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Más allá de la avenida principal de Catarroja, mucho más, están las barracas. «Como no ven el barrio parece que no existe. Está todo hecho un asco», se queja Paco. No hay ni un milímetro de la calzada que no esté recubierto por una densa capa de lodo. La basura forma columnas que se imponen ante las fachadas de los edificios. Para adivinar cómo era la zona antes de que la DANA arrasara con todo hay que echar mano de la imaginación. Grandes pilas de muebles carcomidos por la inundación hacen que sea prácticamente imposible caminar. Hay que ir de puntillas.
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De puntillas. De manera superficial. Como han pasado por el barrio de las barracas las fuerzas y cuerpos de seguridad según han asegurado los vecinos. Los afectados critican que los profesionales no han acudido a limpiar la calle hasta que se cumplieron diez días de la inundación.
Beatriz Gastaldo empuja un carro de la compra lleno de comida, bebida, pañales... De su cuello cuelga una cámara. «Estoy grabándolo todo para que se sepa que nos tienen abandonados», confiesa. El material fotográfico que antes empleaba para grabar vídeos de parques de atracciones ahora es testigos del más absoluto horror. Un militar de la UME mira fijamente a los voluntarios. Algunos de ellos completamente equipados con Equipos de Protección Individual (EPIS), otros con cualquier chandal que tenían por casa. El militar farfulla: «Hace dos años estuve en un terremoto en Turquía. Fue terrible. Esto se le parece». Y su duro semblante se nubla. «La gente lo ha perdido todo. Es horrible». Y luego reprende la marcha.
Los vecinos repiten que la ayuda ha llegado demasiado tarde. «Si no fuera por los voluntarios nos hubiéramos muerto de hambre y de sed. Nos tienen completamente abandonados», dice Beatriz. Primero vino el shock. Luego la tristeza y ahora la rabia se ha apoderado de los habitantes de las barracas.
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Juan Cano
En cada metro cuadrado hay un voluntario con una pala en la mano. Remueven el fango. Insisten en tirar el agua empantanada por las alcantarillas. Pero los desagües no tienen más capacidad. «Lo que estamos haciendo es coger el barro, meterlo en cubos y lanzarlo al barranco. Ya no sabemos qué hacer», cuenta Ainhoa. Se levanta y baja la mascarilla periódicamente. Tiene una tos ronca. Los ojos llorosos. «Tengo bronquitis pero como aquí no hay antibióticos no hay nada que hacer», comenta resignada. Los vecinos de las barracas aseguran que el pasado miércoles por la tarde un farmacéutico trató de entrar en el barrio con medicinas valoradas en 1.200 euros. No le permitieron el paso. Tuvo que llevarlos a los puntos de recogida. En la zona sobre todo viven ancianos que no pueden correr el riesgo de salir de sus viviendas. Hay puntos que el fango supera la altura de los tobillos. La calle se convierte en una trampa para los más vulnerables.
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Hay personas que no pueden enfrentarse a la realidad. Ainhoa confiesa: «Mi vecino está en shock. Trataron de subir a su padre con una sábana desde el balcón pero una ola se lo llevó». Las calles llenas de fango les recuerda todo lo que han perdido.
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