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MARINA COSTA mcostac@lasprovincias.es
Domingo, 3 de octubre 2010, 15:21
Permanecen desde hace décadas atrapados en la oscuridad y el silencio de un pantano pero la memoria de quienes vivieron allí es insumergible. «El molinero era del alcalde, el tío Flores, las casas eran de piedra y barro, había una fonda, una tejería, una carnicería, una iglesia y un frontón. En el último recuento se contabilizaron 160 familias». El antiguo pueblo de Benagéber se fue hundiendo poco a poco bajo las aguas del pantano. «Las últimas misas se hicieron entrando en la iglesia en barca», explica el alcalde de San Antonio de Benagéber, Eugenio Cañizares.
Su familia tuvo que marcharse en los años cuarenta cuando se determinó que un pantano iba a sumergir lo que hasta entonces había sido su pueblo. La diáspora había comenzado. «75 familias se marcharon a San Antonio de Benagéber, 65 a San Isidro y 20 al nuevo Benagéber. El traslado lo hicimos en carro y tardamos dos días».
Exhumaciones
El cementerio se tuvo que vaciar. «Sacaban los restos de los familiares y los iban cargando en carros para trasladarlos», señala. En 1952 se inauguró el nuevo pueblo «y nos entregaron las llaves de nuestra nueva casa. El día anterior se había inaugurado el pantano».
Los habitantes perdían para siempre de vista sus paisajes como la «peña del Mediodía que cuando el sol la iluminaba permitía a la gente saber que eran las doce, porque en aquella época no había ni relojes».
Sesenta años después, San Antonio de Benagéber supera los 7.100 habitantes y lo que al principio fue una desgracia que trajo unos años «muy, muy duros para todos nosotros, se convirtió en una suerte. La vida mejoró muchísimo».
Pero ninguno de los desplazados olvidó su pueblo y ahora un jardín reproducirá la trama del antiguo Benagéber. Un plano de 1940 permitirá recrear parte de la planta del municipio que en la actualidad descansa bajo las aguas del embalse.
El homenaje tendrá hasta la fuente que estaba en la plaza en aquellos años físicamente representada. «Hemos querido recordar a nuestros primeros habitantes, a los colonos. Es bueno que los descendientes conozcan la historia y dejar constancia de ella para el futuro. Que siempre se recuerde lo que pasaron en su día los primeros pobladores en aquellos tiempos difíciles», explica Felipe del Baño, concejal y promotor de este proyecto.
Cuando baja el nivel del pantano todavía se pueden ver los restos de la vieja iglesia. «Tenía unos muros muy gruesos y robustos y durante la época de sequía salió a la superficie parte del campanario. Fue algo impresionante. Acudimos mucha gente a verlo».
Otra huella sumergida se encuentra en el pantano de Tous. En 1966 se iniciaron las obras del nuevo pueblo y el traslado se produjo en septiembre de 1970, aunque fue posible celebrar las últimas fiestas patronales en el municipio viejo.
Después de la rotura de la presa (1982) «comprobamos que la iglesia se había desmoronado y optamos por trasladar la fachada, piedra a piedra, para volver a levantarla en el Tous nuevo. También nos llevamos una fuente de 1905 que no había quedado sumergida y esos dos monumentos son los únicos originales del antiguo pueblo que se conservan hoy en día», explica el cronista Juan Martorell.
Durante la construcción del pantano «hubo muchas riadas y se pasó muy mal, fueron momentos muy difíciles y tristes para todos».
Los habitantes del Tous viejo fueron cobrando las indemnizaciones por las expropiaciones de casas y tierras. «Las casas en el 69 se valoraron a 800 pesetas el metro cuadrado, 450 las cambras y cámaras y 400 pesetas las cuadras y dependencias del ganado», destaca el investigador.
Los que nacieron en aquel pueblo de «empinadas y empedradas calles, por las que únicamente los machos y los burros podían acarrear cosechas y enseres», se tuvieron que acostumbrar a una nueva vida en otro asentamiento, una parcela intercambiada con Alzira. Por aquel entonces, el nuevo emplazamiento queda definitivamente compuesto por «274 viviendas de empresarios, 106 viviendas de obreros y 23 viviendas de comerciantes», explica Martorell.
Domeño tuvo un final algo diferente. La construcción del embalse de Loriguilla en 1979 se remató con el derrumbre del pueblo, que se produjo en mayo de 2001. «Se llevaron mucho material, piedras y tejas, y por motivos de seguridad decidieron derruirlo. En aquella época se trasladaron 500 vecinos. La mitad se fue a Marines y la otra mitad, a Domeño nuevo, que hoy cuenta con más de 700 habitantes», explica el alcalde, Vicente Madrid.
Sentenciado
A sus 89 años, el primer munícipe cuenta que de aquel Domeño no queda nada, a excepción del cementerio y el castillo. «El traslado era inevitable porque el pueblo quedaba, con el pantano, absolutamente aislado. Así que nos tuvimos que marchar. El último que vendí fui yo. Me dieron dinero pero no nos pagaron la añoranza», afirma.
Con 80 años vivió la demolición de lo que se había convertido en un pueblo fantasma (deshabitado desde 1984) pero los vecinos no querían perder de vista lo poco que quedaba de lo que había sido su casa. «Se demolió por razones de seguridad, fundamentalmente. Fue una lástima pero no pudimos hacer nada para evitarlo».
Hoy un tercio de los vecinos «proceden del antiguo pueblo y aunque vivimos muy bien comunicados y ha mejorado la vida una barbaridad, la nostalgia no desaparecerá nunca», apostilla.
Loriguilla también se vio arrastrado por la marea del pantano que lo hizo desparecer.
En 1955 la Confederación General de Obras Públicas aprobaba un proyecto de creación del embalse y tras duras negociaciones se consiguió que Loriguilla no saliera de la provincia de Valencia. «Se instaló en Pla de Quart, lo que obligó a trasladar a mil personas. Querían que el pueblo se mantuviera unido y finalmente se consiguió», explica José Javier Cervera, alcalde de Loriguilla.
Toda la huerta, su principal medio de sustento, quedó anegada por las aguas del pantano. «No había manera de subsistir porque su futuro había quedado sumergido. Así que se tuvo que efectuar el traslado».
El agua también engulló el puente colgante. El pueblo viejo quedó sumergido, esta vez por el olvido.
La Confederación Hidrográfica del Júcar acometió «el desescombro de los restos, a excepción de la iglesia del siglo XVII, que todavía está en pie y hace dos años el Ayuntamiento llevó a cabo una primera intervención «con ayuda de la Generalitat y la Unión Europea para recrear el centro de la trama urbana», indicó Cervera.
Así fue cómo Loriguilla emergió de nuevo para convertirse en un centro turístico con ocho casas rurales que se estrenaron «en el año 2008, con motivo del 40 aniversario del traslado».
Las familias que tuvieron que abandonar su pueblo lo hicieron «con mucho temor e incertidumbre. La vida allí era muy sencilla. Los hombres marchaban a segar a Aragón y cuando volvían con dinero era cuando se podían hacer las fiestas».
El cambio fue a mejor en muchos aspectos porque en el nuevo municipio había agua corriente, luz eléctrica «cuarto de baños en las casas y más oportunidades de trabajo. La gente decía que les había dolido mucho marcharse, pero que tenían que haberse ido antes».
Campos de Arenoso desapareció inundado por las aguas del embalde de Arenoso a mediados de los años setenta en Castellón pero encuentros bienales, publicaciones y una página web han logrado mantener vivo su recuerdo.
El lavadero, el molino, el puente, la plaza y la iglesia todavía se mantienen en la memoria de los descendientes de Campos de Arenoso. En aquellos tiempos difíciles se separaron muchas familias. Unas marcharon a Barcelona, otras a Valencia y Castellón y el resto se quedó en Cirat y en Puebla de Arenoso. Existe una leyenda que dice que cuando baja el agua del embalse «se puede ver la torre de la iglesia pero no es así», explica Joaquín Collado, superviviente de aquel traslado.
Dinamitada
Los vecinos se fueron marchando y al final quedaron sólo 80. Después se derrumbó todo por seguridad, pero la iglesia era tan fuerte que la tuvieron que dinamitar. «Lo que sí se veía hace tiempo cuando bajaba el agua era una pequeña torre que estaba en las afueras del pueblo», según Collado.
«Mi padre era el alcalde y yo estuve hasta los 15 años. De aquel pueblo recuerdo muchas cosas, pero sobre todo mi infancia». La gente mayor «lo pasó francamente mal. Mis padres prácticamente no volvieron nunca allí de la pena que les daba».
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