Miguel Ricart sale de la Ciudad de la Justicia de Barcelona tras su última detención. EVA PAREY

La vida de Miguel Ricart entre asesinos y estampas

El expresidiario coincidió en la cárcel con los criminales y violadores más crueles de los últimos tiempos y ahora lleva estampas religiosas en su cartera

Javier Martínez

Valencia

Sábado, 15 de abril 2023, 07:15

Las historias que cuentan los presos no deben trascender fuera de los muros. Miguel Ricart Tárrega, el único condenado por el triple crimen de Alcàsser, conoce muy bien los códigos carcelarios tras pasar 20 años entre rejas, la mayor parte de ellos con un ... elenco de asesinos y violadores, la peor escoria humana que ha dado con sus huesos en las celdas de la prisión de Herrera de la Mancha.

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«Podría escribir un libro», afirma el exconvicto en una entrevista concedida a Manu Giménez, director del canal de YouTube 'El Rincón del Disidente'. «No puedo contar cosas de ETA, no puedo contar de narcos porque me darían 'cerrajete'. Yo me he topado con gente que si yo os contara... He estado con los etarras de Hipercor, los que mataron a Miguel Ángel Blanco y muchos más», recuerda Ricart.

Pero sólo presume de una amistad: «Me llevaba muy bien con Sito Miñanco. Comíamos juntos y luego le invitaba a café porque yo era el segundo responsable del economato. También le daba mis yogures de fresa. A mí no me gustaban, estaba harto de tanto yogur y él me pedía que se los diera. Había muchas envidias».

Cuenta que al narcotraficante gallego le tuteaban muy pocos: «¿Qué confianza tienes tú conmigo para llamarme Sito?», contestó a un recluso que le gustaba malmeter. Ricart se sentía más seguro al lado de José Ramón Prado Bugallo (nombre real de Sito Miñanco), un preso muy respetado en el penal manchego.

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Allí coincidió con los asesinos y violadores más crueles de los últimos tiempos: Joaquín Ferrándiz, Valentín Tejero, Miguel Carcaño, José Bretón, Tony King, Antonio Ángel Martín (conocido como el pederasta de Ciudad Lineal) y Santiago del Valle, entre otros reclusos que han levantado un enorme interés mediático.

Entre las anécdotas que vivió entre rejas recuerda cuando firmó autógrafos, pocos días antes de liquidar su condena, que le pidieron dos jóvenes reclusos que acababan de ingresar en la prisión de Herrera de la Mancha. «Estaba a punto de salir y un chavalote vino con una foto mía que había sacado con una impresora para que le firmara, y yo le dije: ¡Venga tío!», cuenta en la entrevista realizada en una calle de Barcelona.

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Su vida en la cárcel era tan mortecina como cómoda. Sólo la cuenta atrás de su libertad, cuando el Tribunal de Estrasburgo tumbó la doctrina Parot, devolvió cierta complacencia al recluso. El 29 de noviembre de 2013, Ricart salió de prisión con cerca de 2.500 euros después de trabajar dos años en el comedor de la cárcel. El revuelo mediático que causó su excarcelación le obligó, pocos días después, a abandonar España.

De su vida fuera de prisión se queja del acoso periodístico y agradece la ayuda que recibió de fundaciones religiosas. Quizás, por eso, ahora lleva siempre varias estampas de Cristos en su cartera. Aunque intentó varias veces cambiar su apellido manchado de sangre, asegura que nunca se ha escondido. «A mí no me da miedo nada ni nadie», asevera.

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Tras varias días de acoso periodístico en diciembre de 2013, Ricart cogió un autobús con destino a Francia, donde fue acogido un largo período de tiempo por Secours Catholique (Cáritas France), y su paradero fue una incógnita hasta el 15 de enero de 2021, cuando la Policía lo identificó en un edificio okupa del distrito de Carabanchel en Madrid.

«Estuve dos años llevando un camión en la fundación San Martín de Porres, y todo me iba muy bien hasta que me localizaron. Entonces el director de la fundación y el hermano Antonio me dijeron que me tenía que ir hasta que el fuego se apagara», asegura el expresidiario en referencia al revuelo mediático que provocó su identificación policial.

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Desde ese momento, la vida de Ricart dio un giro de 180 grados. Las malas compañías y las drogas hicieron que volviera a tocar fondo, y el 20 de diciembre de 2022, volvió a dar con sus huesos en un calabozo al ser detenido por los Mossos d'Esquadra en una operación contra el trapicheo de drogas en el barrio del Raval en Barcelona.

Dos años antes, bajo el paraguas de entidades benéficas y religiosas, había soportado los peores meses de la pandemia en Barcelona, la misma ciudad donde ahora trata de desengancharse de las drogas en un centro de tratamiento de adicciones.

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Una dura niñez

La madre de Ricart murió cuando él tenía cuatro años, y su padre lo sometía a castigos físicos. Compartió pupitre con los niños huérfanos del colegio San Juan Bautista de Valencia, donde tuvo un buen comportamiento con sus compañeros y las religiosas. Luego consiguió una beca para la Universidad Laboral de Cheste, pero fue expulsado de este centro, y fue alumno también del instituto de Catarroja.

A los 16 años abandonó los estudios y se puso a trabajar en tareas agrícolas. En esta época comenzó a coquetear con las drogas, que moldearon su conducta junto con las malas compañías. Con su mayoría de edad recién estrenada, se marchó de casa para vivir con su pareja y sus dos cuñadas. Las tres hermanas compartían vivienda con un joven de 18 años que apenas aportaba dinero para los gastos domésticos.

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Trabajó de barrendero en Catarroja, un concesionario de automóviles y la fábrica de hielo de Mercavalencia. A los 20 años se enroló en la Legión y fue destinado a Málaga. Poco después su novia se quedó embarazada y dio a la luz a la hija de ambos. Durante una entrevista clínica negó haber mantenido relaciones homosexuales en su juventud y rechazó las conductas de tipo sádico.

Tras su paso por el Ejército, Ricart volvió con su pareja, pero la relación se rompió debido a discusiones por su holgazanería y a problemas de convivencia. Entonces se fue a vivir a la casa de Antonio Anglés, su habitual proveedor de droga, y entró en un círculo de delincuencia y drogas con participación en atracos, robos de vehículos y un ingreso en la cárcel de Picassent, concretamente el 19 de agosto de 1992. Tres meses después, Anglés y Ricart violaron y asesinaron a las niñas de Alcàsser tras ofrecerse a llevarlas en el coche de este último a la discoteca Coolor, que fue derribada en 2014.

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Según los hechos probados en la sentencia que condenó a Ricart a 170 años de prisión, los dos asesinos pudieron actuar en compañía, «posiblemente de alguna otra persona más», cuando invitaron a las tres jóvenes a subir al vehículo. Pero nunca se pudo demostrar la implicación de un tercer individuo.

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