El crimen de la peluquera de Tavernes, a punto de prescribir sin ningún culpable
La Guardia Civil ha realizado más de 150 pruebas de ADN en 20 años, la última hace unas semanas, para cotejar los perfiles genéticos con los restos epiteliales hallados en una uña de la víctima en 2005
El crimen de la peluquera de Tavernes de la Valldina sigue siendo para la Guardia Civil una espina clavada, un asesinato sin culpable, un ... caso sin resolver con diligencias policiales que se amontonan entre decenas de carpetas. Veinte años después de la muerte violenta de Pilar Ramírez, el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 1 de Sueca no ha archivado todavía el caso por prescripción, y sigue autorizando diligencias de investigación para tratar de identificar al autor o los autores del crimen.
Los biólogos del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil han realizado más de 150 pruebas de ADN, la última de ellas hace solo unas semanas, para cotejar los perfiles genéticos del mismo número de varones con los restos epiteliales hallados en una uña de la víctima.
Como Pilar arañó al hombre que le quitó la vida en un forcejeo cuando trató de escapar, los investigadores realizaron un gran esfuerzo entre los años 2005 y 2015 para tomar muestras de ADN al mayor número posible de vecinos de Tavernes, alguno de ellos por alguna sospecha, pero otros muchos porque conocían a la víctima o estaban cerca de la escena del crimen aquella tarde.
Temporeros, empleados de una fábrica, delincuentes que vivían en pueblos cercanos y hasta amigos de Pilar se convirtieron en sospechosos. El miedo se apoderó de los vecinos de Tavernes con sentimientos encontrados: rabia porque no detenían al culpable, temor y angustia ante la posibilidad del que el asesino fuera alguien conocido, y compasión por el sufrimiento de la familia de la peluquera.
Cristóbal Sánchez, amigo de la mujer asesinada y de su marido, fue detenido, imputado y encarcelado. Los investigadores estaban convencidos de que era el asesino tras hallar varios indicios que deducían su culpabilidad, pero las pruebas de ADN demostraron su inocencia.
Tres años después, la Audiencia Provincial de Valencia confirmó el archivo de la causa abierta contra él. «Nunca olvidaré los dos meses que estuve en la cárcel», afirmó Cristóbal en una entrevista concedida a LAS PROVINCIAS. «Es muy duro que te acusen de algo que no has hecho, pero es todavía más duro que vayas a la cárcel por un crimen que no has cometido», dijo con pena.
La última prueba de ADN
Veinte años después del asesinato, una carta enviada desde Francia puso a la Guardia Civil sobre la pista de otro sospechoso. Un delator atribuía el crimen a un hombre que veraneaba en Tavernes en 2005. Los investigadores quemaron el último cartucho. Buscaron al individuo y pidieron colaboración a la Policía francesa para que le tomara una muestra de ADN, pero tampoco hubo coincidencias en el cotejo de los perfiles genéticos.
Desde el asesinato de Pilar, los vecinos son más precavidos a la hora de pasear por las zonas rurales de Tavernes. El miedo, pese a los años que han pasado, aún no ha desaparecido del todo, especialmente en las mujeres, que evitan andar solas por las afueras del pueblo.
El día del crimen, Pilar llevó a su hijo de seis años al colegio sobre las 15 horas, y luego dio un paseo por el Camí del Pont, a la salida del casco urbano, como solía hacer de manera habitual en compañía de una amiga. Era una costumbre saludable y una forma de pasar el tiempo hasta que llegara la hora de recoger al pequeño, las cinco de la tarde, pero aquel día (el 3 de febrero de 2005) caminaba sola junto a los campos de naranjos.
Horas después, unos niños encontraron el cuerpo de Pilar en un huerto próximo a un camino, a unos cien metros de las primeras casas del pueblo. Los menores se asustaron y corrieron para avisar a los trabajadores de un fábrica cercana. Cuando llegaron los primeros sanitarios, la vida de la victima pendía de un hilo, que se quebró en la ambulancia durante el traslado al Hospital Francesc de Borja de Gandía, donde ingresó cadáver.
Cuando la hallaron moribunda, la mujer estaba tendida boca abajo sobre un gran charco de sangre. Tenía la cabeza destrozada por los golpes que le propinaron con un pedrusco, y no fue víctima de una agresión sexual, según la autopsia. Las joyas que llevaba estaban intactas, por lo que se descartó el robo como móvil del crimen.
La Guardia Civil investigó a amigos y familiares de Pilar y su marido. Todo el entorno del matrimonio estuvo bajo sospecha, pero los interrogatorios y las pruebas científicas no resolvieron las incógnitas. Una testigo declaró que aquella fatídica tarde vio a un hombre que se estaba masturbando en un huerto cercano a la escena del crimen, y posteriormente identificó a Cristóbal Sánchez como este sospechoso, pero el ADN hallado en una uña de la víctima pertenece a otro individuo todavía sin identificar.
Otra línea de investigación se centró en los temporeros que trabajaban aquel día en la zona después de que otra testigo afirmara que había visto un forcejeo entre varios hombres y una mujer junto a un campo de naranjos.
La víctima era natural de Getafe (Madrid), estaba casada con Enrique Alberola y tenían un hijo de seis años, que se encontraba en el colegio cuando asesinaron a su madre. Pilar ejercía como peluquera en Tavernes, primero en un establecimiento y luego comenzó a prestar sus servicios a domicilio. Era muy conocida en el pueblo.
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