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Dentro del local cuelga el cartel de un estanco. :: JUANJO MONZÓ
Un club del fumador en el centro de Valencia
Valencia

Un club del fumador en el centro de Valencia

F. M.

Sábado, 11 de junio 2011, 03:29

La misma puerta y el mismo techo. Un restaurante y un club de fumadores comparten el espacio en un bajo del centro de Valencia para, instalados en la frontera de la legalidad, dar de comer entre ceniceros. El 1940 cree haber dado con la fórmula para satisfacer a los comensales amantes del cigarrillo y del puro. El espíritu es el mismo que el de los insumisos, la rebeldía contra la ley antitabaco, pero les diferencia el hallazgo de una rendija en la normativa y la discreción.

La puerta del 1940, en plena Gran Vía Marqués del Turia, siempre está cerrada. Hay que llamar a un timbre para poder entrar, aunque tampoco es por clandestinidad, pues desde la calle se ven las mesas con los ceniceros y los pitillos humeantes.

Una vez dentro es obligado hacerse socio, rellenando un formulario gratuito, para poder disfrutar de sus privilegios. La jugada es sencilla: «El restaurante alquila al club». Y el matiz que parece driblar la ilegalidad es que la cocina, situada al fondo, funciona como un órgano independiente al resto del local. O sea, como si cocinasen los alimentos y los llevaran a un club que está, físicamente, en otro lugar. Con la salvedad de que a ambos se accede por la misma puerta.

Una de las encargadas del negocio asegura que ya son más de mil socios. El 1940 levantó la persiana el 2 de marzo y, desde entonces, la voz se ha ido corriendo. El restaurante se ha convertido en un oasis para los fumadores y hay quien, incluso, acude únicamente a tomarse una copa después de comer o cenar en otro lugar.

La clave, parece, es no alardear. Los carteles de la entrada sólo anuncian el nombre: 1940. Y en las puertas ya especifica que es un restaurante y, en caracteres más discretos, un club de fumadores. Este rincón de los amigos de la nicotina nació con espíritu contestatario. «Lo abrimos porque somos fumadores y no entendemos que se nos tengan que prohibir las cosas así porque sí. La gente puede elegir dónde ir y yo, en mi negocio, decidir si se puede fumar. Nosotros no obligamos a nadie a que respire nuestro humo, al contrario, vamos a lo nuestro y no molestamos a nadie».

El problema puede prender con el agravio. «En estos tres meses sólo ha venido una vez un policía y sospechamos que lo envió algún restaurante vecino. Pero, bueno, no nos pudo hacer nada».

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