Expectación. El presidente del Consell, Francisco Camps, rodeado de medios de comunicación ayer en Cheste. Desde hace días, se ha abierto a las preguntas de los periodistas sobre Gürtel. :: JUAN JOSÉ MONZÓ
Politica

Camps, entre el Palleter y Jaume I

El líder del PPCV dice que no teme a nada, critica el «envite del aparato del Estado» y califica el auto del juez de «corta pega» El presidente enarbola la Senyera frente al Código Penal para equiparar Gürtel con un ataque a los valencianos

HÉCTOR ESTEBAN

Viernes, 28 de mayo 2010, 11:57

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La Reial Senyera salió ayer a desfilar en el pleno de Les Corts. No era el 9 d'Octubre, como el último en el que González Pons dio la fiesta por terminada. Pero fue un capítulo más de la novela Gürtel. La enseña la enarboló el presidente del Consell, Francisco Camps, en una metamorfosis kafkiana entre Jaume I y Vicente Doménech 'el Palleter'. El líder del PP valenciano se envolvió en la bandera para proclamar su inocencia ante las acusaciones del caso Gürtel. Apeló al sentimiento, a la señas de identidad, a un espíritu nacionalista frente «al envite de todo un aparato del Estado para generar sombra de dudas sobre este Gobierno», que es el suyo. Para el presidente, toda la culpa es de un auto judicial de «corta y pega». Su autor, el magistrado Pedreira.

Camps puso en pie, como todos los jueves, a la bancada popular al inicio de la sesión. Lo que hace tres semanas fue una ovación, la semana pasada se quedó en palmas y, ayer, en palmitas. Además, se contabilizaron escaños vacíos. Significativo.

El socialista Ángel Luna salió a lo suyo: Gürtel. No hay otra desde hace meses. Pero el tono de ayer no fue hiriente. Ya no le hace falta. Anda subido en la cresta de una ola que parece ya un tsunami. Preguntó sobre los expedientes ocultos del Consell con Orange Market. Camps contestó con la misma canción de las últimas semanas: que Luna diga quién le dio el informe que airéo y que estaba bajo secreto de sumario. Nada nuevo. A partir de ese momento, Camps se comparó con Lerma y su transparencia.

A Luna plim. Todo el mundo vio como el socialista escondía un ejemplar del Código Penal bajo sus folios antes de subir a la tribuna. ¡Qué pillín! A la primera oportunidad que tuvo mostró el libro, el de las tapas rojas, y le leyó a Camps las posibles condenas: entre 2 y 6 años de cárcel y de 7 a 12 años de inhabilitación. Sólo le faltó quitarle el mazo a la presidenta de Les Corts para ¡toc! dictar sentencia.

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El portavoz de la oposición siguió apretando tuercas: «Usted va de derrota en derrota. Ayer (por el miércoles) fue el fin de la ficción de que todo eran tres trajes y el fin de un anhelo, el de pensar que usted no iba a salir en el auto». Cada semana que pasa la situación es peor. Leña, leña y leña. Las sesiones de control comienzan a ser insostenibles. Luna aludió a la «megalomanía» de Camps e ironizó con las palabras del presidente de que tras las derrota de 2004 él lideraría al partido.

El socialista endureció el discurso: «¿Nadie le quiere? Su carrera política está terminada. Si los de su lado no se lo dicen es que quieren dejarlo caer. Se debe preocupar del Código Penal y de la cárcel». Hace semanas, la ofensa hubiera tenido respuesta en la bancada popular con algarabía. Ayer, calma chicha. Más que significativo. Justo en ese momento entró Rita Barberá al hemiciclo.

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Camps, a pesar de la indefinición de su grupo, señaló que tiene la compañía del partido, de los ciudadanos y de «su» verdad. Aludió a la teoría del montaje, a las ofensiva del Gobierno y «a los 550.000 informes que puedan llegar». Le da igual. En plena sesión, se volvió a transformar en Juan Sin Miedo: «No tengo miedo de nada, absolutamente de nada». Sigue sin leerse el cuento.

En ese momento, el líder del PP valenciano enarboló la bandera: «Usted (Luna) se aferra al Código Penal y yo me cojo a la Senyera y a los conciudadanos para seguir trabajando por el futuro de esta tierra». En plena exaltación de la señas de identidad, Camps cuestionó la labor de la Fiscalía y criticó que el único argumento de Luna «sean libros de estudiante de Derecho», en referencia al Código Penal. Ambos son abogados. Incluso apuntó que el ejemplar de las tapas rojas se puede volver en contra de los socialistas «por inculpar a gente honesta en delitos que nunca cometieron».

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En pleno derroche valencianista, Luna lamentó que el presidente se envolviera en la Senyera: «Lo que debe hacer es apartarse de un sillón que no merece». El líder del PSPV, Jorge Alarte, también se refirió a la bandera: «Camps no tiene que tapar sus vergüenzas con ella». Es raro ver a dos socialistas en plena defensa de una enseña que siempre han preferido sense blau.

Contra todos

Las sesiones de control se han convertido en una batalla del presidente contra todos. Camps monopoliza. Responde a generales, brigadas y soldados rasos. Es su cruzada contra las hordas de la oposición. Desde hace tiempo sólo tiene la deferencia de contestar desde la tribuna a su portavoz, Rafael Blasco. El resto no se merecen ni que salga de su escaño. Luna, que hace preguntas y rebotes, le inquirió a Camps si pensaba «seguir atrincherado» en el Palau de la Generalitat si era de nuevo imputado. Una apreciación que disgustó al presidente, que se preguntó si el socialista hacía de portavoz «en el banquillo de la Inquisición».

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En Compromís también quisieron participar de la fiesta, aunque su pregunta no iba por Gürtel. Enric Morera, Mireia Mollà y Mónica Oltra, que se colocó una camiseta feisbukiana con un «ya no me gusta», buscaron su minuto de gloria. El líder del Bloc profesó su amor eterno a la Senyera amb blau. ¡Cómo han cambiado las cosas tras el último congreso! Mientras tanto, Mollà y Oltra, luchan por su espacio. La primera ya se ha hecho mayor y, la segunda, colma su ego a lo Belén Esteban con su cuota de pantalla.

La semana que viene no habrá sesión de control. La próxima será dentro de dos semanas. Un horizonte muy lejano en estos momentos. Al margen del debate en sí, hubo un extenso capítulo de gestos, caras y situaciones. En la bancada popular falta intensidad y emoción. El conjunto ya no tira a bloque y al aguador cada vez le cuesta más bajar a por los bidones. Lo que se oculta en público se confiesa en privado y hay quien susurra a gritos que empiece la fiesta.

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