POR PAULA PONS
Viernes, 7 de octubre 2011, 11:31
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La limpieza del hogar es probablemente la actividad más odiosa y menos gratificante que existe en el rutinario día a día. No se me ocurren otros quehaceres que requieran tanta energía y sin embargo duren tan poco sus resultados. Escribo esto después de pasar tres horas quitando el polvo, pasando la aspiradora, fregando el suelo y ordenando el sinfín de papeles que se acumulan en mi mesa. No te das cuenta de lo engorrosas de estas tareas hasta que no abandonas el nido materno. Por regla general, el exiguo sueldo con el que por fin consigues emanciparte no alcanza para contratar los servicios de una profesional que se encargue de mantener a raya la suciedad y el desorden. Y te preguntas, ¿para cuándo inventará Ikea la casa autolimpiable?
Al irme de mi piso alquilado de un tamaño digamos estándar, y cambiarme a otro mucho más amplio que mi familia me presta hasta que consiga mi propia hipoteca, me di cuenta de que una no puede vivir en una casa grande y ser mileurista. Si tu piso mide más de ciertos metros, debería ser obligatorio por ley el poder pagar a una persona que te ayude en las labores domésticas. Me cuesta imaginar a Isabel Preysler haciendo la prueba del algodón en una de las 85 habitaciones de alguna de sus tantas mansiones, o a la Duquesa de Alba limpiando la plata del Palacio de Liria. Quizá cuando la ex ministra Trujillo, aconsejó a los jóvenes olvidarse de una vivienda digna y trasladarse a pisos de 45 metros cuadrados donde perfeccionar al máximo el juego del Tetris, estaba pesando precisamente en nosotros. Quería ahorrarnos tiempo, esfuerzo y dinero en la limpieza del hogar para poder dedicarlo a otras cosas más útiles, como por ejemplo buscar trabajo.
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