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RAMÓN BERNABEU
Lunes, 13 de septiembre 2010, 10:10
Los escasos pous de neu que todavía quedan en pie en la Comunitat Valenciana parecen tener los días contados si los organismos públicos no se deciden antes a acometer un plan de general de rehabilitación. Pese a tratarse de construcciones de un enorme valor arquitectónico, cultural y patrimonial, la mayor parte de estos neveros se encuentran abandonados a su suerte y presentan un precario estado de conservación.
Hace unos años, la Diputación de Alicante adquirió una de estas joyas, en concreto la cava que hay en lo alto de la sierra del Montcabrer, en el término municipal de Agres, con el propósito de contribuir a su protección y conservación. Sin embargo, otros tantos pous de neu -o de 'gel'- son de propiedad privada, circunstancia que hace temer a los grupos conservacionistas por su preservación.
Este no es el caso, afortunadamente, del nevero situado en el paraje de L'Ombria del Carrascar perteneciente a la sierra del Maigmó, en el término municipal de Castalla. Su propietario, un reputado fabricante de muebles de Castalla, ha decidido invertir en la restauración integral de este singular edificio que data del siglo XVIII y que, en aquellos tiempos, fue construido a base de grandes sillares y gracias al enorme sacrificio de hombres y acémilas que cargaban las moles de piedra hasta este recóndito rincón de la sierra de l'Arguenya.
Hay que decir, en honor a la verdad, que la reconstrucción del pozo se ha realizado con los sillares originales. De manera especial las landas que cubrían la techumbre, que, a lo largo de los años, se habían ido desgajando de la cubierta en forma piramidal, detalle que hace diferente a esta cava del resto de las existentes en la geografía mediterránea. Lo mismo ha ocurrido con las quince hileras de losas labradas, rematadas con un elaborado alero tallado que sirven para sostener la cúpula hexagonal. Algo que, sin duda, agradecerán no sólo los expertos conservacionistas, sino cualquier profano que tenga la fortuna de contemplar este tesoro arquitectónico escondido entre carrascas y pinares. Pero, el dueño no se ha conformado con restaurar el edificio, reconstruyendo únicamente su estructura primigenia, sino que se ha atrevido a ir más allá y ha mandado a los operarios excavar un túnel en plena roca para abrir un acceso a pie de pozo.
Presumiblemente, la intención del propietario es mostrar a sus allegados y amigos el interior de la cava, que verdaderamente ofrece una belleza incomparable si nos atenemos a las imágenes gráficas tomadas por algún intrépido que se ha atrevido a descolgarse desde uno de los ventanales que, hasta hace una semanas, estaban apuntalados al correr serio riesgo de derrumbe. Por el momento, se desconoce si esta maravilla arquitectónica podrá ser visitada por el público que lo desee o solamente estará expuesta a particulares del entorno de este empresario de Castalla que también ha adquirido y restaurado una antigua masía ubicada en las proximidades del nevero. Sea como sea, hay que alabar la iniciativa de este mecenas que ha decidido invertir su dinero en conservar lugares que sirven para identificar el legado de nuestros antepasados.
El nevero artificial es un pozo excavado en la tierra con muros de contención, de pequeñas o grandes dimensiones e incluso con techo, que dispone de aberturas para la introducción de la nieve y posteriormente la extracción del hielo. En diferentes partes de España se les conoce con otros nombres como pozo de nieve, cava de neu, pou de neu, pou de gel, pou de glaç, elurzulo, cases de neu, nevero, nevera o ventisquero.
La actividad de los neveros artificiales es conocida desde tiempos de los romanos (2000 a. C.); su gran desarrollo tuvo lugar entre los siglos XVI y XIX, siendo utilizada hasta mediados del siglo XX, cuando, con la aparición de los primeros frigoríficos, caen en desuso. Hasta ese momento la conservación de alimentos se realizaba gracias a la salmuera, los adobos, las conservas o el aprovechamiento de la nieve. Este último sistema fue la base para un trabajo y una profesión que pervivió hasta aproximadamente 1931.
La progresiva implantación de fábricas de hielo a partir de 1890 en diversas ciudades fue dejando de lado la red de neveros artificiales y la producción de hielo aprovechando el clima. Hasta entonces se aprovechaba un recurso natural como la nieve de manera sostenible, aunque dependiente del clima, lo que daba épocas de escasez de hielo frente a otras de grandes nevadas que llenaban las montañas de jornaleros que se ganaban el pan gracias a esta actividad.
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