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Memento mori. La muerte está ahí. Acercándose de manera natural, constante e irreversible. En la Comunitat es hoy más frecuente morir (50.000 defunciones en 2023) que nacer (36.000 alumbramientos). Cada hora se extinguen seis vidas de media.
Esta realidad nos asalta en los informativos, se torna jolgorio en Halloween y fascina en la ficción, pero a la hora de la verdad sigue sin aceptarse con naturalidad en comparación con otras épocas y culturas. En la semana en la que recordamos a nuestros difuntos ponemos el foco en cinco profesionales valencianos cuyos trabajos miran a la muerte a los ojos, con todas sus consecuencias.
«Yo tenía 14 años y se murió el señor Emilio, de la mercería donde comprábamos golosinas. Fui con mi madre a su casa a dar el pésame. Eran tiempos de velar en el hogar. Sus uñas amoratadas me impactaron. También ese olor a alcohol desinfectante. A esas edades te crees inmortal y aterricé de golpe en la realidad. Pensé en mis padres, en que un día les tocaría a ellos. Y luego a mí. Y comprendí que la muerte forma parte de la vida».
Es la vivencia de José Luis Mulero, hoy de 52 años. Recuerda así la primera experiencia con la que hoy es su profesión: todo el día de aquí para allá, con la muerte a cuestas, hablando de ella o preparando a los difuntos para la ceremonia de despedida. Y por toda España. Es empresario funerario, tanatopractor, embalsamador y además forma a futuros trabajadores de este sector laboral tras alumbrar el Instituto Español Funerario, con cursos en Madrid, Barcelona, Zaragoza y también Valencia.
Nació en Barcelona. Hijo de un electricista y un ama de casa, decidió orientar su vida a este mundo «porque yo no era de los que saben qué quieren ser de mayor y, sencillamente, buscaba un trabajo estable». Completó Disección Anatómica en Girona. También Empresa en un centro privado. Se formó como perito judicial y en 2013 alumbró su propi centro. «Vi que en este sector faltaba mucho por hacer», explica. «No había demasiados protocolos, faltaba ética, falta de higiene...».
En Valencia estudian con él 25 alumnos en unas instalaciones cedidas del Tanatorio A3 de Ribarroja. «La mayoría son gente muy joven, de entre 18 y 30 años. Un 95%, mujeres. Al principio, tienen miedo pero luego no se arrepienten», asegura. Algunos vienen del mundo de la Estética o de la Enfermería. Otros simplemente quieren iniciarse en un sector con mucha competencia pero en el que no todo el mundo está dispuesto a trabajar. Pese a que garantiza salarios «de entre 1.700 y 2.200 euros mensuales», según Mulero.
¿Qué hace un tanatopractor? «Prepara al cuerpo para lo que se llama conservación transitoria, cuando no han transcurrido más de tres o cuatro días entre la muerte y el funeral donde va a ser contemplado». Como ahonda el experto, «consiste en desinfectar, lavar, secar y vestir», una labor que se realiza poco antes de la ceremonia. La tanatoestética sería la parte final, «ya en féretro y centrada en revitalizar en lo posible ojos, labios, manos y peinado».
El embalsamamiento está concebido para difuntos que han de ser traslados entre países o regiones. O por voluntad de una familia cuando va a transcurrir más tiempo entre la defunción y la despedida. Sin entrar en detalle, «se trata el cuerpo con productos químicos» que frenan su deterioro y procuran una conservación que puede durar «hasta un año», como estima Mulero.
Con los fallecidos que proceden de autopsia, en su mayoría por muertes violentas como crímenes o accidentes de tráfico, existen dos posibilidades. «Cuando hay demasiado daño se aconseja a las familias funeral a caja cerrada». En otros casos, el tanatopractor se ve obligado a realizar reconstrucciones, «un trabajo muy minucioso y especializado que puede llegar a durar hasta ocho horas», ahonda Mulero.
A pesar de su dilatada experiencia hay momentos «muy complicados». Uno de sus peores tragos llegó en 2014, cuando un familiar murió de manera trágica y confiaron en él la preparación de la víctima. «Hice el inicio del trabajo, pero no pude más y desistí. Aquella vez estuve a punto de dejarlo. Recomendamos siempre que nadie afronte algo así con personas conocidas, porque te puede dejar un trauma y encima sin darte cuenta», detalla.
La segunda ocasión que Mulero asumió algo similar fue con un amigo, en 2022. Esta vez fue el propio difunto quien se lo pidió en vida. «Me queda una semana y quiero que me embalsames tú, que lo grabes y que lo uses para enseñar a tus alumnos», fue la voluntad expresa. «Fue muy costoso», reflexiona el director del instituto. «Lo hice, pero me dolió mucho, pues aún tenía su tono de voz en mi cabeza. Eso sí, no lo registré en vídeo para la docencia porque no era necesario».
¿Llorar? «Muchísimas veces. Lo emocional nunca se marcha del todo. Y tener que salirme varios minutos a tomar el aire. Cuando llegan niños, recién nacidos, gente de la edad de mis hijas...». Ellas son su fuerza. Su vía de escape. Están en plena juventud y admiran el trabajo de su padre, pero no van a seguir sus pasos. Al menos, de momento. Una quiere ser maestra y la otra, empresaria o policía.
«Esto es duro siempre. No sólo al principio. Y el que diga que no, que se lo haga mirar», razona. Tratar tanto con la muerte y el dolor que la rodea amasa una actitud personal. En su caso la resume así: «Creo que soy muy realista, muy empático, y que he aprendido a disfrutar de los pequeños momentos, a valorar lo que tengo sin grandes ambiciones. Para saber vivir hay que conocer la muerte, encajar bien el final. Asumir que de aquí cien años no existiremos ninguno de los que estamos ahora». Mulero no cree en el más allá. «Es el final y no hay más», zanja.
El empresario y profesor funerario cree la pandemia ha marcado un punto de inflexión. «Se ha perdido un poco el tabú ante la muerte. Ahora la gente se asoma más al cuerpo presente para despedirse. Pasó hace poco con mi suegra. Mis hijas quisieron verla», recuerda. En cuanto a la infancia, cita los 12 años como la edad en la que a un niño «no habría que apartarle de la realidad». Y lo justifica así: «Si les damos un móvil, que es un escaparate a todas las realidades, yo creo que también pueden asumir la muerte».
-¿Cómo encara su propia muerte?
-Yo tengo un 'pendrive' donde está explicado cómo quiero que sea mi despedida. Hay fotos, un texto dirigido a los míos, el tema 'Imagine' de John Lennon... Sin embargo, aún no tengo demasiado claro si quiero entierro o incineración.
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