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La Audiencia de Valencia ha visto pocas veces a un acusado enfrentado a penas tan elevadas. Nada menos que 111 años de cárcel es lo que pide la fiscalía para Christian S. E., por los presuntos abusos y agresiones sexuales a siete menores de una congregación religiosa de Camp de Morvedre de la que también era miembro el sospechoso. Según la acusadora, el joven se presentaba como educador y orientador para ganarse la confianza de los padres y luego aprovechaba clases de repaso o viajes por diferentes poblaciones de toda España para pedirles y realizarles masturbaciones, felaciones o penetraciones anales. Las supuestas víctimas tenían entre 12 y 15 años cuando comenzó el infierno que denunciaron este lunes tras la mampara.
Durante su declaración en el juicio, Christian S. E. negó rotundamente haber cometido los delitos sexuales. En ninguno de los siete casos. «Los niños eran mis colegas, era sólo una relación de amistad», describió. Sí admitió haber viajado con los menores y haber compartido habitaciones de apartamento, caravana, tiendas de campaña y hasta cama «pero no hice nada de lo que dicen nunca, eso se lo han inventado», expuso en su defensa. «Jamás» fue su palabra más repetida.
Nada que ver con lo que ayer comenzaron a describir las siete supuestas víctimas. Uno de ellos, hoy de 19 años, tenía 13 cuando conoció a Christian en la congregación. «Decía que me iba a ayudar con las cosas del colegio, pero un día empezó todo... comenzó a masturbarse delante de mí y me invitó a participar». Después, en los viajes, «por H o por B, tocaba dormir con él»
A partir de ahí «comenzaron muchas más cosas que yo no quería» y que el joven narró ante el tribunal con todo detalle. «Nunca fue consentido. Nunca fui su pareja», ahondó. Preguntado por la razón para callar y acceder durante varios años, el joven dio esta explicación: «Él era amable y tranquilo hasta que me negaba a sus deseos. Entonces, chillaba, daba golpes. Un día estrelló un móvil que quería usar para avisar a mis padres». Al final, confesó, «me daba igual la vida, pero me decidí a denunciarlo porque vi a Christian con otros niños y me sentí identificado. No podía consentir que les hiciera lo mismo que a mí».
Las víctimas ofrecieron relatos muy semejantes y siempre coincidiendo en una idea: accedieron a los deseos del sospechoso por la vergüenza e inmadurez propia de su corta edad y también por el «temor a sus represalias y enfados» si trataban de esquivar el contacto sexual.
«Con 13 años, al principio te quedas quieto. Yo no supe qué hacer cuando me puso un vibrador en los genitales». Para este joven, que hoy tiene 23 años y sufrió los presuntos abusos con 14, «él venía a nosotros con una intención muy concreta. Se ganó nuestra confianza para lograr su objetivo». Dijo haber padecido la presunta pederastia de Christian «en el cuarto de baño de una estación de servicio, en su coche en el garaje...»
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