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El laberinto judicial del crimen de Godella
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Las siete claves del juicio por el asesinato de los niños tras la primera semana de declaraciones ante el juradoEl juicio por el asesinato de los niños de Godella entra, a partir de mañana, en su recta final. Los nueve miembros del jurado tienen ... ante sí un laberinto como pocas veces se ha visto en una causa criminal, en el que lo real se entremezcla con lo imaginario, religioso o esotérico. La enfermedad, con la posible intencionalidad. Las acusaciones se entrecruzan. Y la responsabilidad es máxima: señalar o no a algún culpable para hacer justicia a dos inocentes, los hermanos Amiel e Ixchel, asesinados a golpes con violencia extrema en la dolorosa noche del 13 de marzo de 2019. Sus padres, Gabriel y María, son los sospechosos. Y estas, siete claves del desarrollo del juicio que se sigue en Valencia.
La no imputabilidad de la madre es punto central del proceso. Diagnosticada con una esquizofrenia de tipo paranoide que nadie cuestiona entre las partes, decida lo que decida el jurado María no irá a prisión. Aun si el tribunal estableciera su autoría material en el doble asesinato no se podría hablar de culpa, pues en ese momento sufría un brote agudo. La culpabilidad, entendida como responsabilidad penal, podría recaer, en todo caso, sobre Gabriel.
El fiscal Javier Roda lo considera motor del crimen, haya o no participado, y se enfrenta a 50 años de cárcel. Él «inculcó a María que la única manera de proteger a sus hijos» de la inexistente secta a la que temía (o eso decía) «era terminar con su vida». Para el acusador, y a tenor de las investigaciones, la conducta criminal de Gabriel se produce, «haciendo y dejando hacer el uno al otro». Es decir, tanto por acción como por omisión.
A pesar de su reconocida enfermedad, María quiso declarar y ofrecer su versión, por la que su abogada pide su absolución. Si bien aseguró que algunas vivencias de esa noche las ha olvidado fruto del brote, la acusada relató con claridad otros puntos tras lo que parece ser una reordenación de sus recuerdos como resultado del tiempo, la reflexión y el tratamiento. Y su testimonio se resume así: Gabriel «me volvió loca». Dijo que le convenció de la amenaza de una secta peligrosa que quería llevarse a sus hijos y en la que hasta la familia estaba involucrada. Expuso que ella dormía cuando su pareja le despertó, encontró a los niños muertos, entró en shock y los enterró en medio de la confusión mental, convencida de que hasta el padre era de la secta. Y finalmente, «me dio una paliza e intentó ahogarme». Cuestión crucial es hasta qué punto tomará por cierto el jurado este relato de unos hechos que, en teoría, ella vivió en pleno brote.
Esta frase, pronunciada por Gabriel y escuchada varias veces por los agentes que lo custodiaron antes de la aparición de los cuerpos de los niños, podría volverse en su contra. No sólo porque era cierta, como se comprobó horas más tarde, sino por esa desafección emocional ante un hecho tan terrible como la muerte de sus propios hijos. Pero no fue la única que podría revelar un conocimiento del crimen. Otra muy contundente y descrita por quienes la escucharon fue: «Ella lo ha hecho porque había que reencarnar a los niños». ¿Podría Gabriel decir algo así sin ser copartícipe o, cuanto menos, creyente en los conceptos esotéricos de los que ha querido distanciarse en el juicio?
El jefe de Homicidios también aportó otro indicio de coparticipación. Fue Gabriel, y no María, quien señaló con cierta exactitud el lugar de los campos próximos a la casa donde estaban enterrados sus hijos. Fue al ser preguntado por posibles ubicaciones en las que María podría haber ocultado los cadáveres.
María dice que dormía y le despertó Gabriel con el crimen ya cometido. La versión de él es la opuesta. Pero la Guardia Civil cree que los padres se acostaron juntos con los niños en la misma cama. En esta situación, no ven probable que uno se despertara y sacara a los menores para matarlos sin que el otro se percatara. Lo sustentan también por la presencia de la perra de la pareja, Erty, que ladraba al mínimo movimiento y, por tanto, habría despertado a uno de los progenitores si el otro se levantaba.
Los amigos de la pareja y familiares han desfilado por la sala para dibujar un perfil de Gabriel muy negativo: capaz de «morder a su hijo porque le había mordido», de propinarles empujones y zarandeos o de faltar a su atención alimenticia. También «manipulador y controlador» con María, sugiriendo incluso posibles malos tratos a su compañera. Absolutamente absorbido por las creencias conspiratorias de la secta y endiosado. «Decía ser Jesucristo».
El momento de la muerte y enterramiento de los niños sólo dejó huella en las prendas que vestía María. Así lo defiende el abogado de Gabriel, que apoya en este factor su principal argumento de defensa. Y, como resulta habitual en estos casos, recordará al jurado que ante la mínima duda sobre su participación fallen a su favor. In dubio pro reo. El jurado decidirá ahora en qué o a quién creer.
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