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Antonio Pelayo es sacerdote y periodista desde 1968 y una de las voces más autorizadas sobre esa madeja inextricable que es el Vaticano. Uno no ... puede dejar de preguntarse cómo se las ingenia si un cura tiene que guardar secretos y un informador, destaparlos.
– Entiendo que para manejarse en el Vaticano hay que estar hecho de una pasta especial.
– Hay una frase que yo utilizo a menudo: 'Roma doma', es decir, es una ciudad que te impone una cierta contención, no precipitarse en dar noticias. Aquí ese periodismo de rompe y rasga no funciona, sobre todo en el Vaticano.
– ¿Vale más por lo que sabe y calla que por lo que publica?
– Yo hay muchas cosas que sé a través de la Embajada que no puedo utilizar, desde visitas que se hacen y no trascienden, hasta asuntos de ámbito privado. Cuando haces información vaticana, hay cuestiones de las que te enteras que preferirías no saber. De un escándalo financiero debes informar, pero hay cosas de rango menor que pueden dañar y te las ahorras.
– Antonio Pelayo asesora en materia eclesiástica a la Embajada española ante la Santa Sede. ¿En qué consiste su labor? ¿Meten mucho la pata nuestros políticos?
– Aquí vienen diplomáticos de cierto prestigio o políticos, personas inteligentes y con muchas cualidades, pero cuando llegan casi todos lo desconocen todo. Cuáles son las reglas, por qué ha hecho este nombramiento, el motivo de que viaje a Albania y no a España, por qué ha nombrado a dos cardenales españoles y a ninguno estadounidense… O a qué gente hay que invitar a comer a la Embajada, qué tipo de actos públicos se pueden hacer. El consejero está para aconsejar, o porque te lo piden o porque ves oportuno darlo. He trabajado con ocho muy distintos: desde Paco Vázquez, alcalde de La Coruña y católico militante que sabía de qué va esto, hasta otros que no citaré que no distinguían un cura de un cardenal. Ahí es donde entro yo.
– ¿Y cómo se maneja la embajadora Celaá entre tanta sotana?
– Es muy inteligente, pero sobre todo afable. Recibe a todos, no importa su tendencia, y se maneja muy bien en las distancias cortas. Me consta que tenía sintonía con Bergoglio, que siempre se refería a ella como 'la vasca', y con sus colegas embajadores. Son 180 y tantos, no te puedes llevar bien con todos, pero ella tiene olfato y ha sabido hacerse un hueco dentro de la Curia. Ha vivido estos días con mucha intensidad.
– España, el tercer país que más cardenales aporta, no es uno más.
– La española es la Embajada más antigua de Roma, por eso no exagero si digo que tiene solera y cierto grado de influencia, porque en Latinoamérica, al menos la mayoría de los países, nos siguen considerando la madre patria.
– ¿Alguna preocupación común?
– Ahora la migración, la mediterránea y la atlántica. De hecho, el Papa estaba decidido a viajar a Canarias, eso me consta. Pero claro, estas cosas no se hacen en una mañana y en el ínterin ha fallecido.
– Vd. ha visto pasar a muchos Papas. ¿Qué distinguía a Bergoglio?
– Es ante todo el Papa de la cercanía, sin exclusiones. El día de su muerte, los tres grandes periódicos de Italia salieron con el mismo título: 'El Papa de los últimos', en referencia a los pobres, los desheredados, los migrantes… los que él llamaba 'descartados'. Estar a su lado le cargaba las pilas.
– ¿Usted ha hecho ya la quiniela?
– No porque es inútil. No hay que confundir los deseos con la realidad. Creo que uno con muchas papeletas es el cardenal Parolin por dos razones complementarias: la primera, que es un hombre muy viajero y conoce prácticamente a todos los cardenales, y la segunda, porque estos le conocen a él. Pero repito, acertar es una lotería.
– Uno tiende a ver la Iglesia como depositaria de virtudes, pero ¿aquí hay también juego sucio?
– Yo no lo excluyo, porque los cardenales son personas. De lo que estoy seguro es de que van a buscar que sea elegido Papa no solo alguien con quien se sientan identificados, sino que sea el Papa que la Iglesia necesita. Ellos ahora discuten tres cosas: cómo está el mundo, cómo está la Iglesia, y en función de esos dos parámetros, qué tipo de Papa nos conviene. Ahora bien, en este cónclave muchos de los cardenales no se conocen, se van a ver ahora por primera vez. ¿Esas reuniones son conciliábulos? Llegar a esa cifra de dos tercios es muy difícil. Además, el cónclave no puede ser largo, que duré más de dos o tres días es devastador para la Iglesia porque eso puede transmitir la imagen de que está dividida.
– ¿Unidad y uniformidad es lo mismo en los pasillos vaticanos?
– En absoluto, sería un gravísimo error. La unidad tiene que existir porque al final todos estamos remando en la barca de Pedro, pero es que la uniformidad es imposible: ¿cómo comparo yo a un cardenal de las Islas Samoa con otro de Helsinki o de Ghana? Forzar esa uniformidad sería empobrecer a la Iglesia. Tiene que haber unidad sobre lo fundamental, respetando la diversidad de cada uno.
– ¿Un Papa es hombre de certezas o vive instalado en la duda?
– En la vida haya momentos de duda. Si los tuvieron los santos, cómo no nosotros. Lo que un Papa no puede permitirse es tenerla sobre asuntos fundamentales.
– Con el 80% de los cardenales elegidos por Francisco, ¿la continuidad está garantizada?
– Sí y no. Primero porque ese grupo de cardenales no es homogéneo, hay mucha diversidad. El Papa no los eligió porque fueran afines, sino porque representan algo sobre lo que ha insistido mucho: la universalidad de la Iglesia.
– ¿Qué espera de su sucesor en un mundo tan convulso?
– La herencia que este Papa deja está muy ligada a la paz y al compromiso de evitar guerras como las que se viven ahora en Ucrania o en Gaza. Es un tema que el próximo Papa no puede ignorar.
– Y el afán reformista de Francisco, ¿está a salvo o corre peligro?
– Hay cosas que son irreversibles. No vamos a volver a un Papa con zapatillas rojas, mitra con piedras preciosas o desplazándose en un Mercedes último modelo. Su estilo ha dejado de ser el de un monarca absoluto al que besas la mano, algo que a Francisco por cierto no le gustaba nada. Creo que su sucesor no podrá ser contrarreformista. La Iglesia ha dejado de ser piramidal y es más horizontal; las decisiones que nos afectan a todos debemos tomarlas entre todos.
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