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Tiene mil caras en las redes sociales y sufre un trastorno disocial de la personalidad que le empuja a cometer estafas, su delito preferido, tras suplantar a jóvenes apuestos. Beatriz M. M., de 23 años, es conocida como la abusadora de los ojos vendados, la estafadora de las citas a ciegas o la suplantadora de Picassent. Su rostro ya es archiconocido tras ser difundido por varios programas de televisión, periódicos y revistas, y quizás por eso se esconde detrás de perfiles falsos en las redes sociales.
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Javier Gabrielle Sánchez Butterini, Massimiliano Caprecci y Aleix Capdevila son algunos de los nombres e identidades que utilizó Beatriz, con fotos de jóvenes muy atractivos, para cortejar a chicas de su edad, concertar citas con ellas y manosearlas tras pedirles que se taparan los ojos con un antifaz o una venda. La excusa que esgrimía para que sus víctimas aceptaran los encuentros a ciegas es que se avergonzaba de su aspecto porque padecía leucemia. Todo era falso, desde los nombres hasta sus amistades íntimas con un arquitecto italiano o un bloguero catalán, aunque la grave enfermedad sí la padece un familiar que se ha desvivido por ella.
¿Pero por qué suplanta a jóvenes apuestos? La policía cree que Beatriz lo hace por un doble motivo: quiere abusar sexualmente de sus víctimas y también les pide dinero. La estafadora siempre actúa de la misma forma. Con uno de sus perfiles falsos en Instagram contacta con una chica, entabla amistad con ella y coquetea con mensajes cariñosos hasta conseguir que le facilite su número de móvil. Luego le envía vídeos y fotos, alguna de ellas íntimas, para engatusar a la joven. Algunas veces tarda varias semanas en ganarse la confianza y el afecto de su víctima, pero Beatriz no tiene prisa. Sabe que está sembrando para después recoger.
Y tiene labia. Miente muy bien. Sonríe, imita voces de chico, inventa con gran fantasía y no se separa de su teléfono móvil para responder con rapidez. Improvisa también cuando sus planes fracasan o es detenida por la policía. «Beatriz es casi una estafadora profesional, una experta en redes sociales que falsifica perfiles con perfección y facilidad», afirma uno de los agentes que la detuvo en Valencia.
«Ha engañado a varias chicas en los últimos años con su doble juego, suplantando a un joven atractivo y haciéndose pasar por una amiga del suplantado», añade el policía. De esta forma, Beatriz pudo preparar las citas a ciegas en las que manoseó a sus víctimas. La joven propició los encuentros en una tetería y un centro de estética y luego se ofreció para colocarles el antifaz, según las denuncias investigadas por la policía.
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Tras vendarles los ojos, la suplantadora les hacía creer que se marchaba o salía de la habitación, como le había pedido su amigo enfermo de leucemia, para volver segundos después e imitar la misma voz de chico que algunas de las jóvenes engañadas habían escuchado con anterioridad en conversaciones telefónicas.
En el caso de la tetería, Beatriz trabajaba como camarera en el establecimiento y esto facilitó los abusos sexuales, porque citó a su víctima en el local cuando estaba cerrado al público. Y la otra cita a ciegas tuvo lugar en el centro de estética que regenta la madre de la joven engañada, y la estafadora también quedó con su amiga fuera del horario comercial.
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Algunas de las víctimas le pagaron el alquiler de su piso y la cuenta del supermercado. Beatriz les dijo que sus padres habían muerto y que necesitaba dinero. Otra mentira. También le regalaron ropa, móviles y una pulsera. «Ponía cara de mojigata cuando pedía las cosas y parecía muy buena chica», explica una de las víctimas que denunció a la estafadora.
Beatriz es hija única y abandonó su hogar tras cumplir la mayoría de edad. Su padre falleció y su madre se desvivió por ella para que no le faltara de nada. La joven estudió en un colegio religioso y otro centro escolar de Valencia, pero no llegó a terminar el Bachillerato. Cuando le diagnosticaron el trastorno disocial de la personalidad que padece, su familia costeó su tratamiento psicológico y estuvo muy pendiente de ella. «Su madre lo está pasando muy mal. Hizo todo lo posible para reconducir su conducta, pero Beatriz no escarmienta. Es un disgusto tras otro», sostiene un fallero de la comisión Císcar-Burriana. «Era de nuestra falla y recuerdo que era una niña muy risueña», añade el hombre.
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En los últimos años, la joven residió en casas de varias amigas y con una mujer de avanzada edad. Con sus mentiras y algunos trabajos esporádicos en una hamburguesería y una tetería de Valencia, donde concertó una de las citas a ciegas, pagaba sus gastos y subsistía. Una examiga de Beatriz la define como «una experta en entresijos de internet con mil caras en Instagram y Facebook».
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