LA GRAN CIUDAD

Aprovechó las Fallas para largarse a Londres. Era la primera vez que visitaba esa ciudad y ha regresado deslumbrada. Cuando le pregunté el clásico «¿Qué tal?», compuso rostro de éxtasis y me contestó empleando contundencia: «¡Valencia es un pueblo!» Bueno, en realidad dijo «un puto pueblo», pero ustedes saben que soy un tipo fino y, por lo tanto, siempre me niego a utilizar expresiones feas.

Me reí ante su declaración. Recordé lo útil que resulta viajar a edades tempranas para robustecer la mente y adquirir tolerancia. Luego me arranqué con un discurso de abuelo Cebolleta. Le expliqué que Londres, junto con Paris y Nueva York, en mi opinión, es una de las capitales del mundo. Londres ha recogido a todos los hijastros de sus colonias, de ahí el bullicio y el color que pespuntea sus calles; y además es un centro financiero de primerísimo orden porque a través de la City desfila el flujo de millones de las materias primas de los países asiáticos o de la India. Hay pasta, en esa urbe, y se nota por la cantidad de coches careros que circulan y por los escaparates anunciando lujo. Un famoso dijo hace poco que, con mucho dinero, la mejor ciudad para vivir es Londres. Tal vez tenga razón. Seguí narrándole pamplinas londinenses a mi amiga, y luego rompí una lanza a nuestro favor: Valencia nunca podrá competir con Londres, pero no pasa nada, no es nuestra liga. Quizá hemos vivido sepultados bajo la propaganda oficial y algunos cándidos se lo han creído. Ni antes éramos un reluciente sincrotón de vanguardia ni ahora el apestoso escroto de un chapero terminal. A todo esto, yo nunca he estado en Londres. En Paris, Nueva York y Burriana sí, pero Londres, uf, me da grima. Es que los ingleses me cargan, oiga.

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