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El juez López de Rueda. Un grupo de procesados. A la izquierda, de rodillas, Chato de Cuqueta. :: MUNDO GRÁFICO
La revolución estalla en la Ribera
A LA LUNA DE VALENCIA

La revolución estalla en la Ribera

La repercusión política causó la dimisión del presidente Canalejas, que después fue asesinado Los sucesos de Cullera (I) Se cumple un siglo de los sangrientos hechos que costaron la vida al juez de Sueca y sus ayudantes

F. P. PUCHE

Viernes, 23 de septiembre 2011, 02:05

Hace un siglo, en septiembre de 1911, un estallido revolucionario inundó de sangre y violencia buena parte de la provincia de Valencia. Xátiva, Gandia, Buñol, Simat y Silla, entre otras poblaciones, fueron escenario de huelgas revolucionarias, tumultos y desmanes de los que se derivaron graves daños. Pero en este caso, la Ribera Baja fue donde mayor violencia se desató: si en Alzira y Carcaixent los daños fueron muy graves durante varios días, en Cullera, las masas asesinaron, de forma brutal, a Jacobo López de Rueda, juez de Sueca, y a otros tres funcionarios que le acompañaron en su inútil deseo de poner orden y frenar a los amotinados.

Los acontecimientos desarrollados en la provincia de Valencia entre el 16 y el 21 de septiembre de 1911 han pasado a la historia como los Sucesos de Cullera. Y se configuran como uno de los estallidos revolucionarios que continúan la estela de la Semana Trágica de Barcelona, de 1909, con el anarquismo y el sindicalismo violento como base de partida. En este caso, la repercusión política de los acontecimientos de Cullera se prolongó hasta 1912; y fue causa de la dimisión del presidente Canalejas, que habría de ser asesinado a final de ese mismo año por un terrorista.

Los sucesos de Cullera se produjeron en el contexto del nacimiento y consolidación del anarquismo y con una mecha que ya había sido causa, dos años antes, de la Semana Trágica de Barcelona: el transporte de tropas a Melilla, donde había empeorado el clima bélico que tenía enfrentado a nuestro Ejército con las cábilas rifeñas. El malestar, las protestas, y la huelga general se dejaron sentir en toda España. En la ciudad de Valencia hubo paros y tumultos desde que se supo del embarque de tropas, el 16 de septiembre; pero el mal clima se hizo evidente, el lunes, día 18. Es el día en que el Gobierno suspendió las garantías constitucionales, con estado de guerra, situación que se prolongó más de un mes.

Pero los hechos, en Cullera, fueron extremadamente violentos. Si arrancar las traviesas del tren, cortar las líneas telefónicas y telegráficas y destrozar y quemar archivos fue moneda corriente en Alzira y Carcaixent, en Cullera se llegó directamente al linchamiento y asesinato. La víctima principal fue el juez de Sueca, Jacobo López de Rueda, cruelmente asesinado junto con otros tres funcionarios más: el actuario Primitivo Beltrán, el oficial habilitado Fernando Tomás y el alguacil Antonio Dolz. Los cuatro, más el hijo de Tomás, acudieron en una tartana, desde Sueca, con la intención de poner orden.

El juez hizo frente a dos patrullas que sucesivamente la cortaron el paso al llegar a Cullera. Y detuvo, arma en mano, a dos hombre, uno apellidado Blanco, y a Juan Jover, alias Chato de Cuqueta, que habría de ser tristemente famoso en España entera. Con los presos en la tartana, el juez entró en Cullera donde fue recibido con una lluvia de piedras, en medio de un motín. Un tercer piquete consiguió liberar a los dos detenidos, en medio de una refriega.

El juez, que llevaba un chaleco protector, hizo frente a la masa que le agredía. Muy pronto fue herido por arma blanca el actuario, Primitivo Beltrán, que se refugió en casa del juez de paz de Cullera, para morir días después en el hospital. Poco después Antonio Dolz, el alguacil, intentó huir cruzando el río Júcar a nado; pero la turba enloquecida le esperó en la orilla y acabó con su vida a pedradas, navajazos y garrotazos. Su cadáver apareció en el río con una piedra al cuello.

El juez, el funcionario Tomás y su hijo se refugiaron en el Ayuntamiento, donde el alcalde y restantes autoridades habían huido hacía rato. Quisieron hacer frente a la masa, pero fue inútil. Derribadas las puertas, fueron sacados a la calle en medio de escenas de linchamiento colectivo: a Tomás lo atravesaron con una gruesa aguja de coser alpargatas y a López de Rueda le derribó el propio Chato de Cuqueta de un hachazo en el cuello. Mientras el hijo del funcionario se salvó escondiéndose bajo un sofá, la turba enloquecida dejó los dos cadáveres irreconocibles, según se declaró tras la autopsia.

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