La casualidad y la vocación de dos jóvenes médicas, que trabajan temporalmente como camareras en un hotel, evitaron la muerte de un hombre de 52 ... años que sufrió una parada cardiorrespiratoria en la plaza del Ayuntamiento de Valencia. Los hechos sucedieron pocos minutos después de las 15 horas del martes. Joaquín B. C. se desplomó junto a la puerta de los ascensores del hotel Meliá Plaza cuando descargaba material informático para la celebración de un evento.
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Aunque nadie lo vio caer al suelo, el hombre fue atendido de inmediato por su padre, que le acompañaba ese día, y varios empleados del hotel. Cuando María Ruiz, de 24 años de edad, vio el revuelo en la antesala del restaurante, dejó la bandeja en la barra y acudió con rapidez en auxilio de la víctima. Su compañera de trabajo y amiga, Sofía Semper, de la misma edad, corrió también hacia el ascensor.
Fueron instantes de gran tensión y nerviosismo. Había llegado el momento de aplicar los conocimientos sobre reanimación cardiopulmonar (RCP), la teoría y la práctica, que aprendieron en las aulas de la universidad. «Una de las personas que estaba ya atendiendo al hombre me dijo que no hacía falta más ayuda, que ya eran muchos. Cuando vio que yo llevaba el uniforme de camarera pensó que poco podía hacer, pero le dije que era médico para abrirme paso», afirma María.
Tras constatar que el hombre no tenía pulso, la joven presionó el lecho ungueal de un dedo de la víctima (para comprobar si podía recuperar la consciencia) y luego empezó a realizarle las compresiones torácicas. Sofía estaba a su lado y se preparaba para hacerle el relevo en las maniobras de reanimación cardiopulmonar.
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Repitieron varias veces la treintena de compresiones en el pecho, aunque sus esfuerzos parecían en vano. Joaquín no recuperaba el pulso. Su vida pendía de un hilo. «Era la primera vez que reanimábamos a una persona. Las prácticas las hacíamos con un maniquí, pero sabíamos muy bien el protocolo», explica Sofía.
Otro compañero de las camareras llamó al 112 para pedir una ambulancia. Mientras tanto, Esther Nieto, empleada del departamento de reservas del hotel, buscaba en la calle a los voluntarios de Cruz Roja y policías que momentos antes habían participado en el operativo de seguridad de la mascletà.
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Eran las 15.20 horas. «No había nadie ya en la plaza. Solo quedaban los servicios de limpieza. Corrí hasta la calle San Vicente y pedí auxilio a una patrulla de la Policía Local», recuerda Esther. Dos agentes de la Unidad de Convivencia y Seguridad (UCOS) acudieron también en auxilio de la víctima.
Cuando llegaron los policías al hotel, María y Sofía estaban agotadas y pidieron a los agentes que las relevaran. Las jóvenes no habían dejado de realizar las compresiones torácicas, como establece el protocolo médico, para bombear sangre al corazón. Los policías continuaron las maniobras de reanimación hasta que llegó un equipo médico del SAMU.
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Segundos antes, María utilizó un desfibrilador para realizar dos descargas, siguiendo las instrucciones del aparato, aunque los electrochoques al corazón tampoco recuperaron el ritmo cardíaco. Mientras las jóvenes y los policías se afanaban en las maniobras de reanimación, la hermana de Sofía y camarera también del hotel, Ana Semper, trataba de tranquilizar al padre de la víctima. «Estaba muy nervioso. Mi hermana también está estudiando medicina, y para que no viera la dramática escena, lo cogió de la mano y le dio un vaso de agua», señala Sofía.
Tras diagnosticar una fibrilación ventricular (arritmia), los sanitarios del SAMU administraron suero y adrenalina al hombre, por una vía intraósea, antes de trasladarlo en la ambulancia al Hospital General. Joaquín seguía ingresado ayer en la unidad de cuidados intensivos (UCI), según la información que su padre facilitó a los empleados del hotel.
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«Lo que ocurrió el otro día para mí transmite dos mensajes. Uno más práctico, que es que hay que estar bien preparado para estas circunstancias; y otro más profundo, que la vida es un regalo extraordinario y hay que cuidarla y disfrutarla al máximo», reflexiona María dos días después de los hechos.
«Lo más conmovedor fue ver a su padre, emocionado, dándonos las gracias por haber salvado la vida a su hijo. Ahí me di cuenta de que nuestros estudios y esfuerzos han merecido mucho la pena, sólo por este hombre», afirma Sofía.
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Las dos jóvenes estudiaron en la facultad de Medicina de la Universidad CEU Cardenal Herrera, pero siempre han buscado la manera de costearse sus gastos, con trabajos ocasionales, como ahora de camareras en el restaurante del hotel Meliá Plaza, o incluso creando hace unos años su propia marca de moda (Kikosi), a través de la cual venden pendientes, anillos y otros accesorios que diseñan y montan ellas mismas.
Hace un mes, María y Sofía consiguieron dos de las 8.550 plazas, entre 13.000 aspirantes, de médico interno residente (MIR), y ahora esperan conocer pronto el hospital o centro de salud donde trabajarán y velarán por la salud de pacientes como Joaquín, que todavía se debate entre la vida y la muerte. Ginecología y pediatría son dos de sus preferencias.
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La gerente del hotel, Rosa Semper, destaca «la pericia sorprendente» de las dos jóvenes y el trabajo en equipo del personal del Meliá Plaza. «Estoy muy orgullosa de mis empleadas. Demostraron que están preparadas para gestionar una situación crítica, y actuaron con rapidez para salvar una vida. El desfibrilador del hotel estaba también en su sitio y preparado para la emergencia», señala Rosa.
Segundos después, la gerente del Meliá Plaza frunce el ceño y se pregunta: «¿Qué pasa con nuestros médicos?, ¿qué le pasa a la sanidad pública? Son médicos tituladas y necesitan completar sus ingresos trabajando en otras profesiones para sustentarse. Gracias a ellas el ciudadano se mantuvo con vida hasta que llegó el SAMU».
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Rosa añade: «En nuestra familia hay muchos médicos, y estamos cansados de escuchar cómo los residentes realizan jornadas maratonianas, cumplen con su jornada laboral, hacen a continuación su guardia, y al día siguiente no libran. ¿Cómo es posible?». La gerente califica de «injusta» la precariedad de los médicos, y asegura también que es «una grave imprudencia frente al enfermo que acude a ser atendido por ese médico exhausto, que lógicamente tendrá muchas más probabilidades de cometer un error».
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