Como tantos otros padres, Juan, de 56 años, y María, de 54, se han volcado siempre por intentar hacer de sus dos hijos unas buenas personas. Con la misma educación, valores y hogar. Lo consiguieron con la mayor, una joven de 25 años que ya ... tiene trabajo y está independizada. Pero con el pequeño, que acaba de alcanzar la mayoría de edad, han tenido que lidiar con violencia, destrozos, ingresos en centros de menores o problemas con las drogas… «Todavía seguimos luchando», resume su padre en su casa de una localidad costera valenciana, que omitimos para preservar su intimidad.
Publicidad
Ellos ponen hoy voz al drama de la violencia juvenil de hijos a padres, cuyo extremo más doloroso se vivió hace poco más de una semana, con el parricidio de Elche en el que un menor de 15 años acabó con la vida de sus progenitores y su hermano pequeño a disparos de escopeta.
A la memoria de Juan regresan esas primeras señales de alarma, en plena infancia: «Para ir a mi pueblo podías ir por la carretera o por un camino. Si cogías la opción que no le satisfacía tenía muchas rabietas. Ya con 6 o 7 años tenía que ser lo que él quería o te la montaba».
Noticia Relacionada
Todo empeoró. Poco después, ya a partir de los 10, llegaron las dificultades en el colegio. Así lo recuerda su progenitor: «Era rebelde y problemático. Pero quedó marcado y ya, pasara lo que pasara, la culpa era siempre de él. Una psicóloga lo diagnosticó con un trastorno desafiante negativista».
Publicidad
Cambiaron al niño a un centro concertado, pero no hubo manera. Los problemas persistieron. Todo intento por encauzarlo caía en saco roto. «Un verano estaba yo trabajando fuera. Mi mujer llegó a casa de trabajar y él no estaba. Había empezado ya con las malas compañías y la marihuana». El peligroso tonteo con las drogas, en plena adolescencia.
Comenzó a partir de ahí un largo periplo entre psicólogos y psiquiatras, con diagnósticos y tratamientos cambiantes que no han logrado hasta la fecha dar con la clave de su problema y su violencia. «Dijeron unos que tenía el TDAH (trastorno de déficit de atención e hiperactividad), otros que no… Hubo medicaciones que más que arreglar hacían que las cosas fueran peor, otras que sencillamente lo dejaban dormido y babeando…». Los padres navegaban en un mar de incertezas.
Publicidad
Mientras, la violencia se adueñaba de su hogar: «Con 13 años ya nos rompía la televisión si no le dábamos dinero. O tiraba tomates contra las paredes, arrancaba las cortinas…». De los daños materiales pasó a la agresión física a quienes más le quieren. «Eran golpes a mi mujer y a mí. Nos hemos visto varias veces intentando reducirlo entre puñetazos y patadas. A esa edad aún lo lograba. Ahora ya es más difícil».
Fueron días muy amargos, «de romper todo lo que hay en casa, robarme… En ningún momento pensamos que nos podía matar, porque nunca ha cogido un cuchillo. Pero sí nos ha hecho mucho daño con sus puñetazos, patadas y constante conducta destructiva. Se habrá cargado ya cinco o seis televisores de 45 pulgadas», pone el padre como ejemplo.
Publicidad
La violencia que desataba ante su familia dio también el salto a la calle. «Le dio por romper los retrovisores de coches y acabó interviniendo la Policía Local. Cuando lo llevábamos al psiquiatra, le montaba el pollo. Ningún profesional lograba sacarlo adelante».
Noticia Relacionada
Con 13 años, desbordados y ya sin poder siquiera llevarlo al colegio, pidieron auxilio a los servicios sociales de su ayuntamiento. «Nos aconsejaron que lo denunciáramos para que lo pudieran trasladar a un centro de menores de Valencia. Me costó mucho convencer a mi mujer, pero así lo hicimos. Al día siguiente de su ingreso nos aconsejaron que el niño no estaba bien allí y dijeron que iba a salir peor de lo que había venido. Era un centro de recepción y el definitivo no se le asignaba hasta pasados siete u ocho meses».
Publicidad
Después, «ya no quería salir del centro de menores, pues había hecho su cuadrilla y se sentía mejor que en casa. Nos lo trajimos y los problemas siguieron. Nos reunimos con la directora general del menor y dijo que los centros estaban saturados, pero nos iban a buscar una solución». Tras pasar por varios centros o casas de acogida no hubo mejoras sustanciales con la adicción adueñándose del joven.
El tránsito de la adolescencia a la mayoría de edad ha sido un 'vía crucis' para los sufridos progenitores: «No iba al colegio y, para colmo, empezó con las máquinas de apuestas. Un día le tocaron 300 euros y se lo gastó todo. Luego se peleó con chicos del centro de menores».
Noticia Patrocinada
El joven vivió ingresos y reingresos, entre fugas y delitos juveniles. «Pequeños robos tras consumir marihuana, coca y alcohol. O consumo de pastillas», recuerda su padre. Sólo hubo un tenue y corto «espejismo de normalidad con seis meses de trabajo en un restaurante».
Hoy tiene 18 años y la situación no ha cambiado. Vive en casa con sus padres, en régimen de libertad vigilada. «Las cosas van bien desde hace unos 15 días. Pero después de todo lo que hemos pasado, ya no cantamos victoria. Además, si ahora comete un delito acabará en la cárcel», reflexiona el padre.
Publicidad
Los progenitores sienten un gran desencanto con el sistema sociosanitario. «Ningún profesional, psicólogo o psiquiatra, ha logrado enderezarlo. Ha estado en tres centros ya y nada. Hemos ido de puerta en puerta, mareados… Y sólo hemos visto un poco la luz cuando hemos puesto el caso en manos de nuestro abogado, Juan Molpeceres».
Noticia Relacionada
Su conclusión es clara: «Hemos intentado rehabilitarlo por todos los medios. Pero al final es un enfermo y sin voluntad no hay solución». El hombre ya no recuerda «cuántas veces le hemos dicho que le queremos, que lo hacemos todo por su bien, que entre en razón… Él pide perdón, pero vuelve a las andadas. Y sentimos su dolor, porque sabemos que quiere hacer las cosas bien. Pero no puede».
Publicidad
El padre va más allá: «A veces los psicólogos te dejan cierta sensación de que las cosas no las hemos hecho bien, que somos culpables de una educación inadecuada… Yo creo que hemos hecho, simplemente, lo que pensábamos mejor en cada momento. Castigado cuando ha tocado, premiado cuando ha tocado… La prueba es que mi hija mayor no ha tenido ningún problema con los mismos padres y en el mismo entorno».
La joven, ahonda el progenitor, «no podía vivir en casa entre tantas dificultades y se tuvo que marchar con 18 años a un piso. Después vivió en Francia y en Barcelona. Se fue para no convivir con tanto sufrimiento, porque le afectaba mucho el ambiente difícil que generaba su hermano». Según detalla el padre, «hoy no se habla con él, ni él quiere saber nada de ella».
Publicidad
Los padecimientos son incesantes. «Hará un mes quería dinero y empezó a romperlo todo una vez más. Llamé al 112 y huyó de casa. En diciembre, lo tiramos por su mala conducta y nos destrozó los retrovisores de los coches. Ahora los aparcamos escondidos a siete u ocho calles porque si no le das dinero la emprende a patadas». La impotencia se adueña una y otra vez de la familia. «Al final, si sigue así, lo que haremos es, sencillamente, dejarlo en la calle. A ver si así recapacita. Las opciones como padres se nos agotan».
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.