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Vicente Castellano sonríe delante de una obra de su exposición antológica :: J. R. CANCER
Descubrir a Vicente Castellano
Culturas

Descubrir a Vicente Castellano

La Fundación Chirivella-Soriano expone una completa antológica (1947-2009) del artista valenciano

PPLL

Sábado, 8 de mayo 2010, 02:56

Vicente Castellano Giner (Valencia, nacido en la calle Quart en 1927) es sobradamente conocido y admirado por sus compañeros de profesión, pero no por el gran público, debido a razones extraculturales. Quizá se deba a la manera de ser del artista, poco amigo de exhibicionismos o declaraciones truculentas. Tal vez porque vivió 22 años en Francia (1955-1977) y eso le alejó de influyentes centros de decisión. En cualquier caso, su obra no se ha expuesto entre nosotros con la atención que merece. 'Vicente Castellano. Pinturas. Exposición antológica', inaugurada ayer en la Fundación Chirivella-Soriano con la colaboración y patrocinio del Consorcio de Museos, rompe ese olvido inexplicable y deja las cosas bien claras: el gran pintor, que en su juventud formó parte de varios grupos renovadores de una plástica local anquilosada (Los Siete, Parpalló, Arte Actual.), merece la misma alta consideración artística que sí tienen otras destacadas figuras de su generación (Michavila, Alfaro, Sempere, Hernández-Mompó.). La antológica se compone de 105 obras que van desde 1947, con sus trabajos académicos en la Escuela de Bellas Artes de Valencia (donde fue alumno de Salvador Tuset), hasta 2009.

Un día antes de que Felipe Garín (asesor del Consorcio de Museos), Juan Ángel Blasco Carrascosa (comisario de la exposición) y Manuel Chirivella (presidente de la Fundación) presentaran la antológica ayer en el Palau Joan de Valeriola, tuve el placer de visitar tranquilamente la muestra con el propio artista. «Hay que ser loco y poeta para dedicarse en cuerpo y alma a la pintura», afirma Castellano, que luce un magnífico estado de forma a sus casi 83 años. «El artista hace una interpretación subjetiva de su realidad, y en mi caso ha sido espiritual y profunda, invitando al espectador a participar en ella», comenta mientras subimos las escaleras del rehabilitado palacio de Velluters. «Cuando llegué a París en 1955, el choque con la realidad que dejaba atrás fue tremendo, de golpe tenía todo lo que necesitaba para desarrollarme». Gradualmente dejó de pintar figurativo y pasó al abstracto. Algunas amistades no entendieron esa evolución: «Vicente, con lo bien que pintabas antes, y ahora te ha entrado el virus parisino», le decían. Su padre «siempre me defendió». Tras contemplar sus primeras obras, entre ellas un interior de la calle Alta en la que se ve a una mujer bordando abanicos («ese cuadro ganó una medalla en el SEU»), llegamos a sus primeras intentonas abstractos. «¡Aquí ya se nota Paris!», exclama. Castellano, conoció en el College d'Espagne a Eusebio Sempere y Lucío Muñoz, de los que se hizo muy amigo, y vivió los apasionantes años de la 'nouvelle vague', las polémicas de Camus («un gran escritor, un pensador admirable») con Sartre («que era más político») y la tempestuosa irrupción de Mayo del 68 («los bancos estuvieron cerrados durante una semana o más, y no disponía de dinero ni para comprar la comida, los amigos me tuvieron que ayudar»).

Cada año, Vicente regresaba a Valencia unos días. Lo suyo era una diáspora, no un exilio. «Las vacaciones me las pagaba con unos cuadros que llevaba a la galería Braulio, y la señora Braulio me decía 'a ver lo que has pintado en París', y me lo compraba todo». En esos años exponía en Bruselas con una recepción entusiasta («parece mentira que un artista que viene de la España de Franco pueda ser tan moderno», escribió un crítico), mientras que en su país no podía exponer o lo hacía sólo en colectivas. Con 50 años, Castellano volvió definitivamente a una Valencia ya democrática, y de 1981 a 1994 ejerció la docencia como profesor del Departamento de Pintura en la Facultad de Bellas Artes.

El recorrido por las salas (admirables sus obras de las etapa negra y blanca, y los sorprendentes 'Bodegó cendrer', 'Paisatge cendrer', 'Objecte cendrer' y 'Alexandría cendrer' de los 60, de extraordinaria modernidad) finaliza con 'La caixa en color. La boite tressée' de 2009, «con una explosión de color que es una metáfora de mi vida porque expresa todos mis sentimientos: amor, dolor, alegría, muerte.». Una exposición que nos revela las muchas ignorancias que aún tenemos en el ámbito de nuestra propia historia artística.

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