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La ciudad inesperada

El arqueólogo Juan José Castellano sostiene que, en principio, era poco predecible hallar en esa ubicación un asentamiento urbano de tal envergadura Paisaje y paisanaje El poblado ibérico de Cerro Lucena, en Enguera, tenía más de mil habitantes y duró cinco siglos

VICENTE LLADRÓ vlladro@lasprovincias.es

Sábado, 20 de agosto 2011, 02:38

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Ibero o íbero, es lo mismo. A Juan José Castellano incluso le gusta más el término ibérico, que ahora se usa más, porque, a fin de cuentas, «ibérico es lo de Iberia, de la Península Ibérica».

Juan José es el arqueólogo de Enguera y a su cargo están, entre otras muchas cosas, el yacimiento ibérico de Cerro Lucena y el Museo Arqueológico local, que alberga parte de las piezas metálicas y de cerámica halladas en las excavaciones de dicho poblado y de otras ubicaciones, como en los campos de Gimeno, cerca del caserío de Beniali.

Entre las trazas de calles y restos de casas excavadas en Cerro Lucena, a tan sólo unos dos kilómetros al sureste de Enguera, Castellano va explicando una retahíla de detalles que han ido descubriendo y que son vitales para entender dónde estamos y que hubo aquí, en esta cumbre alargada que desparrama ordenados muros de piedra ladera abajo, hacia La Vall, que se extiende por campos de olivos, vides y huertas enguerinas, los mismos que veintitantos siglos atrás trabajaron los íberos que habitaron este lugar, y después los romanos, y tras ellos...

Nos ha subido hasta donde pueden subir los 'todoterreno' José Simón, concejal de Enguera y gran apasionado y conocedor de los temas históricos y medioambientales de su pueblo. Le gusta tanto saber de todo esto y poder transmitirlo que el arqueólogo dice complacido: «Se nota que le ha picado el virus de las piedras viejas; y cuando pica ya no tiene cura».

Buscando un calificativo que defina con rotundidad lo que representa el poblado de Cerro Lucena, Juan José Castellano asegura: «Lo podríamos llamar 'La ciudad inesperada', porque, a priori, era poco predecible que se encontrara en esta ubicación un asentamiento urbano de tal envergadura y que duró tanto tiempo». No se atreven aún a establecer un orden de importancia comparativa. ¿Como la Bastida de Moixent?, ¿potencialmente más prometedor, quizá?, ¿en segundo lugar?... No es eso, indica Castellano, pero a continuación desgrana datos contundentes que refuerzan la importancia de Cerro Lucena.

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Este fue un poblado que duró casi quinientos años, desde el siglo IV antes de Cristo al primero de nuestra era, y se extinguió poco a poco, no de repente, por una guerra o invasión, sino por influencia de la paulatina romanización. Los tiempos que cambian. Entonces también había crisis, seguramente más serias que las de ahora.

La Bastida de Moixent, sin embargo, estuvo poblada el tiempo de una generación, entre 25 y 35 años, y fue abandonada repentinamente, sin que se sepa qué ocurrió. Por lo súbito de la huida en La Bastida, sus habitantes tuvieron que abandonar muchos enseres. En el caso de Cerro Lucena, como el despoblamiento fue progresivo, la gente se llevaba sus cosas. Sin embargo, pese a tal circunstancia, se han encontrado muchísimos vestigios en las excavaciones realizadas, y eso que únicamente se ha podido sacar al aire una pequeña parte de lo que fue; la mayoría queda bajo los pinos y las zarzas que pueblan la extensa ladera, esperando dotaciones presupuestarias para poder acometer nuevas campañas.

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Castellano reafirma el «carácter excepcional» de esta ciudad en que lo habitual en la zona eran pequeños poblamientos para controlar el territorio. En cambio aquí se construye una urbe en toda regla y se asienta una numerosa población durante muchas generaciones. Aunque es prematuro adelantar suposiciones, por el número de casas descubiertas y el tamaño de lo que se intuye todavía enterrado, Cerro Lucena puede que tuviera más de mil habitantes. Dependía de Saetabi (Xàtiva), que era la capital de la Contestania (territorio íbero entre el Júcar y el Segura), tenía relaciones comerciales habituales con el Castellar de Meca (entre Ayora y Almansa) y con Bastetania (Baza, Granada), y se han descubierto en los alrededores trazas de caminos por los que discurrían carros en tales direcciones (se ven rocas con huellas de ruedas). En muchos casos los trayectos coinciden con posteriores vías de paso, algunas todavía son útiles hoy.

¿Y cómo subían las carretas hasta los 429 metros de altitud del poblado; cómo salvaban los 110 metros de desnivel desde el llano? Sin duda, aprovechando las curvas de nivel. Y en las rocas junto a las subidas más pronunciadas hacían orificios para meter palos que servían de freno a los carros; así descansaban algo animales y carreteros sin que la carga se fuera hacia abajo.

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Debajo de algunas masías de allá abajo, cuenta Pepe Simón que seguro que hay villas romanas; a veces, labrando o haciendo obras han aparecido restos de mosaicos. Pero, claro, no se puede abarcar la recuperación de todo, no hay dinero. Comprar las 4 hectáreas del Cerro Lucena le costó 8 millones de pesetas al ayuntamiento. Que ya es mala suerte: tiene 18.000 hectáreas de monte y resulta que éstas eran de propiedad particular.

¿De qué vivía aquella gente? Cultivaban las tierras de La Vall y tenían ganado detrás, en la Umbría del Sastre y en otros vallejos de esta sierra de La Plana que es la última estribación del Sistema Ibérico. Al otro lado, tras la falla del río Cányoles, empieza el Sistema Bético.

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Pero se sabe también que muchos jóvenes emigraban, como ahora, como siempre que hay necesidad. Se iban probablemente como mercenarios, para guerrear junto a griegos, fenicios y cartagineses. Se deduce que fue así porque trajeron monedas, cerámicas y otros objetos, además de un bagaje cultural y tecnológico cuya influencia se nota en la trama urbana, los modos de vida y en la fortificación del lugar, que debió ser impresionante: cuatro metros de piedra y ocho encima de adobe. Eso ayudó a disuadir a posibles enemigos durante siglos.

FOTOS: Restos de la ciudad íbera de Enguera

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