Vicente Soliveres, uno de los afectados por el incendio de Tárbena. R.González

«En menos de 10 minutos el fuego empezó a correr y se quedó a 100 metros de mi casa»

Vicente Soliveres y su mujer cogieron las medicinas, al gato y al perro y tuvieron que abandonar su finca en Tàrbena y pasar la noche en el albergue habilitado en la Casa de la Cultura

R. González

Lunes, 15 de abril 2024, 13:27

El incendio de Tàrbenaha obligado a desalojar a 182 vecinos. Un centenar de ellos residía en esta localidad, otros 80 en Parcent y un par más en Xaló. Vicente Bernardino Soliveres y su mujer han sido dos de ellos. Viven a menos de un kilómetro de donde comenzó la pesadilla. Según relata él, porque su esposa no quiere hablar, «en menos de 10 minutos el fuego empezó a correr y se quedó a 100 metros de mi casa».

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Vicente explica que el domingo al mediodía estaba en el sofá dando una cabezadita cuando, de repente, empezó a notar un olor a quemado. Su mujer pensaba que provenía del fuego que se declaró el sábado en Xàbia, pero cuando subió a la terraza a tender la ropa descubrió que se equivocaba. Desde allí veía la humareda y avisó rápidamente a su marido.

Entonces Vicente subió y vio que el humo procedía de la partida Casas Ibáñez. Entonces fue cuando, en pocos minutos, las llamas empezaron a correr porque «los campos están abandonados y, como nadie los trabaja, están llenos de maleza», recalca este vecino.

Su intención era seguir en casa porque sólo había humo donde estaban y, aunque su finca se encuentra limpia de malas hierbas, a un centenar de metros hay una pinada. Pero el fuego iba a más y a las dos horas acudieron efectivos de la Guardia Civil a desalojarlos. Tenían que marcharse sí o sí.

«Cogí las medicinas, al gato y al perro, y mi mujer y yo nos fuimos al pueblo», comenta mientras insiste en que tiene ganas de que les dejen volver a casa para ver cómo está todo. Él y su mujer son los únicos que han pasado la noche del domingo en el albergue habilitado en la Casa de Cultura de Tàrbena. Según dice, el resto de vecinos afectados de la zona son británicos y han ido a dormir a viviendas de amigos.

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Sentado en un banco a la entrada de ese espacio cultural reconvertido en punto de atención a afectados, Vicente mira al gato que está en el transportín. En ese instante suena su móvil. Mira la pantalla y comprueba que se trata de su hija, que es auxiliar de vuelo y trabaja en el aeropuerto Alicante-Elche. El domingo había trabajado y el lunes, como libraba, se iba a acercar a Tàrbena para ver cómo estaban.

En ese momento su mujer no está con él. Ha salido fuera a la calle a pasear al perro, que es joven y necesita moverse. El animal, que sólo quiere jugar, intenta acercar su hocico a los bocadillos de dos de las personas que están ayudando y que acaban de hacer un receso para reponer fuerzas.

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Mientras tanto, Vicente no deja de preguntar si le van a permitir regresar ya a su casa. No le apetece pasar otra noche más en el albergue porque no ha dormido bien, tanto por la preocupación por lo que le pudiera pasar a su finca como porque «esta no es mi cama».

Según pasan las horas, crecen las ganas que tiene de volver. Por desgracia, las noticias que llegan desde el Puesto de Mando Avanzado que está instalado a pocos metros de allí no son las que Vicente y su mujer esperan. Al principio parecía que con las constantes descargas de los medios aéreos, que no dejan de pasar por encima de sus cabezas, las cosas mejorarían. Sin embargo, al no estar todavía el fuego estabilizado, los bomberos no permitirán a los vecinos regresar a sus hogares.

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Jyrki y Bart son dos belgas que llevan un año viviendo en este municipio de la Marina Baixa, en la zona de Picassàries. Ellos también tuvieron que dejar su casa. Cogieron a sus tres perros y los llevaron a un hotel para mascotas. Atrás se dejaron dos gatos, que estaban por la calle y no acudieron, y 11 gallinas.

Jyrki y Bart, dos belgas que llevan un año viviendo en este municipio de la Marina Baixa, en la zona de Picassàries. R. González

Ambos permanecieron el domingo cerca del Puesto de Mando Avanzado y del albergue hasta que anocheció. Después se fueron a Calp, a casa de unos amigos, a dormir y el lunes por la mañana han regresado.

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Con un bocadillo en una mano y un refresco en la otra, se preparan para almorzar algo mientras esperan el momento en el que les dejen regresar para ver si sus animales están bien. Según dice Jyrki, «desde un mirador hemos visto que la vivienda de nuestros vecinos está bien, pero no se llega a ver la nuestra, espero que también esté bien».Entran y salen de la zona del albergue unas cuantas veces. Por desgracia, tendrán que esperar más y volver a hacer noche en la villa del Penyal d'Ifac porque aún no está previsto permitir el acceso a la zona porque siguen trabajando los efectivos que luchan contra el fuego.

A la Casa de Cultura empiezan a llegar personas del dispositivo que está trabajando para sofocar las llamas. Hacen un alto para reponer fuerzas. Sobre la mesa de avituallamiento habilitada en la entrada hay varias cajas con bocadillos de atún con tomate y de jamón y queso que ofrece el Ayuntamiento de Tàrbena, junto a botellas de agua, latas de refrescos y una caja con manzanas.

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Mientras el presidente de la Generalitat Valenciana se acerca al Puesto de Mando Avanzado para conocer la evolución del fuego y las tareas que se están llevando a cabo para sofocar las llamas, junto a las camas del albergue provisional se distribuyen varias mesas para que algunos efectivos coman algo. Los componentes de las brigadas de apoyo llegadas de Murcia se acercan a una de las mesas en la que se ha depositado una paella y van recogiendo un plato para saciar el hambre.

Todavía no se han acabado sus platos cuando al lado de ellos los voluntarios de Cruz Roja empiezan a desmontar casi todas las camas. La noche del domingo sólo Vicente y su mujer habían dormido allí, por lo que la mayoría de las 50 camas habilitadas no se había usado. Ante ese panorama tenían claro que pocas iban a necesitar cuando cayera el sol, así que dejan un par en la primera planta para este matrimonio y prevén dejar cuatro en la planta baja, por si acaso.

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