HABLAR MAL (II)

Hablar mal no es ninguna enfermedad, aunque a veces duela oír determinadas palabras. Por ejemplo, la gente sufre hernia fiscal (discal), algunos descubren que padecen alergia a la nuez emboscada (moscada), los psicólogos tratan tanto a personas eclécticas (cleptómanas) como a mentirosos combulsivos (compulsivos) y algunas operaciones dejan a los pacientes empotrados (postrados) en las camas hospitalarias. Por no hablar de aquel que murió farto de miocardio (infarto de miocardio).

A las personas más mayores se les resisten los nombres propios y todo tipo de anglicismos. Así, sacan pecho porque sus nietas son seguidoras de Juana Fontana (Hannah Montana), cortan las cartulinas con una scooter (cutter) en el colegio y si se portan mal se les aplica un correlativo (correctivo). Pero nada evita que se queden atómicos (atónitos) cuando leen las noticias de sucesos en la prensa mientras se toman un café nescafeinado (descafeinado).

Con los niños, las confusiones se repiten a menudo. Los pantanos recogen el agua embalsamada (embalsada), el volcán entra en erección (erupción), sitúan en el mapa a los Emigratos Árabes (Emiratos Árabes), cuando sean mayores sabrán completar las casillas de los cursigramas (crucigramas) del periódico, y si a mamá le duele la cabeza le recomiendan que se tome un putofreno (ibuprofeno).

Con las frases hechas, el equívoco es más frecuente. Los hay que dan un bote (voto) de confianza, otros que recurren a valga la repugnancia (redundancia) cuando no es necesario y aquellos que suelen confesar los secretos en pekín (petit) comité.

Las nuevas tecnologías también ofrecen muchas facilidades para el error. De ahí que los usuarios envíen correos eléctricos (electrónico), vean películas en estrening (streaming) desde sus ordenadores, no sepan dónde está el casco (disco) duro del PC, quieran ponerse LSD (ADSL) en casa y les cueste encontrar el mango (mando) a distancia porque está en panadero (paradero) desconocido.