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TONI BLASCO
Sábado, 20 de marzo 2010, 10:51
Una escuela de delincuentes. Aprender lo que nunca se debería aprender: cómo delinquir. El atípico colegio se sitúa en un patio interno que forman un grupo de fincas entre las calles Yecla, Santos Justo y Pastor y República Argentina. En el callejero figura como distrito de Algiròs, barrio de la Amistad.
Sin embargo, ni los mismos residentes de esta manzana, compuesta por 15 edificios, saben realmente cuál es su barrio. En un tiempo ya lejano, alguien rebautizó este enclave con el nombre de "el barrio del corral". Se trata de un inmenso patio común que diariamente alberga a un centenar de vehículos, un sinfín de bicicletas y hasta chatarra en alguno de sus rincones. Un lugar con denominación propia, y hasta con el apodo de un barrio duro, durísimo, «El Corralón». Allí, cada servicio policial se convierte en una incursión casi a hurtadillas, no exenta de riesgo para los agentes y con lluvia de todo tipo de objetos desde las ventanas.
Los residentes han logrado crear un gueto, cuya fama, las nuevas generaciones corraleras han hecho correr como pólvora seca entre una población adolescente que siente miedo con sólo escuchar «somos los del corralón".
Numerosos grupos de pandilleros que se han ido formando en este barrio han forjado una leyenda de delincuentes habituales entre los que figuran los apodos más conocidos como los de Waly, Waky, Pajarito,Cacahué,el Pitu, y el Cali, que con sus 30 años y un BMW tuneado es uno de los actuales líderes.
Si juntamos a todos los grupos de pandilleros del corralón, suman más medio centenar de individuos entre los que se cuentan pocas chicas, una minoría, todos en edades comprendidas entre los 14 y los treinta.
Entre semana estos grupos delictivos están formados por entre tres y seis miembros, entre los que es habitual ver a alguna chica. Pero durante los fines de semana suelen ir en pandillas de hasta diez jóvenes. Se dedican a cometer robos al descuido en kebabs y tiendas multiprecio. Otra de sus modalidades delictivas consiste en atracar a los vendedores ambulantes africanos a los que roban cedés, deuvedés, gafas y dinero.
En las proximidades de las grandes superficies comerciales del entorno de la Ciudad de las Ciencias seleccionan a sus víctimas, parejas jovencitas y grupos reducidos de adolescentes que están en inferioridad numérica, a los que atracan y roban los teléfonos móviles, MP3, ipod, relojes y el dinero que llevan para el cine y la hamburguesa. Si ven ropa o zapatillas deportivas de marca que les gustan no dudan en dejar a sus víctimas semidesnudas.
Estos atracos se producen casi siempre bajo intimidación por arma blanca, ya sea una navaja o un cuchillo de cocina. Una vez se apoderan de lo que le interesan son agredidos con saña.
El modus operandi, bien aprendido en el corral, se repite sistemáticamente. Al cruzarse con sus víctimas les piden un euro. Este es el comienzo de la pesadilla. Si acceden a su petición, el euro da paso a la intimidación y el robo. Y si noacceden a entregar ese euro requerido, el atraco se perpetrara de igual forma acabando en una brutal agresión.
Normalmente, se desplazan en ciclomotores y bicicletas. En ocasiones en las bicis van dos individuos, uno que la conduce y otro que viaja apoyando los pies sobre las tuercas de los ejes de las ruedas o de los reposapiés de las cotizadas BMX.
En el modus vivendi de estos delincuentes no falta la compraventa de hachís y marihuana. Con la llegada del buen tiempo, en el corral, suele verse a los mayores jugándose los fajos de billetes a las cartas y el dominó. Hay quien dice que el dinero que se juegan es el fruto de los delitos de los más jóvenes, como pago del tributo a la enseñanza de los sabios del corralón.
El grupo cuenta incluso con su propio artista que, a base de hip-hop y letras rapeadas, se encarga de ser un embajador de las "hazañas y virtudes". Su nombre artístico es "el Aloy". Como ejemplo, una de sus letras: «En el barrio del corral no te va a salvar ni un coche patrulla, pa que llore mi mamá que llore la tuya».
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