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Jueves, 12 de marzo 2015, 23:27
Cuando en 1969 Pedro Rubio se casó, compró un piso en el edificio e instaló su taller en uno de los bajos. Hacía casi un año de la muerte de la famosa vedette Gracia Imperio y su exnovio en extrañas circunstancias. Aquel fue el primero de los trágicos sucesos que se irían sucediendo a lo largo de los años en el bloque de ocho plantas levantado en el número 1 de la calle Tres Forques, en el valenciano barrio de Patraix. Fue el modisto de la artista quien, en la mañana del 1 de noviembre de 1968, descubrió los cadáveres y la policía quien se percató de que las espitas del gas estaban abiertas. Nunca se supo si la artista de los ojos musulmanes la misma que unos años antes se había codeado con Antonio Machín y su exnovio, Vicente Alberto Artal Such, fueron asesinados, víctimas de un accidente o, simplemente, decidieron quitarse la vida en la casa que Mercedes Viana, la dueña del por aquel entonces conocido Club Mogambo, le alquilaba cuando trabajaba en la ciudad.
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LAS PROVINCIAS informó al día siguiente de la trágica noticia con un titular a tres columnas y letras mayúsculas: «GRACIA IMPERIO, MUERTA POR INTOXICACIÓN DE GAS». El caso policial se cerró sin culpables, pero se reabrió cinematográficamente con el rodaje de un documental sobre las extrañas muertes y los espectáculos de varietés de la época. Emilia Argüelles, nombre real de Gracia Imperio, llevó de cabeza a la censura franquista porque acostumbraba a cantar mostrando sus pechos y siempre le persiguió un mal llamado halo de misterio, vinculado a su éxito con los hombres y su paso por la prisión por un aborto. A partir de 1962, Gracia Imperio se bajó del teatro para subirse a las salas de fiestas y espectáculos de variedades. Y es aquí donde Valencia se cuela en la vida y la muerte de la artista. Fue la reina del Broadway valenciano, es decir, los teatros de Ruzafa (que han desaparecido de la trama urbanística). Hasta una falla la eligió para hacer su ninot principal. Pero fue en en el edificio maldito, en un piso alquilado, donde encontró la muerte junto a un exnovio que residía en Valencia.
El pasado miércoles volvió el trajín policial al edificio, con muerte incluida, y Pedro Rubio lamentó una vez más haber gastado sus ahorros en el quinto izquierda. Tuvieron que pasar varias horas hasta que los bomberos consiguieron entrar por el balcón del séptimo derecha y localizar el cadáver de Juan Manuel, de 65 años, en avanzado estado de descomposición. Luego llegaría la Policía Científica, una comisión judicial y el retén fúnebre que se encargaría de sacar de allí su cuerpo putrefacto. La defunción de Juan Manuel, que podría haber acontecido hace unos dos meses, no tendría nada de particular engordaría sin más la lista de fallecidos en la soledad de sus casas, si no fuera porque en ese mismo edificio, y en las más raras circunstancias, han muerto otras ocho personas.
«Poco después de lo de la vedette, el cuñado de la Mercedes acabó muerto al caer o tirarse por el hueco de la escalera desde el último piso. La verdad es que no estaba muy bien de la cabeza», cuenta Pedro lamentando que allí «todo sean desgracias».
En la década de los 70, otro suceso conmocionaría a la sociedad valenciana y volvería a colocar el foco sobre el inmueble: Una niña de dos años y su hermano mayor perdieron la vida al caer desde el cuarto piso. Los vecinos que entonces vivían en la casa aún cuentan espeluznados que la pequeña salió despedida cuando jugaba a saltar sobre una cama junto a la ventana y que su hermano se precipitó tras ella cuando trataba de agarrarla. La muchacha murió en el acto; él, unos días después en el hospital.
La sexta víctima, que tenía 18 años, falleció por culpa de una sobredosis cuando pretendía celebrar su cumpleaños con un grupo de amigos. Vivía en el octavo. Los padres del joven no estaban en casa cuando la muerte y el edificio se dieron otra vez la mano.
«Luego le llegó la hora al de la puerta 15; un hombre muy trabajador y educado. Su madre llevaba varios días sin dar con él por teléfono y, cuando vino para ver qué pasaba, descubrieron el cadáver», explica el mecánico con la soltura de quien ya ha contado la historia un montón de veces.
Justo cuando el barrio comenzaba a recobrar la normalidad, ocurriría otra desgracia. En la madrugada del primer día de marzo de 2012, Javier, uno de los vecinos del quinto, mató a la prostituta brasileña que había contratado tras haber consumido alcohol y hachís con un compañero de piso. Una encendida disputa desencadenó el crimen y despertó a medio vecindario. El homicida, de 40 años y con antecedentes policiales, asfixió a la joven y la tiró por el hueco triangular de las escaleras. Luego escondió el cadáver en el trastero del inmueble, justo al lado de unas bicicletas, y huyó con la ropa manchada de sangre. Javier fue detenido poco después en una calle de Valencia. Llevaba el cuchillo en el bolsillo cuando le apresó la policía. Aquello logró quitar el sueño al vecindario durante unos cuantos días.
«Todo un desastre»
«Cualquiera imagina qué pensamos los que vivimos aquí de todo esto... ya es mala suerte... y no nos la quitamos de encima». Según Pedro, la historia negra del número uno de la calle Tres Forques, que terminó de construirse en 1957 el mismo año que una riada sembró Valencia con 81 cadáveres embarrados, está aderezada con otra buena dosis de infortunios.
«El señor Benito, que era sargento de aviación, se estrelló entrando en Valencia hace ya unos cuantos años; luego está el asunto de la mora y el Lombardi un estafador del caso de la Nueva Esperanza, una inmobiliaria que cobró más de 100 millones de las antiguas pesetas por viviendas que nunca entregó y que también tuvo su domicilio en el número 1 de la calle Tres Forques; y el del delincuente que ocupó el tercer piso y que se rompió las piernas huyendo de la policía... En fin, todo un desastre. Incluso yo he tenido mala suerte. Me separé, uno de mis hijos tuvo un accidente de moto y quedó mal. Sin ir más lejos... acabo de colgar al otro que me llama desde el hospital. No tiene treinta años y dice que le ha dado un ictus. Estamos gafados».
Otros dos hermanos fallecieron ahogados en una acequia a escasos 200 metros del edificio maldito en la década de los 70, aunque estas víctimas no están contabilizadas en las nueve muertes que marcan la cruenta historia del número 78 de la calle Cuenca, antes de la reestructuración del barrio, o del número 1 de la calle Tres Forques en la actualidad.
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