![«Iban a por la fortuna de Teresita y le hicieron firmar el testamento»](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2025/02/15/Picazs.jpg)
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Para Manuel Marqués, María Teresa Marqués siempre fue la prima Teresita. Y para ella, él siempre fue Manolito. Un vínculo familiar surgido desde que ambos ... nacieron en Gandia. Cuando ella ejercía «de prima mayor» y acompañaba a los pequeños en la playa. O de juegos infantiles en el patio interior del caserón de la calle Vicaris de la capital de la Safor, «con un platanero enorme que daba plátanos dobles». Una conexión mantenida con los años, pese a que ella se casó con Luis Gozalbo, mandamás de los servicios jurídicos del imperial y extinto banco Banesto, mano derecha de Pablo Garnica, y con el matrimonio se mudó a Madrid. Pero siguieron viéndose en comidas familiares en la 'terreta', bodas y otras celebraciones. «Ella siempre me presentaba como 'el jefe de la familia', cosas de entonces de ser el único hijo varón», bromea Manuel.
Con la muerte de Teresita llegó la tormenta. Manuel Marqués es el denunciante (junto a su hermana y primos) detrás de la sentencia publicada en exclusiva por LAS PROVINCIAS: la de la condena a una notaria de Carcaixent por dar luz verde al testamento firmado por la anciana, con un patrimonio que supera los 12 millones de euros, pese a que la anciana, tras sufrir hasta tres ictus, no estaba en sus cabales para saber lo que consignaba.
Así lo consideró la Audiencia en una resolución no firme. El fallo inhabilita a la funcionaria, pero sobre todo la hace responsable (a ella y a su aseguradora) de la restitución de los 12 millones, entregados a la Fundación Gozalbo-Marqués, fundada por María Teresa tras la muerte de su marido, e integrada en su mayor parte como patronos y presidentes por los sobrinos de la fallecida, a los que también fueron cantidades de hasta 600.000 euros. Los mismos que también figuran como administradores en las empresas de la mujer. Una telaraña de dinero, herencia y familia que debe ahora desentrañarse tras la denuncia de Manuel Marqués y el dictamen de la Justicia.
Mientras la calle Convento de Santa Clara bulle por la tarde con terrazas llenas de 'guiris' y estudiantes en pleno centro de Valencia, en el despacho de abogados Picazo Asociados Manuel Marqués, de 78 años, recuerda aquellos extraños días de 2013. Cuando 'Teresita' estaba ingresada en el Hospital Aguas Vivas de Tavernes de la Valldigna. La anciana vivía ya en aquel entonces en una enorme propiedad en Benicull. En el Huerto del Coronel, una casa de campo entre naranjos a la que se trasladó tras la muerte de su marido un año antes. «Allí estaban sus sobrinos y empleados trabajando en la gestión de las propiedades y alquileres. Toda la planta de arriba estaba llena de ordenadores». Cuando Teresita cayó enferma y tuvo que ser hospitalizada, se lo ocultaron a Manuel y los suyos: «No nos dijeron nada porque un sobrino dijo a todos los empleados que no nos avisaran a los familiares».
No fue el primer elemento raro que detectó Manuel, excatedrático de Matemáticas y con una mente tremendamente lúcida a sus hoy casi 80 años. En el hospital inicialmente los sobrinos hasta se negaban a dejarles verla. Luego aceptaron, «pero siempre con alguien en la habitación para vigilarnos sobre qué hacíamos o decíamos». Los médicos no les daban información por indicación de los sobrinos, según Manuel. El vecino de Gandia acabó acudiendo a la Fiscalía. «No sólo por que no nos dijeran nada ni nos pusieran problemas para verla. Me pareció que tenían a Teresita mal tratada y no como debía, aunque eso es una opinión mía», apunta el familiar de la anciana.
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El detonante llegó una mañana, cuando una mujer que cuidaba a la anciana avisó a Manuel y sus familiares. «Nos dijo que estaba muy alterada y como molesta». Cuando llegaron a la habitación de su prima comprobaron que llevaba «el dedo lleno de tinta». La notaria luego condenada había procedido a la firma del testamento el día anterior en la misma habitación del hospital. Con el dedo y la tinta estampó en la documentación la huella de Teresita para dar luz verde a su legado. Manuel dio parte a la Fiscalía y se inició el proceso que acabó con la condena a la notaria y la anulación del reparto de la herencia.
«Iban a por su fortuna y le hicieron firmar. Teresita no estaba en condiciones de entender aquello, es imposible. Nosotros no teníamos ni tenemos ningún interés en aquella herencia, ni teníamos derecho a dinero alguno. Pero no queríamos que se salieran con la suya. Y no la tenían bien cuidada», recuerda Manuel. Asegura que también desconocía en aquel momento que por denunciar un testamento que puede acabar en manos de la Generalitat le correspondiera una recompensa, algo que marca la ley. Un 10% de la masa hereditaria que ahora sí ha reclamado por medio de su abogado, Pedro Picazo.
La telaraña entre los bienes heredados y los sobrinos se constata con algunos datos. Esla Inversiones es una de las sociedades que lanzó el matrimonio fallecido. Con sede en la misma esquina de la calle Coslada del barrio de Salamanca de Madrid en el que vivían Luis y Teresita «y por la que sacaban un montón de dinero de alquileres», señala Manuel. Esa entidad tiene hoy un capital social de más de dos millones de euros. Y uno de los familiares receptores de la herencia como único administrador, un general que además figura como presidente de la Fundación Gozalbo-Marqués.
Manuel va recordando retales de escenas y palabras de aquellos días. Como aquel día que Teresita le dijo en el entierro de su marido que iba a poner en marcha una fundación. «Era muy religiosa y quería dedicarla a fines sociales. Pero no me dijo que fuera a mandar allí su herencia, de hecho como que le quitó importancia a la fundación». Está constituida con apenas 20.000 euros de capital social. O aquella otra vez que su prima le soltó un comentario de su propio marido, fallecido de cáncer:«Cuando yo me muera vas a ver cómo son mis sobrinos».
Manuel reitera una y otra vez en la conversación que nunca le ha guiado el dinero. Ni las propiedades de su prima en Madrid, ni las muchas fincas en la Comunitat, las obras de arte que atesoraba por tener ella una galería en la capital o las promociones de viviendas que su esposo lanzó también en Dénia. «Creíamos que era recuperable del ictus y queríamos verla, hablarle de aquellos días de niños en la playa y sacarla a pasear, ver si eso la hacía volver a ser ella».
Ahora se abre un horizonte que puede prolongarse casi una década entre el inminente recurso al Supremo de la notaria condenada y el posterior dictamen sobre la millonaria herencia. Manuel tuerce el gesto: «Nosotros sólo queríamos verla y darle besos y cariños. ¡Si yo ni tenía testamento hasta hace nada y ni sé lo que es un legado!».
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