![Muerte ante el Rey Cielo, la última montaña de Javier Botella](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/08/07/20-%20Abuna%20Yemata.%20Etiopa-RCZ392b5lxDkkJwRJkONXCI-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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«Era su último intento a un sietemil». Lo había expresado a su familia y compañeros. El alpinismo fue la vida de Javier Botella, el médico y montañista valenciano fallecido la semana pasada en un ascenso en Kazajistán. Y en la montaña han acabado sus días. Los que le acompañaban vinculan la desgracia al mal de altura, las complicaciones de salud derivadas de la falta de oxígeno en puntos muy elevados. Esta es la historia de sus últimas horas.
Javier Botella De Maglia nació en Valencia, tenía 67 años y se había jubilado hace dos años. Casado y padre de dos hijos, lidió a diario con la enfermedad y la muerte como médico intensivista en La Fe. Su otra gran pasión, además de la Medicina, estaba en las cumbres. Y en la escritura sobre alpinismo.
Este verano se había planteado un reto: coronar el último sietemil de su vida. «Llegó al país asiático a mediados de julio. Le acompañaban dos alpinistas: Joan Manuel Romero y Raúl Almonacid». Así lo describe Joan Grifoll, directivo de la Societat Excursionista de València y compañero de muchas actividades con Javier. Entre otras, la primera expedición valenciana al Everest en 1991.
El objetivo de la expedición era la escalada al Khan Tengri, una conocida cumbre de 7.010 metros que se alza imponente en la cordillera de Tian Shan, en la frontera entre China, Kirguistán y Kazajistán. Al pico se le conoce como Rey Cielo, Señor de los Espíritus o Señor del Cielo.
Según consta en los mensajes que Joanma ha transmitido desde Kazajistán, «Javier comenzó a ser consciente de que la aclimatación no iba del todo bien en el campo II del ascenso al Khan Tengri, cuando se hallaban a 5.400 metros».
Los testigos están convencidos de que sufrió el llamado mal de altura. Así lo explica Grifoll: «En los ascensos, y en especial a partir de los 3.000 y 3.500 metros, baja el nivel de oxígeno en el aire y, por tanto, el que entra en sangre. La reacción corporal es generar más glóbulos rojos y la sangre se espesa». Normalmente «se resuelve descendiendo a niveles más bajos, pero en algunos casos se produce una reacción adversa en el organismo que ya es irreversible». Y esto es lo que creen que le sucedió a Javier.
Tras valorar la situación, ahonda, «decidieron bajar al día siguiente, el único en que la meteorología se mantenía estable». La bajada entre el campo II y el I «es un descenso técnico de aproximadamente 1.000 metros de desnivel que, casi en su totalidad, hay que rapelar».
Según ha explicado Joanma, uno de sus compañeros de expedición, «Javier lo llevó a cabo por sí mismo, negándose a ceder el peso de su mochila a sus compañeros». Uno le acompañaba por debajo, «asegurando el otro los largos desde arriba, en cada reunión, con una cuerda auxiliar».
Al llegar al campo I hicieron noche en una de las tiendas vacías que se hallaban allí como consecuencia de los porteos de distintas cordadas. «A pesar de la pérdida de altitud, Javier no mejoró, pero pasó gran parte de la noche incorporado, totalmente lúcido e incluso bromeando», anota el alpinista desde Kazajistán.
Al día siguiente, emprendieron el regreso al campo base. «Javier continuaba por sí mismo, cansado, pero mostrando gran fortaleza». Al llegar a la pala de nieve final, que da paso a un glaciar, «una pareja de alpinistas rusos ofrecieron su ayuda y avisaron por radio al campo base, que movilizó a dos sanitarios». Según describe, éstos esperaban al pie de la morrena y administraron a Javier una dosis de dexometasona.
Joan Manuel Romero
Alpinista y compañero de Javier Botella
Tras esta primera asistencia, continuaron camino hacia el campo base. Ya quedaba sólo una hora de caminata a través del glaciar «y Javier aceptó por fin que le portearan la mochila ante la insistencia de sus compañeros». Pero según pasaban los minutos, «se fue agotando y ya le costaba caminar. Cuando las luces del campo base estaban a la vista, no pudo más». Llegó en estado grave y falleció ya en el campamento, el viernes pasado.
A la muerte de Javier siguió un traslado por helicóptero. Aterrizó en el campamento de Karkara custodiado por sus compañeros Raúl y Joanma. Después siguió la evacuación durante dos horas más en un convoy de tres vehículos que le llevó hasta la ciudad de Karakol, en Kirguistán. Fue allí, en el hospital regional Issyk-Kul'skaya, donde le practicaron la autopsia.
El resultado fue que murió de frío, sin embargo sus compañeros lo ven «totalmente erróneo». Las temperaturas, razonan, «no eran especialmente bajas y Javier jamás se quejó de ello». Los síntomas de hipotermia «los conocemos muy bien y no fue el caso», anota Grifoll.
Ahora continúan los trámites para su traslado a España, con la intención de que el médico y alpinista sea incinerado en Valencia en los próximos días. «Joan Ma y Raúl aún no han regresado. Quieren hacerlo al mismo tiempo que el cuerpo de Javier», detalla el directivo de la Societat Excursionista.
Botella dice adiós a una vida jalonada por logros de alpinismo. Formó parte de la primera expedición valenciana al Everest, en 1991. Años después, ya en 1995, coronó el pico Cho Oyu, la sexta montaña más alta de la Tierra (8.188 metros). Hace dos años, por ejemplo, ascendió con Joanma al Monte Logan, el más alto de Canadá con casi 6.000 metros. Fueron los primeros españoles en esta gesta.
Sus compañeros hacen ahora balance tras la pena que les inundó en el Khan Tengri: «Los que quedamos aquí únicamente podemos agradecer a Javier el cariño y las enseñanzas que nos ha dispensado durante las agradables charlas que mantuvimos en esta ascensión, ofrecidas siempre desde esa humildad sólo al alcance de los espíritus mejor formados».
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