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Domingo, 21 de noviembre 2021, 22:26
El 9 de octubre de 1999 Rocío Wanninkhof, una joven de 19 años, desaparecía en La Cala de Mijas, un pueblecito a unos 40 kilómetros de Málaga. A los 25 días de su desaparición, hallaron el cuerpo escondido en un seto junto a varias bolsas de basura con sus pertenencias, en una urbanización a 20 kilómetros del pueblo.
Fue entonces cuando empezó la pesadilla para Dolores Vázquez. Tenía coartada y ninguna prueba apuntaba hacia ella, pero agentes y algunos medios de comunicación comenzaban a construir una historia de celos, que los vecinos replicaban sin control. Y es que Dolores y Alicia (la madre de Rocío) habían tenido una relación sentimental –«amigas íntimas», decían los informativos–. Daba igual que para entonces llevaran cuatro años separadas.
Dolores Vázquez fue enviada a prisión, donde pasó 18 meses, a pesar de que no había prueba alguna que la relacionara con lo sucedido.
El caso dio un giro de 180 grados en 2003, cuando en circunstancias similares a las de Rocio desapareció Sonia Carabantes en Coín. A los cinco días encontraron su cadáver. Cuando metieron los restos de ADN del posible sospechoso –aún no sabían quién era– en la base de datos, saltó la coincidencia con el ADN hallado en unas colillas recogidas como prueba en el crimen de Rocio.
El nombre de Tony Alexander King ya ocupa un triste lugar en el panorama de asesinos que han extendido su violencia por territorio español. La Audiencia de Málaga lo condenó a 36 años por el asesinato de Sonia Carabantes, una joven de Coín que apareció muerta en agosto de 2003 tras ser agredida sexualmente. Al cabo de un mes, se le sumaron otros 19 años por el crimen de Rocío Wanninkhof, uno de los casos criminales más polémicos y enrevesados de la historia de España.
Pero su nombre real no era Alexander King sino Tony Bromwich, un viejo conocido de Scotland Yard. De hecho, allí llegó a ser condenado por dos agresiones sexuales frustradas y la prensa británica incluso le acusaba de estrangular a al menos otras cinco mujeres.
Pero Bromwich se trasladó a España y cambió su identidad por la de Tony King, según informó posteriormente Interpol a la Dirección General de la Policía. Una vez en España, pasó a formar parte de la numerosa colonia inglesa asentada en Andalucía, donde trabajaba de camarero en un pub muy frecuentado por turistas británicos.
La confesión del británico a los agentes se produjo después de tres días de contradicciones, mentiras y lagunas en sus declaraciones, primero a la Policía Nacional y después a la Guardia Civil. El testimonio dio consistencia a las pruebas periciales que ya apuntaban a su participación en los asesinatos.
El laboratorio del Instituto Armado logró determinar con certeza que el ADN el carné de identidad genético tomado de unos calzoncillos y de la colilla de un cigarrillo de King era idéntico al correspondiente a los residuos orgánicos (piel) encontrados bajo las uñas del cadáver de Sonia Carabante. También era el mismo que el de la sangre que impregnaba un trozo de intermitente del Mazda blanco del sospechoso, encontrado junto al cuerpo.
El mismo análisis pericial también concretó que el código genético del británico era el mismo que el de la saliva de la boquilla de una colilla de Royal Crown encontrada hacía cuatro años en Mijas, en el lugar donde se asesinó a Rocío Wanninkhof.
No obstante, ambos casos no se podrían haber resuelto sin la colaboración de su ex mujer, que residía en el extranjero, pero que alertó de que el día que desapareció Carabantes King llegó a casa de su ex novia con arañazos y manchado de sangre.
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