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daniel roldán
Jueves, 1 de noviembre 2018, 09:14
La estación Bellingshausen está situada en el extremo noroeste de la Antártida. Allí, en una esquinita, en la isla Rey Jorge, decidió la Unión Soviética hace cinco décadas establecer su base, abierta los doce meses del año, para la investigación. Con posterioridad, otros países siguieron a los soviéticos y montaron sus propios departamentos científicos. En ese remoto rincón, Oleg Beloguzov, ingeniero de gas y electricidad, fue atacado por otro miembro de la expedición rusa, el ingeniero Sergei Savitsky, que le apuñaló en el pecho. ¿El motivo? Se había hartado de que su compañero le destripara el final de los libros que compartían.
Savitsky está confinado en su casa de San Petersburgo, según indicó un tribunal ruso, a la espera de que se terminen de esclarecer los sucesos. Por su parte, Beloguzov permaneció ingresado dos semanas en el hospital Magallanes de Punta Arenas (Chile) de la puñalada recibida el 9 de octubre. Los hechos se conocieron cuando el presunto atacante pisó suelo ruso hace unos días. «Es malo que todo haya acabado así», indicó un abatido Savitsky al portal ruso de noticias 47news. Todo ocurrió en el comedor de la base, en una jornada habitual de trabajo en la Antártida, cuando el atacante rompió la monotonía.
Savitsky se fue a por Beloguzov, al que criticó. Ambos comenzaron una pelea, que terminó cuando el primero cogió el cuchillo y le asestó una puñalada. La rápida intervención del resto del personal –el equipo está formado por doce personas– permitió mantener con vida a Beloguzov. Tras el ataque, Savitsky se rindió ante la máxima autoridad de la base, Alexander Klepikov, que lo mantuvo bajo arresto hasta que fue trasladado a Rusia.
Las autoridades rusas buscan la causa del «colapso emocional» que llevó a Savitsky a provocar el ataque. Y se inclinan por que la culpa la tuvieron los libros, más o menos. Ambos científicos han pasado varios meses juntos trabajando en estaciones remotas de la base y compartiendo habitación. La convivencia provocó algún roce, que se incrementó con una pequeña manía de la víctima: narrar los libros que cogían de la biblioteca de la base. Beloguzov se acostumbró a contar los acontecimientos de cada lectura, incluidos los finales. El problema es que lo hacía antes de Savitsky se terminara los volúmenes. Así durante un año, hasta que el científico se hartó de la manía de su colega, de sus 'spoilers' constantes, y se lo recriminó en el comedor ayudado por una buena dosis de vodka.
Ahora, Savitsky se enfrenta a un juicio por intento de homicidio, el primero de estos casos que se produce en el continente, aunque las autoridades quieren tener todos los detalles antes de decidir qué hacer, ya que sospechan que puede haber algo más que unos simples destripes literarios. También buscan cómo mejorar las instalaciones en Bellingshausen. Solo un par de canales de televisión, mala conexión a internet y demasiado alcohol no son una buena combinación.
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