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El edificio calcinado en Campanar.

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El edificio calcinado en Campanar. Iván Arlandis

El drama de esperar a los pies del infierno de Campanar

Dos jóvenes en busca de noticias de los familiares de unos amigos. Policías repartiendo pizza. Silencio sólo roto por las bombas de agua de los bomberos. Así ha sido la noche más triste de la tragedia

Belén Hernández y Gonzalo Bosch

Valencia

Viernes, 23 de febrero 2024, 07:25

«Por favor, estoy buscando a una persona. ¿Me podéis dar información?» Un joven con la voz entrecortada se dirige a un agente. El cordón policial lo separa de la finca de la tragedia. Al policía se le ensombrece el rostro. Ya se han confirmado cuatro fallecidos. Un total de 19 desaparecidos. Aun así, pregunta a sus compañeros. «Si sabemos algo te avisaremos», le dice. Y Christian sigue esperando noticias.

La tía de una amiga suya residía en el edificio de Campanar consumido por las llamas. Observaba desde el teléfono móvil el plano de la finca. Mirando con los ojos vidriosos las llamas que salen por las ventanas. «Seguro que ha fallecido». Ya han perdido la esperanza. Pero ha recorrido Valencia de madrugada por intentar consolar a su amiga.

No hay nada que pueda hacer. Las llamas continúan avivándose sin piedad. Se pone los auriculares y decide que es momento de irse a casa. Preparándose mentalmente para darle la mala noticia a su amiga. «Su tía no estaba en ningún hospital. No habrá podido salir», revela con un nudo en la garganta.

A su lado está Valeria. Acaba de salir de trabajar. En lugar de irse a casa a descansar ha decidido acercarse para saber si aparece la familia de su compañero de trabajo. Allí vivían los tíos de su amigo, dos niños y su mascota. Ni rastro de ellos. «Deben ser los cuatro cuerpos que ha visto la policía desde el dron», comenta angustiada.

La joven apura cigarro tras cigarro. Se queda en la escena hasta ya entrada la mañana. Prestando atención a todos los focos del incendio. Informando a sus amigos por el grupo de WhatsApp. «No éramos conscientes de lo que estaba pasando hasta que mi amigo ha dicho que estaba ahí su familia. Ahí se ha hecho el silencio».

Todavía no le ha dado el pésame. Tampoco confía en que la familia de su amigo siga con vida. Pero no hay palabras de ánimo tras una pérdida tan trágica. Desgarradora. La incredulidad de la gente se palpa en el ambiente en una noche en la que Valencia se ha teñido de negro.

Centenares de efectivos trabajan sin descanso para conseguir apagar hasta la última llama. La mayoría de ellos han acudido voluntariamente. Un Policía Local se acerca a los periodistas que llevan horas haciendo guardia. «¿Habéis cenado? Tened aquí unas pizzas. Están frías pero algo es algo», ofrece el agente con una tierna sonrisa en el rostro. Los supermercados y comercios se han volcado con los profesionales que trabajaban. A pesar del frío. A pesar del sueño. Con un único objetivo: darle fin al incendio.

El hospital de campaña habilitado para atender a las víctimas, muchas de ellas con ataques de ansiedad, ya está vacío. Los psicólogos municipales han tenido una larga jornada por delante. Tratando de mandarles un mensaje de esperanza. Lo han perdido todo, pero han conseguido salvarse. Pero los sanitarios se mantienen en vilo en caso de que aparezca una emergencia fortuita.

Alrededor de la finca calcinada de Campanar hay un centenar de personas unidas por el duelo. Valencia está en un silencio ensordecedor que sólo rompe las bombas de agua de los bomberos. «¡Chico, más arriba!», le dice uno de los efectivos a su compañero por la megafonía. Y vuelve el silencio.

La noche avanza cada vez más fría. Siguen llegando efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) para respaldar a sus compañeros. Cada vez más cerca de que el fuego se apague y lo único que quede es el denso olor a humo. Aunque la finca de Campanar se ha convertido en un recordatorio de la tragedia. Negra. Devastada. Un recuerdo de cuando todo se perdió en un abrir y cerrar de ojos.

Mientras el dron policial apunta con su foco a los balcones calcinados, un policía nacional se acerca al fotógrafo. «Tened cuidado con las imágenes. No queremos que se vean los cuerpos por respeto a las familias», dice el agente. El fotógrafo responde que no cree que su lente haya sido capaz de captarlos. «Si yo lo he visto tú también lo vas a ver», sentencia el policía.

Tenía razón. En una de las fotografías se puede ver un cuerpo en uno de los balcones. Totalmente consumido por las llamas.

Faltan escasos minutos para que el sol salga y se pueda ver a plena luz del día los estragos del incendio. Una noche de insomnio colectiva en la ciudad de Valencia.

El gélido aire no da tregua y el sol comienza a asomarse. Pero los cuerpos de seguridad siguen trabajando sin descanso.

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