J. A. Marrahí
Lunes, 5 de septiembre 2022, 01:03
Luchó contra el fuego y se ha convertido también en víctima del fuego. Chimo Mengual Alcaraz, de 57 años, vecino de la Vall d'Alcalà, es bombero forestal desde hace tres décadas. Pero en su tiempo libre saca rendimiento a sus campos de olivos y ... cerezos. Parte de sus campos han acabado arrasados por el incendio de la Vall d'Ebo. «Yo no he visto nada igual en mi vida. Y llevó ya 30 años trabajando como bombero forestal», concluye el damnificado.
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Ahora, tras el fuego que ha devastado 20.000 hectáreas, llega el momento del triste balance: «Naturalmente que me ha afectado. Tengo mil olivos y se me han quemado la mitad, 450, por el fuego. Y alguno habrá centenario... Y los cerezos igual. De los 300 que tengo, habrá un centenar dañados».
Chimo estima las pérdidas dinerarias en 30.000 euros, pues su producción de aceitunas «se habrá reducido a la mitad». Y «sin contar igual que restablecer los olivos costará al menos media década y nuevos gastos».Él es uno de los centenares de valencianos que han combatido los graves incendios. Es bombero forestal de la Generalitat y trabaja como conductor de una autobomba, con base en Planes, a 11 kilómetros de su pueblo. «Había sido un verano relativamente tranquilo. Hasta esto».
Así recuerda los primeros instantes: «Cuando se declaró el fuego de la Vall yo estaba de día libre. Estaba cenando en el pueblo con la familia. Era el sábado por la noche y me llamó un vecino de la Vall d'Ebo que sabía que trabajo como bombero. Me dijo que había caído un rayo en la peña del Águila para alertar al 112».En ese momento Chimo «no imaginaba» la magnitud de aquel incendio forestal: «El fuego más grande que he vivido en tres décadas».
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El lunes se incorporó ya a las tareas de extinción. Comenzaba su turno más agónico. «Se veía que aquello iba a peor. Yo conduje bomberos hasta la zona de Castell de Castells, a unos 20 kilómtros. El fuego llegaría a mis campos mientras yo trabajaba en esa zona», estima.
«Fue al regresar a la Vall d'Alcalà, en esa jornada, cuando comprobé el daño del fuego el mis terrenos. Aunque era de noche y estaba todo oscuro pude ver que mis olivos eran sólo tocones y brasas», describe.
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La extinción fue un verdadero infierno, un desafío en el que cualquier error podía traducirse en grave peligro. «Con el viento tan cambiante hubo que estar muy atentos con las mangueras. Muy alerta. El fuego iba para el sur, luego para el norte, cambiaba al oeste… Fueron dos turnos muy duros, los más duros de mi vida», confiesa. Los compañeros, algunos ya bastante veteranos, «nunca habíamos visto un incendio así. Una barbarie. Muy devastador. Y con una velocidad enorme de propagación».
El horizonte del pueblo ha cambiado. «Te levantas por la mañana y se te hunde el alma. Lo que era verde ahora es negro. La gente de la Vall d'Alcalà está muy baja de moral. Muchos han llorado y yo creo que es más por perder nuestro paisaje que por las pérdidas económicas. Vamos a tardar muchos años en volver a ver el monte como estaba».
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