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ISABEL F. BARBADILLO
Lunes, 18 de febrero 2013, 10:20
Tiene más coches de lujo que años peina en sus robustas canas (un centenar frente a los 68 abriles que cumplió ayer, entre ellos un Maserati de segunda mano comprado al Rey); posee tantas armas en su finca de Cantoblanco, a las afueras de Madrid, como empleados en nómina (2.200); en su bodega reposan más de 25.000 botellas de vino que ya quisiera para sí Julio Iglesias, incluido el exquisito Perelada que sirvieron en la boda de Carmen Martínez Bordiú y Alfonso de Borbón en 1972. Es accionista único de decenas de empresas de hostelería y de cátering (92 en concreto), que sirven miles de comidas y desayunos al día y le convierten en líder del sector en la comunidad madrileña y en un verdadero magnate nacional. Además, preside la patronal de Madrid (CEIM) y la Cámara de Comercio, cargos que compagina con el de vicepresidente primero de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE).
Hablamos de Arturo Fernández Álvarez, la tercera generación de la saga que inició su abuelo allá por 1898, cuando abrió una armería en el centro de la capital del reino. Si ahora, un siglo después, el primer Arturo Fernández levantara la cabeza, es probable que estuviera orgulloso del trabajo de sus vástagos, especialmente del nieto, que ha construido con empeño y audacia un imperio al que no se le resisten colores políticos ni estatus sociales: cocina el menú para la sede central de UGT, el Congreso de los Diputados, la Asamblea de Madrid, La Moncloa, los ministerios, el Palacio de Deportes, TVE, Telemadrid, colegios y gasolineras, por citar unos pocos. Concesiones de servicios por varios años que cuentan en algunos casos con sabrosas subvenciones públicas.
Pero al risueño y campechano Arturo Fernández, amigo del Rey, del presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo; del potentado Fernando Fernández-Tapias y de Esperanza Aguirre -con quien compartió el elitista colegio británico-, se le ha torcido el gesto. La denuncia de varios exempleados acusándole de pagar en negro durante años parte del sueldo de sus trabajadores le ha puesto en el ojo de ese imparable huracán que lleva los nombres de fraude y corrupción. Ni siquiera su imputación como consejero de Bankia le ha quitado tanto el sueño como el hecho de que la Fiscalía vaya a hurgar en la forma de llevar sus negocios y de pagar a su plantilla. Lo peor para el todopoderoso empresario no son las secuelas de esa sospecha, sino la mala imagen que persigue a una patronal muy tocada ya por la gestión empresarial de su antecesor en la CEIM y luego presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán. Porque además de estar en prisión, es su cuñado.
«Estoy muy afectado porque han puesto nerviosas a las 2.200 familias a las que pago las nóminas, aunque yo soy un chico duro -admite a este periódico-. Lo único que he hecho en mi vida ha sido trabajar como un gilipollas y ahora intentan machacarme». El número dos de la CEOE pidió el miércoles a los representantes de las cúpulas patronales tiempo para tomar una decisión sobre los cargos que ocupa, aunque tuvo que enfrentarse a la solicitud de dimisión formulada por la confederación vasca del sector y la presidenta de los jóvenes empresarios, Pilar Andrade.
Mala imagen de la patronal
Arturo Fernández no habla de plazos porque dice que «un periodo de reflexión no los tiene», pero los que le conocen se ponen ya en lo peor. José Antonio Segurado, expresidente de la CEOE y presidente de honor de los empresarios madrileños, le anima a que se tome el tiempo que necesite y desmiente con rotundidad que aspire a ocupar su puesto. Dice que solo se ha prestado a sustituirle durante ese ínterin e incluso a presidir el proceso electoral en caso de que se convocaran elecciones anticipadas. Y tiene la sensación de que «si el fiscal le llama a declarar, las convocará; pondrá por delante a su familia, su fundación y su empresa». Segurado también lamenta la «mala racha» que lleva el empresariado español. «No voy a negar que se esté proyectando una mala imagen con el tema de Díaz Ferrán y algunas otras personas relacionadas con la patronal, pero, como en todos los sectores, la inmensa mayoría intenta buscar la excelencia y hacer bien las cosas».
Más dura se muestra la presidenta de la Confederación Española de Jóvenes Empresarios (Ceaje), Pilar Andrade, que entiende que Arturo Fernández debe abandonar sus cargos hasta que se aclaren las acusaciones del pago de dinero negro. «Debería reflexionar fuera de sus puestos directivos porque ofrece una muy mala imagen. Los jóvenes nos queremos apartar de esas prácticas. Confío en que sea responsable y dimita», argumenta con serenidad.
A Arturo Fernández le espera un largo vía crucis. Lo que menos desean los empresarios es que se repita la agónica dimisión de Díaz Ferrán al frente de la CEOE, encarcelado desde diciembre por un presunto delito de alzamiento de bienes y blanqueo de capitales en relación con la quiebra de Viajes Marsans.
El magnate del cátering, que sabe perfectamente lo que vale un huevo pero es incapaz de freírlo, tendrá que cavilar también sobre las posibles repercusiones negativas en sus propios negocios, el imperio del Grupo Arturo Cantoblanco. El Congreso de los Diputados ya ha iniciado la revisión de su contrato por si existiera alguna irregularidad, aunque UGT, que le adjudicó el servicio de cafetería en la sede central del sindicato, en la Avenida América de Madrid, mantiene un sorprendente silencio. La central sindical se remite al comunicado colgado en su web en el que señala que, de ser ciertas las acusaciones que se le imputan, «las autoridades laborales deberán adoptar las medidas necesarias para salvaguardar los derechos de los trabajadores». Faltaría más.
«Negocios, sí; política, no»
La caja de los truenos se ha abierto y a Arturo Fernández le reprochan también su estrecha vinculación con el PP, sobre todo después de contratar como mano derecha y número dos de la patronal madrileña a la economista Lourdes Cavero, esposa del presidente de la Comunidad, Ignacio González.
Fernández siempre ha comentado que lo suyo son los negocios, no la política, pero en una de las piezas del caso Gürtel consta que en 2003 donó 60.000 euros a Fundescam, una fundación que preside Esperanza Aguirre y cuyos actos organizaban las empresas de Francisco Correa, el cabecilla de la trama. Tampoco se ha cortado el hostelero al comentar en público que aplaude la reforma laboral del Gobierno y que apoya el copago sanitario y la subida de precios del transporte público.
El todavía empresario madrileño, que necesitó 12 años para hacer la carrera de Económicas, dice que es «transparente». Habla como piensa y eso le ha acarreado más de un problema. Sonada fue su declaración ante el juez cuando, como imputado del caso Bankia, alegó que no se había molestado en estudiar las cuentas de la entidad del año 2011 porque ya lo había hecho la consultora Deloitte. Y eso que por cada consejo de administración se embolsaba entre 2.500 y 3.000 euros. O cuando condenó las huelgas en el Metro de Madrid porque «quitaban a los niños la ilusión de viajar».
El tipo hábil y ambicioso, hecho a sí mismo, y sin descendencia, está convencido de que debe legar a sus tres sobrinos (dos chicas y un chico) más de lo que él heredó, siguiendo la estela de sus antecesores. Ellos se encargarán de su propia fundación, creada para gestionar sus empresas y patrimonio, y de mantener el Club de Tiro Cantoblanco -el primer campo de tiro al plato creado en España-. Una afición que comparte con el fútbol: le gusta frecuentar los campos del Bernabéu y el Calderón, aunque en su corazón laten más los colores rojiblancos.
Arturo Fernández dice vivir «simplemente con comodidad», aunque pase los veranos en el yate que le compró a su cuñado presidiario, el 'Cantoblanco', de 24 metros de eslora, amarrado en Palma de Mallorca junto a compañeros de batallas en alta mar como el 'Pitita', de Florentino Pérez, o el 'Núfer', de Fernández-Tapias. «Lo quiero vender, pero con la crisis nadie me lo compra. Y no lo utilizo porque no tengo dinero ni para gasoil». ¿Será verdad? Palabra de Arturo Fernández.
Arturo Fernández Iglesias, su abuelo, fundó el primer campo de tiro al plato de España y llegó a ser en 1910 armero del Rey Alfonso XIII. Además de los negocios de hostelería, el nieto, también maestro armero, es dueño de la empresa Kemen, que fabrica en Elgóibar escopetas de caza de lujo. Ha compartido cacerías con don Juan Carlos -que le obsequió con la medalla de oro al mérito en el trabajo- y destacados empresarios y financieros. Asegura que no posee finca propia para disparar, que va de invitado y que con las crisis las salidas se han reducido. «Soy una persona austera y modesta y no tengo cuentas en ningún sitio de esos como Suiza porque me he dedicado toda la vida a trabajar».
Quizás por los tiempos que corren, prefiere que no se hable de su exquisita colección de coches de lujo. Un centenar, que guarda en su finca madrileña de Cantoblanco, donde tiene las oficinas del ramificado Grupo Arturo, el campo de tiro y la vivienda familiar. El primero de la colección fue un Jaguar que compró de jovencito por 300.000 pesetas. El más antiguo, un Volvo de 1945, y el más caro, un Mercedes 600 de hace medio siglo. Al Rey le compró, al menos, un Maserati.
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