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ZURIÑE ORTIZ DE LATIERRO
Domingo, 26 de mayo 2013, 03:43
De niña no la dejaron posar con el perro en brazos para la foto familiar y no hubo forma de que sonriera a la cámara. Cuarenta años después, con los mismos ojos efervescentes y su talla menuda, desafió a otros objetivos mucho más incómodos: era la candidata socialista al Ayuntamiento vizcaíno de Ondarroa, un pueblo asfixiado entre el mar y cinco montañas, feudo de los radicales, irrespirable para el que pensaba diferente. Se propuso dar un mitin al aire libre en una tribuna rodeada de balcones donde los vecinos subían la música para acallarla. Otros se plantaron en la plaza disfrazados de payasos amenazantes. Los escoltas se pusieron nerviosos y los contados colegas que la acompañaban, más. «Pero ella subió el tono. Estábamos rodeados y fue increíble, habló con ese arrojo tan suyo para superarse en las dificultades», rememora Juan Luis Fabo, diputado autonómico en Madrid por Unión Progreso y Democracia (UPyD), partido que fundó con Rosa Díez y un puñado de amigos intelectuales hace seis años en un restaurante chino de San Sebastián. Ningún banco les quería financiar. Hoy es un cóctel de izquierda moderada, centro y derecha liberal que ha repescado votos en todo el arco parlamentario, convirtiéndose en el cuarto partido más votado, con unas expectativas inéditas para un recién nacido.
Su líder es el político (así, sin género) mejor valorado de España, según las últimas encuestas, mientras la popularidad de Rajoy y Rubalcaba sigue cayendo en picado. Los dos la temen por igual porque conocen bien las espinas de su vida y saben que esta Rosa no se marchita. «Le ha tocado llorar mucho. Han matado a amigos y ha peleado por sus convicciones dentro del Partido Socialista. Tiene una capacidad y una vocación clarísimas y admirables. Lo lleva en las venas», la admira María San Gil, expresidenta del PP vasco.
No es una frase hecha. A Heraclio Díez, un militar republicano cántabro, lo apresaron cuando cayó Santander en 1937 y lo trasladaron a la cárcel de Bilbao. María González, tan pequeñita como buena costurera, se instaló en Sodupe, a 17 kilómetros del calabozo de su marido. Iba a verle a pie. En 1943 le conmutaron la pena de muerte y volvió a la vida. La familia empezó a crecer: Ignacio, Carlos y Rosa. Heraclio echaba el día en una fábrica de aceros, María cosía para la gente bien de la zona. Rosa se propuso ser la primera de clase; quería ganar una colección de cuentos y enorgullecer a sus padres. Creció en una casa compartida con otras dos familias y derecho a cocina. De postre le daban media naranja, cuando había. Muy cerca vivía el gran Federico Ezquerra, el segundo ciclista español en ganar una etapa del Tour. Sus hijos merendaban galletas de chocolate y se entretenían con juguetes de otra galaxia que compartían con los Díez.
«Éramos humildes, pero felices. En esa cocina, nuestros padres nos hablaban de política, sin rencor, y de unos valores que nos han acompañado siempre. Rosa discute de política desde los 14 años. ¡Y cómo se defendía! No daba el brazo a torcer, era cabezota desde niña. Se la veía ya una líder nata. No es casualidad que aparezca en las fotos del cole en la mitad del grupo. Tiene madera de siempre», repasa su hermano Ignacio.
Excesivo personalismo
Algunos excompañeros socialistas y de Unión Progreso y Democracia a ese tesón lo llaman «excesivo personalismo». Así se lo soltó Mikel Buesa, otro de los fundadores de UPyD, cuando dio un portazo con 30 militantes en la primera crisis de la formación hace cuatro años. «No nos hemos vuelto a hablar», admite Díez. No fueron más suaves los adjetivos que le endosaron los socialistas cuando en 2007 renunció a su escaño en el Parlamento europeo y se dio de baja del PSOE de Zapatero -con quien compitió en las primarias- indignada con la ruptura del Pacto Antiterrorista y la negociación política con ETA. «Dicen muchas cosas de ella, pero su manera de ver la vida no ha variado, ha cambiado el canal. En el partido nos la ponían de ejemplo por su capacidad de síntesis y lenguaje claro. Era nuestro modelo de comunicar. Elegir la libertad extrema significa hacer frente a una situación incierta y muy dura. Los partidos han tenido mucho márketing y un encaste político menor. En el caso de Rosa ha sido al revés. Además de mucha inteligencia, tiene encaste y una gran capacidad de trabajo. Yo le llevé una campaña y fue duro, pero jamás le he escuchado una queja», la defiende Maite Pagazaurtundua, hermana del policía tiroteado por un etarra en un bar de Andoain. Ambos socialistas. Su madre y la viuda se han refugiado en el partido de Rosa. Las acompañó en el juicio, alejada de los focos, como se lo pidieron. No les ha fallado en las fechas y momentos importantes.
Los 'Pagaza' conocen y quieren bien a la política más valorada del país casi desde que en 1977 ingresó en el partido socialista vasco y empezó a ascender. De 'doña Tecla', un torbellino de secretaria, a diputada foral de Asuntos Sociales en dos años, vicepresidenta de las juntas generales, diputada en el Parlamento vasco y consejera de Consumo y Turismo. Su lema 'Ven y cuéntalo' lleno Euskadi de turistas y su biografía, de anécdotas. Con su desparpajo, sus cortes de pelo imposibles y un presupuesto bastante limitado se presentó en Argentina, Brasil, Cuba o Nueva York, donde se llevó al levantador de piedras Iñaki Perurena, con piedra y todo.
Inauguró también los viajes comerciales con los empresarios más potentes de Euskadi. En el despacho del brasileño Fernando Henrique Cardoso se encontró al presidente de la república carioca echando un mus con José Ignacio López de Arriortua, el empresario vasco que revolucionó la industria automovilística y ocupó la cúspide de dos multinacionales del sector. «Hasta que no acabaron la partida, no nos recibieron. Pero ella se lo tomaba fenomenal, como cuando le daban la mano primero al director de su gabinete, el único hombre que viajaba en el equipo, pensando que era él el consejero», refresca una antigua colaboradora.
La niña que soñaba con ser misionera o bailarina en la cocina de Heraclio y María, que habría sido periodista o fiscal de haber nacido fuera de Euskadi, terminó pasando una noche con Fidel Castro en el Palacio de la Revolución. No pararon de hablar. Intercambiaron txakoli por leche de búfala. La foto del encuentro le costó unas cuantas pullas, pero ella las ha olvidado siempre en Sodupe. El instituto donde estudió el bachillerato es hoy su casa, donde Iñaki Fernández de Ochoa, su esposo prejubilado por problemas de salud, ha cuidado de sus dos hijos. Él cogió el paquete bomba que le enviaron a Rosa y falló; él la ha sujetado en tantas batallas políticas. Diego ha cumplido ya 35, y Olaia 29. Los cuatro siguen muy unidos.
«Sin ilusión, te mueres»
Desde que inauguró su etapa madrileña en 2008, Rosa vive de lunes a jueves en un hotel. Los fines de semana se refugia en su familia, en un hogar diferente al de la infancia, donde hay fruta en abundancia y devora versos de Ángel González. Andarina como su madre -cuando enviudó la cuidó en casa hasta que murió los 92 años, los 19 últimos con Alzheimer- disfruta con el senderismo subiendo a los montes Eretza o Gallarraga. Aunque ahora tiene menos tiempo. Su hermano Ignacio sonríe cuando evoca lo «embobada que está con su primer nieto». Ha llegado con la consolidación de su proyecto político.
-¿Es feliz?
-Sí, de una manera serena. Pero no he pensado mucho en si me siento realizada. Creo que es algo continuo, como la curiosidad por aprender cosas nuevas. Si dejas de tener esa ilusión te mueres.
- ¿No se le ha desgastado entre tanta zancadilla?
- ¡No! Lo más duro en Madrid fueron los primeros momentos en el Congreso de los Diputados, con el trato tan desagradable que recibí de excompañeros socialistas. Iba todo el día con el reglamento en la mano. Pero comparado con otras cosas que hemos pasado en el País Vasco...
- En su nuevo partido también ha tenido problemas.
- Pero puede la ilusión de crear. El partido va cogiendo cuerpo, se va haciendo realidad. Da un poco de vértigo porque generamos expectativas y no frustrarlas es muy importante. Me gustaría poder regalar esta experiencia.
Coinciden amigos, familiares y colaboradores que lo inquebrantable en esta política de 60 años no es su fuerza, sino algo más profundo, su espíritu. Y apuestan que el partido que se ha echado a los hombros «terminará siendo bisagra y Rosa, ministra».
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