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Mauricio y Carlos en una fotografía de archivo de 1993. J. martínez Roberto M. en compañía de una amiga en una calle de Catarroja. V. Martínez
Caso Alcàsser | Anglés, un apellido manchado de sangre

Anglés, un apellido manchado de sangre

La fortuna del clan. La policía investiga el patrimonio de tres hermanos del asesino de las niñas de Alcàsser tras ser procesados por extorsión y tráfico de drogas

Javier Martínez

Valencia

Martes, 16 de junio 2020

El apellido sigue manchado de sangre. Solo pronunciar el nombre es sinónimo de repudio y crueldad. El caso Alcàsser criminalizó a Antonio Anglés y a su familia. El asesino más buscado durante la década de los 90 dejó un legado de infamia a sus hermanos, un pesado lastre con el que cargaron muchos años, algunas veces de forma injusta pero otras con merecimiento de castigo.

Aunque todos los hermanos acudieron al Registro Civil para cambiar sus apellidos, Carlos, Mauricio y Roberto no han podido o no han querido librarse de su estigma delictivo. Mejor le ha ido en la vida y en los negocios a Kelly Faces, la bailarina que engrandeció su patrimonio con inversiones inmobiliarias, y a Neusa Martins, la matriarca de 79 años que vive en una casa de tres plantas en Albal y tiene otras tres viviendas hipotecadas.

La anciana cuida de su hijo Enrique, el hermano de Anglés que detuvo la Guardia Civil horas después del hallazgo de los cadáveres de las niñas al ser identificado por un volante médico hallado junto a la fosa, aunque él no participó en los horrendos crímenes. Neusa todavía callejea por Albal y Catarroja mientras empuja su carro de la compra. Enrique la cuida cuando enferma. Madre e hijo son los que aportan más inocencia a la familia.

«El cambio de apellido fue porque nosotros no tenemos la culpa de lo que pasó. La gente todavía nos mira mal por lo que hizo Antonio», afirma Neusa. «Roberto es muy nervioso y le dan prontos. Enrique está enfermo y apenas habla, y Kelly es la que más viene a verme», añade la anciana. A Mauricio y Carlos hace mucho tiempo que no los ve, aunque ellos «no son como Antonio», asegura la matriarca.

Tras dar a luz a diez hijos, cinco en Sao Paulo y los otros cinco en Valencia, Neusa tiene ahora cinco nietos y cuatro biznietos. «Murió Ricardo y de Antonio no sabemos nada», dice con acento brasileño y sin apenas vocalizar. Respecto a su patrimonio, la anciana señala que es el fruto de sus 37 años de trabajo en el matadero de pollos y sus pensiones de jubilación y viudedad. «Tengo tres hipotecas y Kelly hace mi declaración de renta, pero nadie me ha regalado nada. Todo lo que tengo lo he conseguido con mi esfuerzo», sostiene Neusa.

Cuando habla de sus hijos pequeños, la anciana arruga la frente y sus cejas en señal de desabrimiento. «¿Qué quiere saber? Voy a tener otro nieto pronto. Son buenos chicos», espeta con orgullo, pero la policía no piensa lo mismo. De nada parece haberles servido borrar su primer apellido del DNI si con ello perseguían que sus delitos quedaran impunes. Carlos, Mauricio y Roberto parece que no escarmientan.

Historial delictivo

Entre los tres hermanos acumulan un gran número de detenciones e infracciones penales y administrativas. Robos, tenencia ilícita de armas, tráfico de drogas, atracos y extorsiones son algunos delitos que figuran en sus fichas policiales. Las escenas de violencia eran frecuentes en el hogar de los Anglés. Antes de la muerte del cabeza de familia en 1989, Juan Luis y Antonio ya discutían y peleaban con cuchillos delante de sus hermanos pequeños.

Carlos y Mauricio estudiaron dos años en el colegio Niño Jesús de Valencia. Un compañero de pupitre recuerda una travesura del benjamín. «Un día llevó unas tijeras a clase y empezó a cortar mechones. El profesor le castigó», recuerda Vicente. Eran malos años y tiempos de penuria para la familia. Neusa tenía que compaginar su trabajo con las tareas del hogar. Sus hijos pasaban la mayor parte del día en la calle y cometían pequeños delitos.

Roberto fue condenado por tráfico de drogas y estaba en la cárcel el día que su hermano y Miguel Ricart raptaron a Míriam, Toñi y Desirée. El 13 de noviembre de 1992, Joaquín Mauricio tenía 14 años. Aunque Ricart lo incriminó en una de sus declaraciones, en el juicio del caso Alcàsser quedó demostrada su inocencia, pero reconoció que compró a un toxicómano por 7.000 pesetas la pistola que utilizó Antonio Anglés para asesinar a las niñas. El menor también declaró que el arma fue utilizada días antes en el atraco a un banco en Buñol. Roberto y Mauricio fueron acusados de participar en este robo y también fueron detenidos varios años después por extorsionar a un médico y obligarle a firmar más de 100 recetas en blanco para conseguir fármacos y psicotrópicos.

El 11 de enero de 1995, Roberto protagonizó un violento incidente al agredir a varios periodistas en el vestíbulo de la Audiencia Provincial de Valencia. Los hechos ocurrieron minutos antes de que se sentara en el banquillo de los acusados por un atraco.

Tras cambiar de amistades y compañía, Carlos y Mauricio parecía que podían haber reorientado su vida con prósperos negocios. Roberto también delinquía menos. Cada vez daban menos con sus huesos en los calabozos, sus nombres figuraban como administradores de siete empresas y vivían rodeados de lujo. Pero era un espejismo. Carlos sufrió un intento de secuestro en 2017 y semanas después alguien le sustrajo medio millón de euros que había escondido en un Ferrari.

El clan culpó del robo a un socio de Carlos y le obligaron a que les cediera la acciones de una gasolinera tras golpearle y apuntarle con una pistola. Días después, la policía detuvo a los tres hermanos y confiscó el arma y 97 gramos de hachís y heroína en la casa de Carlos. Su impunidad había terminado. El fiscal pide ahora entre cinco y doce años de cárcel para los tres malhechores por los delitos de extorsión, tráfico de drogas y tenencia ilícita de armas.

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