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Nuestro bien más preciado es saber quién somos individualmente, pero también lo es para cualquier poder fáctico o económico que necesite controlarnos, identificarnos, autorizarnos o, incluso, conocer nuestros gustos y tendencias. Somos seres únicos y nuestra singularidad no se refleja solamente en un carnet o registro oficial de papel; nuestro propio cuerpo es hoy una fuente infinita de datos que pueden confirmar nuestra identidad, unos parámetros 'biométricos' que nos convierten en una persona exclusiva e irrepetible y por tanto reconocible entre los millones de humanos que poblamos la tierra. Desde un pelo, pasando por nuestra voz o incluso la forma de aporrear un teclado pueden decir quiénes somos. Poseemos en nuestro apecto físico una valiosísima información que hoy puede ser captada, analizada, recopilada y comparada por múltiples procesos cuya finalidad, aparentemente buena, útil, aceptable y legal juega con lo más íntimo que poseemos: nuestra identidad, que se convierte así en un código numérico capaz de, por ejemplo, desbloquear dispositivos tecnológicos, acceder a espacios privados, cuentas bancarias o identificarnos en espacios públicos
Uno de los procesos biométricos con mayor potencial y desarrollo en la actualidad es el reconocimiento facial, no solo por sus múltiples aplicaciones sino por la facilidad y simpleza que requiere su toma de muestras, ya que no es necesaria nuestra participación en el proceso. Un simple selfi en una red social, una imagen captada en una videocámara o cualquiera de nuestras fotos registradas en un documento oficial puede terminar formando parte de una base de datos. La tecnología actual ya permite hacer de las particularidades de nuestro rostro una plantilla capaz de identificarnos entre millones o autentificarnos ante un patrón nuestro previamente registrado. Aunque con reservas. A diferencia del ADN o de una huella dactilar, que son parámetros estáticos y siempre poseemos constantes a lo largo de nuestra vida, nuestros datos biométricos faciales son dinámicos; con el paso del tiempo pueden variar, podemos cambiarlos con cirugía plástica o incluso esconderlos en un momento dado con accesorios como gafas de sol o maquillajes.
Recientemente fuentes de la policía española hacían público a través de una información publicada en el diario El País su intención de usar un mecanismo automático de reconocimiento facial para combatir el crimen a partir de los registros aportados por distintos cuerpos policiales españoles. Una herramienta que se vendría a sumar a las que se utilizan hoy en día en la identificación de sospechosos como son el análisis de ADN y de las huellas dactilares. La gran ventaja de esta tercera vía es que, a diferencia de los citados, no requiere tener muestras físicas del individuo en cuestión.
Este sistema, que actualmente se encuentra en fase de constitución de su base de datos (con unas cinco millones de reseñas de inicio), se llama ABIS (sistema automático de reconocimiento facial, en inglés) y en principio solo se utilizará en delitos calificados como graves. La base se irá nutriendo con los nuevos arrestados a partir de que se ponga en marcha y en ningún caso podrá interaccionar con otras fuentes civiles como por ejemplo las fotografías de los documentos de identidad, aunque esto puede quedar en entredicho si el proyecto europeo Prüm II para modernizar los sistemas policiales de los países miembros se hiciera realidad.
Los datos biométricos han sido históricamente utilizados por organismos estatales con fines policiales, militares o de identificación civil, pero en los últimos años los sectores bancarios, comerciales o tecnológicos han acelerado su investigación y su uso convirtiendo, por ejemplo, nuestra huella digital o nuestro reconocimiento facial en algo tan cotidiano y usable a diario como nuestras llaves de casa. La tecnología biométrica se está convirtiendo en algo tan familiar, y nos hace tan cómodos algunos aspectos de nuestro día a día, que llegamos a perder de vista el valor del patrimonio con el que están jugando, nuestra propia identidad, además de olvidar que su uso puede entrar en colisión con otros de nuestros derechos básicos, como por ejemplo, la protección de datos personales o nuestra privacidad. ¿Qué derechos deben prevalecer? Pues depende del escenario al que nos enfrentemos. A grandes rasgos se puede decir que el uso colectivo de este tipo de parámetros predominaría sobre todo en la protección de los derechos fundamentales de seguridad y salud públicas y en otros más individuales en materia de justicia como el derecho a un recurso efectivo y a un juicio justo.
Si el uso de estas tecnologías ya genera cierta controversia en su uso gubernamental ¿qué puede deparar su indiscriminado uso privado? Estos últimos meses la empresa norteamericana Clearview ha sido multada y denunciada por diversos países en defensa de los derechos de privacidad y protección de datos de sus ciudadanos ya que esta compañía, dedicada al reconocimiento facial, asegura haber recolectado más de 20 mil millones de fotografías extraídas de internet y la redes sociales sin permiso para un uso meramente comercial y dice ser capaz de obtener hasta 100.000 millones de caras.
Más allá de la problemática legal que suscita el uso de las tecnologías biométricas existe también una serie de aspectos que cuestionan que los resultados de muchas de ellas puedan ser considerados ya como irrefutables a la hora de identificar a una persona. Y así es, a pesar de su vertiginosa e interesada implantación en nuestra vida cotidiana y la consecuente normalización de algunas afirmaciones respecto a ellas que pueden no ser del todo ciertas, como se apunta desde un documento de la Agencia Española de Protección de Datos:
"Son igual de intrusivos que cualquier otro como una contraseña o un certificado". No, lo son más puesto que de estos pueden derivarse otros aspectos como la raza, el género, el estado emocional, etc. y además el individuo no puede impedir la recogida de dicha información.
"Son precisos". No siempre, esta tecnología se basa mucho en probabilidades por lo que existe una determinada tasa de positivos o negativos que depende, por ejemplo, de lo preciso que sea el equipo de captura y las condiciones de recogida.
"Son adecuados para todo tipo de personas". Muchas personas no pueden utilizar determinados tipos de biometría porque sus características físicas no son reconocidas por el sistema. Además se ha demostrado que por ejemplo en el reconocimiento facial pueden existir determinados sesgos algorítmicos de raza y género porque sus sitemas han sido adiestrados con conjuntos de datos principalmente blancos y masculinos.
"No se pueden burlar". Falso, existen procedimientos y técnicas que permiten eludir o engañar sistemas de autentificación biométrica y asumir la identidad de otra persona y algunos de ellos no requieren de grandes conocimientos técnicos o recursos económicos.
"Su información no está expuesta". Desgraciadamente no es así, muchas de las características biométricas de una persona pueden capturarse a distancia y sin permiso. Además cualquiera de las bases de datos biométricas puede sufrir una brecha de seguridad y una vez que una información biométrica ha sido comprometida esta no se puede cancelar, como, por ejemplo, una contraseña.
"La información biométrica almacenada no permite reconstruir la original de la que se ha extraído". A veces sí, el dato biométrico almacenado (el patrón de un rostro) permite reconstruir la información biométrica original (una cara) y dicha reconstrucción puede tener la fidelidad suficiente para que otro sistema biométrico la reconozca en el original.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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