
DAVID BURGUERA
Lunes, 10 de mayo 2010, 02:47
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Jaime Siles es poeta, filólogo, ensayista... Y a todo se dedica con brillantez y pulcritud. Habla de usted, trata de usted y sonríe de usted. Es un caballero amable y sus palabras, las más afiladas y las más prudentes, brotan desde una cortés sonrisa. Esa suavidad en las formas no le ha impedido cultivar un fondo intenso, de profunda sabiduría y reconocido prestigio. En 1973 obtuvo el Premio Ocnos; en 1983, el de la Crítica; y, en 1989, el Loewe de Poesía. El año pasado ganó los galardones de Tiflos, el de Torrevieja y el José Hierro, sendos premios por los tres poemarios publicados.
-¿Un catedrático de filología latina y presidente de una sociedad para el fomento de los estudios clásicos se siente, en la actualidad tecnológica, fuera de foco?
-No, en absoluto. Las nuevas tecnologías ayudan a la gente y no creo que determinen como soporte el texto pero sí introducen innovaciones en la percepción humana de la realidad y de la representación lingüística de la misma. Es un cambio que estoy convencido de que ocurrirá.
-La lectura y la escritura se han fragmentado.
-Sí, pero ese es un hecho que comenzó hace mucho. Los occidentales tenemos la sensación de que se produce desde el romanticismo, pero empezó varios siglos antes de Cristo, cuando la gente dejó de leer las obras enteras, y arrancaron las primeras antologías. Y desde entonces se va fragmentando. A partir del siglo XIX se acelera porque, desde entonces, lo que se ha perdido es la conexión con la totalidad. El desarrollo científico generó una atomización del Universo, una atomización progresiva que genera una angustia del yo. La crisis del sujeto y del lenguaje, dos hechos absolutamente modernos, aparecen plenamente en la cultura occidental, en el siglo XIX y luego se agudizan.
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-¿Cómo contempla el descuido del aprendizaje de lo clásico?
-Mal, pero activamente. Presido la Sociedad Española de Estudios Clásicos, una entidad en la que, entre sus muchos cometidos, pretende defender, el aprendizaje del latín y del griego. La idea de Europa, de la democracia y de la cultura son de origen griego. Y privar a los jóvenes de esas fuentes es privar a los jóvenes de todo su genoma intelectual. Y eso es una especie de genocidio, y contra ese genocidio intelectual, la Sociedad Española de Estudios Clásicos, los profesores de latín y griego, e intelectuales como Vargas Llosa, Luis Antonio de Villena, Pérez Reverte o Javier Marías han firmado los manifiestos de protesta contra esa cercenación de nuestras raíces culturales.
-¿Se nota en el alumnado ese descuido educativo?
-Hay distintos alumnados. En el más reciente noto, precisamente, todo lo contrario. En primero de Filología Clásica en Valencia tenemos ochenta alumnos matriculados, lo que supone casi el 80% de todos los que hay en toda España. Eso depende y deriva de que en los institutos y colegios hay muy buenos profesores de latín y griego, tan buenos que han sido capaces de transmitir a los mejores de sus alumnos ese deseo de conocer la antigüedad, el pensamiento clásico, la filosofía. Son chicos con expedientes brillantísimos, que podían haber cursado carreras mucho más lucrativas, y que optan por esta, y eso indica que la propia sociedad, que durante años se ha dirigido hacia el suicidio económico, conserva entre sus miembros personas que entienden que debe preservar un suelo, una base filosófica sobre el que apoyarse. Las raíces clásicas no sólo constituyen un caldo de cultivo sino un sistema en sí mismo de alimentación para el resto.
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-¿Echa de menos su vida en el extranjero?
-Relativamente. Yo me fui de Valencia en el 70, a estudiar a Salamanca, donde lo alterné con los estudios en Alemania, y de ahí pasé a la cátedra en Alcalá, y de ahí a La Laguna, luego fui a Viena... Hasta hace unos cuatro años, no he tenido una dedicación exclusiva en Valencia. He sido muy viajero y lo sigo siendo. Añoro el viaje, pero antes eché mucho de menos mi país, especialmente la luz, el paisaje y la gente.
-¿La distancia ayuda a la creación?
-En mi caso, el viaje me crea una extrañeza del yo, lo que genera una percepción especial de la realidad y en cierto modo propicia la creación poética.
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-¿Cuál es, actualmente, su relación con la poesía?
-El año pasado publiqué tres libros, lo cual es mucho para un poeta como yo, que soy de obra breve. Ahora trabajo con dos perspectivas poéticas absolutamente distintas. Estoy en un periodo de creación. A mí me gusta analizar procedimientos, la investigación del lenguaje y de la realidad. No me gusta que el poema sea siempre el mismo. El poeta, desgraciadamente, sí lo es, pero el poema no. La palabra, afortunadamente, sí que varía.
-¿El premio Reina Sofía a Paco Brines, un galardón del que usted fue jurado, es justicia poética?
-Es un premio que, si por algo se caracteriza, es por la justicia. Si se repasa el listado de ganadores, todos son poetas portugueses, hispanoamericanos o españoles realmente importantes y significativos en su generación. Brines no lo tenía y era hora de que lo tuviera y sí, es un caso de justicia poética y de gran calidad de obra literaria.
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-¿Hay nuevas luces literarias en el firmamento?
-Hay jóvenes muy buenos, pero de los que tienen 30 años, es muy buen poeta José Luis Rey, que ganó el último premio Loewe.
-Los editores miran con ojos cautos a los poetas que, sin embargo, son muy bien vistos por los libreros. La poesía llena los aforos.
-Si uno es novelista es difícil que la gente vaya a escuchar un capítulo suyo. Un cuento es más sencillo y un acto dramático también, por tener un ritmo más propicio. En el caso del poeta, sí es cierto que tiene público y también lectores, que es la diferencia con la novela. La novela tiene público pero no lectores, y no me refiero a que no se lea, sino que la tensión que exige la lectura de un poema al lector no es la misma que exige una novela. Por eso el lector de poesía es exigente y le gusta toda la poesía buena: metafísica, amorosa, clásica... Si yo lo comparo con mi juventud, de poesía se editaban, como mucho, 500 ejemplares de un libro, y ahora hay tiradas de 3.000 copias. Hierro llegó a tener tiradas de 20.000 ejemplares, que es muchísimo.
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-Leer poesía genera cierta ansiedad en los no iniciados.
-Es que la lectura de una novela es fácil de entender, pero la manera de decir del poeta exige una actitud de tensión de quien la recibe. La poesía es la lavandería del lenguaje. La prosa ensucia el lenguaje de tanto usarlo, por el desgaste diario. Sin embargo, la poesía limpia el lenguaje porque lo renueva, y por eso opone una resistencia a lector, obligado a aprender, a chocar con el texto.
-Hermoso pero también costoso.
-Cierto, pero el amor también es así; si no, no sería divertido.
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