que lucha por estar en las próximas olimpiadas, Aritz 'El Chulito', que espera pelear pronto por el cetro de la Unión Europea para después pleitear al otro lado del charco, y Ricardo Roser, campeón de España juvenil. Un diamante en bruto que el técnico pule con mucho mimo.
El San Cristóbal levanta la persiana a las diez de la mañana todos los días entre semana, es raro que el dueño del gimnasio rechace dar clases a alguien. Allí se mezclan los boxeadores profesionales con los amateurs y usuarios que entrenan simplemente para estar en forma. Visitamos el club un miércoles a las siete de la tarde, está abarrotado, Sento aconseja a la familia de un menor con problemas que ha comenzado a entrenar y apunta buenas maneras, algunos de los usuarios se prestan a contarnos su experiencia a las órdenes del entrenador:
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Santi Parrito | Boxeador amateur
Santi Parrito tiene 33 años. Creció en una familia humilde en el barrio de La Plata. Hace 10 meses que salió de la cárcel. Demasiada calle y «las malas compañías» acabaron con sus huesos en la penitenciaría de Picassent. «Poco a poco fui equivocándome. Siempre daba problemas en casa. Fallos en la vida que pagaría más tarde», cuenta. Había metido la pata varias veces y después de su última mala decisión optó por cambiar. «Me hablaron de un gimnasio de boxeo, el San Cristóbal. 'Empieza a entrenar, cambia de estilo de vida, verás que te va a gustar...', me decían. Entré y me acogieron súper bien, pronto percibí una sensación de amistad, de respeto. Eso cambió todo en mí. Me olvidé de hacer maldades», recuerda.
Corría el año 2013. Santi llevaba bastante tiempo entrenando y ya estaba prácticamente todo listo para su debut como amateur. Es un superligero batallador. Pero le llegó la carta. Una orden para entrar en prisión por delitos cometidos siete años atrás: «Me partió por la mitad. Estaba muy bien, había cambiado todo en mi vida, pero tenía que pagar mis errores. Lo tenía asumido y cuanto antes lo hiciera mejor». Le esperaban cuatro años entre rejas.
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«El boxeo me salvó también dentro, en un entorno hostil como es la cárcel fue lo que me mantuvo lejos de malos ambientes. La disciplina que había adquirido en el gimnasio la llevaba cada día al patio». Santi también daba clases a otros reclusos usando un saco que colocaron en el polideportivo del presidio. Se hizo fuerte. «El boxeo -confiesa- evitó que me viniera abajo. Me sirvió para evadirme de todo y también empecé a estudiar animado por los educadores». Continúa haciéndolo para sacarse el graduado escolar.
El pasado mes de abril quedó en libertad y el mismo día que pisó la calle se presentó en el gimnasio. Volvía a ser feliz: «El boxeo me da paz, no es agresivo como algunos lo pintan, me gustaría que quienes lo critican lo probaran para que se dieran cuenta de lo que digo. Además, puedes practicarlo sin contacto, es uno de los deportes más completos». Entrena dos horas todos los días de la semana. Cuando guantea se siente «realizado» y suele acercarse a los más jóvenes para contarles su experiencia, recordándoles que el deporte es el mejor antídoto contra amistades tóxicas, el alcohol y las drogas. «Si algún chaval que está en problemas, sus padres u otro familiar necesita consejo, tenemos las puertas abiertas para orientarles. Me presto a ayudar a quien sea. Me gusta hacerlo. Como un hermano mayor». En breve hará por fin realidad su soñado estreno encima del ring.
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Ricardo Signes | Profesor de Lengua y Literatura
Ricardo Signes es profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Mislata. Tiene 55 años. Su interés por el pugilismo se remonta mucho tiempo atrás: «Era una afición literaria, he leído muchas obras de boxeo. Me gusta la historia de los boxeadores, no tanto el deporte, el tópico de un tío que va a destrozar a otro, sino el boxeo como metáfora de la vida. Gente que empieza y crece a base de lucha y sacrificio». Hace dos años decidió probar con los guantes en el gimnasio de Sento: «Lo primero que le dije fue que tenía 53 'tacos' y no sabía si pintaba algo allí. Me miró raro y me contestó que podía empezar cuando quisiera. Es un tipo entrañable, un personaje que sabe muchísimo de su oficio y lo sabe transmitir».
Durante sus primeros días en el San Cristóbal vio «una camaradería sana, nada en plan macarra, un ambiente muy alejado del estigma que se empeñan en ponerle a este deporte». Ha compartido sesiones de preparación «con médicos, estudiantes universitarios, opositores, poetas, gente de diferentes países... y con algún alumno». Ricardo ve la disciplina que practica como un «posible motor de cambio de vida para mucha gente» y no duda en recomendarla a los jóvenes que asisten a sus clases, como la lectura del cuento 'Por un bistec' de Jack London, que narra la historia de Tom King, un veterano boxeador en horas bajas, al borde del retiro, que libra frente al joven Sandel el combate más importante de su vida.
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Hace no mucho un chaval del instituto se acercó a Ricardo y le preguntó si boxeaba, porque había visto cómo le pegaba a un saco que hay colocado en el centro escolar. Quería guantear con su profesor. «Ven un día al gimnasio a probar, me puedes pegar todo lo fuerte que quieras, te doy permiso y prometo que no te voy a hacer daño», le contestó el maestro. El chico estaba ilusionado. «Estoy acostumbrado a pelear con puño americano y navaja», fueron las palabras del estudiante antes de enfundarse las guantillas. No le iba nada bien en clase, «estaba al límite de salirse del sistema». Le fue imposible tocar una sola vez al 'profe', al contrario, le entraron manos «por todos lados». «Muchacho, atención, debes estar concentrado, colócate así, sube este brazo...», le guiaba el profesor. A partir de ese día algo cambió en el alumno. «Pudimos reconducir su carrera estudiantil. Tenía el aliciente de poder entrenar conmigo, que le diera consejos, ver que progresaba».
«A veces pongo como ejemplo en clase mi andadura en el gimnasio. Uno ha sido el peor, el paquete de turno, y lo asume con normalidad para ir mejorando. A algunas personas les puede venir bien», señala, para terminar recordando que la recientemente galardonada como mejor profesora del mundo, la canadiense Maggie MacDonald, usó el boxeo entre sus herramientas pedagógicas en Saluit, una aislada comunidad esquimal de Quebec de apenas 1.300 habitantes en la que lidia con embarazos adolescentes, abusos sexuales o problemas de drogas entre sus estudiantes.
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Enrique Gil | Radiólogo y médico de familia
Enrique Gil es radiólogo en el Hospital de Sagunto, también es médico de familia y fan de Manny Pacquiao, «un campeón humilde que no se desbarata por el éxito y la riqueza como el vacilón de Mayweather«. »No sé si soy más un deportista aficionado a la medicina o un médico aficionado al deporte«, asegura como carta de presentación. Planifica sus días en función de las horas que puede entrenar: »Me entusiasma hacer ejercicio en muchas modalidades y el boxeo es una de ellas«, afirma. A este doctor de 55 años le gustaría que en el reportaje quedara muy clara una cosa: hay que moverse. »Tenemos que hacerlo, el deporte es imprescindible, es vida. La situación actual preocupa. La mayor parte de los pacientes tienen sobrepeso, el 60% de la población en España y también los niños. La sociedad come mal, mucha bollería industrial, excesivas calorías y a ello hay que sumar que pasan demasiado tiempo en el sofá«.
Cruzó la puerta del Club San Cristóbal hace cuatro años: «Busqué algunos gimnasios animado por mi sobrino y encontré este. Llamé a Sento por teléfono, probé, y hasta la fecha. Ya forma parte de mi vida. Entró en ella para quedarse. Me vuelve loco, ha sido un gran descubrimiento». Acaba de ser padre de gemelos y aún así, si las guardias en el hospital se lo permiten, no falla a su cita en el gimnasio tres días a la semana. Cuando no está allí practica karate, si no surf o alguna de sus variantes, bicicleta, patinaje, piragüismo, esquí, snowboard... o unas pesas en casa. Sento alucina con el físico del médico: «Se quita la camiseta y parece que tenga 30 años». Enrique se encarga además de realizar los chequeos a los boxeadores profesionales y amateurs para que puedan pelear.
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«Hay que desmitificar la supuesta violencia del boxeo porque no es real. El respeto por el compañero es absoluto, casi exquisito, y es una de las disciplinas más completas. Se trabaja el cuerpo de manera integral, diría que es el deporte aeróbico por excelencia. Aporta una mejora cardiovascular y de la capacidad pulmonar, disminuye el estrés, activa el metabolismo, genera y mantiene la masa muscular, eleva las endorfinas con el bienestar que ello supone, previene la osteoporosis, reduce el colesterol malo y aumenta el bueno... Realizas un trabajo magnífico de coordinación, equilibro, fuerza, reflejos...», subraya. «Lo que lo hace muy adictivo es que es divertido. Te lo pasas muy bien. Sento y Alejandro, el otro entrenador, hacen las clases muy amenas. Es ideal para abandonar el sedentarismo».
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