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A. G. R.
Lunes, 21 de marzo 2016, 00:09
Un repaso a la hemeroteca muestra el éxito logrado en la lucha por reducir la siniestralidad vial. Resulta imposible -o casi- evitar todos los siniestros de circulación. Pero la frecuencia y sobre todo las consecuencias de los sucesos de aquella década de los noventa parece haberse reducido. La carretera, entonces, era una auténtica carnicería. Un dato, por ejemplo, el de 1998, uno de los peores registros de la serie histórica. Casi 10.000 personas murieron en accidentes.
El contexto resulta necesario para recordar el accidente de Torreblanca, el peor en la Comunitat y uno de los más graves de la historia de España, que aconteció en agosto de 1992. El año de la Expo y los Juegos Olímpicos también quedó marcado por la desgracia en la A-7. La cifra de fallecidos ascendió a 45 personas. El resto, otros once pasajeros, sufrieron heridas de diversa consideración. Todavía estremece leer el testimonio de una de las menores que viajaba en aquel autocar: «Me había dormido después de ver la película del vídeo. Unos golpes y gritos me despertaron. Me vi atrapada y no podía respirar. Luego me sacaron».
El siniestro ocurrió cerca de las 19.30 horas del 19 de agosto. El vehículo se disponía a coger la salida del peaje de Torreblanca, punto ya fatídico de las carreteras valencianas. Había salido de Barcelona con destino a diversas localidades de Sevilla de donde procedían la mayoría de los pasajeros. El autocar pertenecía a una empresa de Cornellá de Llobregat.
Un exceso de velocidad -factor que se repite hoy en día en numerosos siniestros junto a las distracciones- fue el causante del accidente. El autocar circulaba a 105 kilómetros por hora cuando la señalización marcaba 40. Triplicaba la velocidad máxima permitida en esa salida de la autopista A7. Previamente, apenas 100 km antes ya había hecho una parada. No se entendía muy bien el motivo de una nueva parada. El autocar, a esa velocidad, se salió de la vía, cayó por un terraplén y el techo del vehículo se hundió. La mayoría de las personas murieron aplastadas. Sólo los dos conductores y los pasajeros de las primeras filas del autobús pudieron salvarse.
Los días posteriores al siniestro se conocieron otras circunstancias que indignaron a las familias de las víctimas e hicieron todavía más incomprensible el siniestro para la opinión pública. Dos horas antes del accidente, la Guardia Civil le había dado el alto y había sancionado al conductor por no haber pasado la Inspección Técnica de Vehículos (ITV). Pero los agentes le permitieron continuar la marcha.
No fue el único infortunio que se conoció 24 horas después. El autobús, de la empresa Bus-Express, era 'pirata'. Sólo tenía licencia para realizar trayectos en un radio de 100 kilómetros alrededor de su sede (Cornellá). Pese a esta restricción la empresa realizaba este tipo de desplazamientos y jamás había sido sancionada. La compañía ni siquiera tenía un recorrido fijo. Lo habitual era Cornella-Sevilla, pero se adaptaba a las necesidades de los clientes, que pagaban unas 6.000 pesetas por trayecto .
La Comunitat no ha vuelto a vivir una accidente similar. Pero los fallecidos y heridos por este tipo de siniestros han ido sumando la estadística. Desde la década de 1995 a la de 2005, los siniestros más graves segaron la vida de más de 40 personas y causaron heridas a otras 200. La mayoría se producen en tramos interurbanos, en circunstancias climatológicas adversas o de noche y no respondían a una única causa.
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