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Sábado, 2 de julio 2011, 02:08
Tres caminos han dado nombre al Distrito de Camins al Grau: el Camí del Grau, el Camí Vell del Grau y el Camí Fondo del Grau. Esos tres, que se consideran los fundamentales, son en la actualidad la avenida del Puerto, la calle Islas Canarias y, con aproximación, la calle Baleares. Con todo, otras muchas vías llevaban a la fachada marítima desde la Valencia central: el Camí de Penya-roja, en nuestro distrito, ha dado nombre a todo el moderno barrio que tiene fachada al viejo cauce del Turia. También la Senda de Carmona cumplía con esa función, entre huertas y almacenes industriales, en una orilla izquierda del Turia que ya no tenía pretiles. Al hilo de todas esas vías de comunicación, viejas como la ciudad misma, ha crecido la vida urbanística de nuestros barrios, incoherentes y desordenados muchas veces, y solo en los últimos quince años, potentes, hermosos y modernos. Hasta soldar firmemente la ciudad clásica con su mar.
Por el norte, fuera ya de los barrios que hoy nos ocupan, había otras conexiones: estaba el Cami de Vera, el Cami del Cabanyal y el Camí d'Algirós, tres vías más, perpendiculares a la costa, por donde los valencianos hacían, de oeste a este, un constante trasiego de actividad, intereses y mercancías. Porque en Valencia, bien se puede asegurar, todos los caminos llevan al mar.
Desde tiempo inmemorial, personas y mercancías han circulado hacia la ciudad para acceder a ella por el puente del Mar, que solo tuvo escaleras y fue peatonal en 1933. Por la actual avenida de Navarro Reverter se accedía a la ciudad por la Aduana, que es la actual Audiencia. El Camí Vell del Grau alternaba con el Camí Fondo, llamado así por estar más profundo gracias al cauce o álveo del río Turia.
Uno y otro, por los datos de que se dispone, estaban en pésimas condiciones en el siglo XVIII, un momento en que la economía, bien dirigida por los ministros de Carlos III, proyectó la necesidad de que Valencia tuviera un buen puerto. Coincidió ese momento con un hecho singular: el Reino de Valencia fue autorizado por la Corona para comerciar con América, algo que había tenido vedado desde el descubrimiento.
Fue entonces cuando se encargó al arquitecto Vicente Gascó la prolongación de la Alameda, desde el puente del Mar. El proyecto se demoró en exceso, como la construcción del puerto mismo. Pero al final se pudo inaugurar el trazado, perfectamente recto, en el año 1801: era la primera gran avenida de la ciudad, trazada de forma moderna y comunicada con el Plantío o Alameda, el otro lugar de lujo de la ciudad.
La avenida del Puerto, el nuevo Camí al Grau, es una de las pocas vías de la ciudad inaugurada por un rey. En este caso fue Carlos IV, monarca que pasó varios días en Valencia, con toda la familia real, con el fin de calmar a la población, soliviantada por el decreto de Quintas que José Godoy había dispuesto.
Cuatro filas de chopos daban sombra a una avenida, anchurosa para los usos españoles de la época, que se abría con un óvalo en cada extremo. El Grao derribó la puerta de acceso a su baluarte y Valencia sintió que la modernidad le había llegado con detalles de belleza porque el Camino tenía, aquí y allá, bancos para descansar construidos en piedra, como los que ahora tenemos todavía en la Pechina.
Llegar al mar, entrar o sacar mercancía del Puerto. La vía más transitada de Valencia siempre fue esa. Y la prueba más palpable de su importancia es que a finales del siglo XIX se le pusieron unos carriles metálicos para hacer que los carros, previo pago de un peaje, pudieran circular con mayor comodidad. Toda la riqueza que Valencia ha exportado -cerámicas, textiles, esparto, alcoholes, seda, vino, cebollas, naranjas-ha pasado por ese camino, durante siglos, a bordo de millones de carros que, para rodear la ciudad, tenían a su disposición un Camí de Trànsits,
En nuestros barrios se producía la conexión sustancial, el cruce, de Trànsits -Eduardo Boscá-Cardenal Benlloch-con los tres Caminos al Grao. Si en tiempos clásicos estaba el puente del Mar para cruzar el Turia, luego se construyeron, y se ampliaron, los de Aragón y Ángel Custodio. En ese nudo de comunicaciones es natural que naciera una activa red de talleres, empresas e industrias, durante los siglos XIX y XX. Y que se dieran, además, dos modelos de asentamiento: los servicios (talleres de reparaciones, comercios y tabernas para los carreteros) y las viviendas obreras, que fueron apareciendo de forma aislada, perdidos algunos grupos en la huerta, única forma de poner al alcance de los trabajadores el codiciado techo.
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