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Moisés Rodríguez
Lunes, 2 de diciembre 2013, 11:49
Era un niño inquieto. Nervioso. «Le iba dando patadas a todo, y por eso fue una máquina de destrozar botas», recuerda Paco Pérez. Ahora disfruta de una merecida jubilación en Benejúzar, pero el padre del capo del área deportiva del Valencia trabajó durante décadas en el sector del calzado, algo habitual en la provincia de Alicante. Regentó un taller en el que fabricaba zapatos que vendía a otra empresa de mayor envergadura. Y allí, en el negocio familiar, el pequeño Francisco Joaquín Pérez Rufete se ganó sus primeras botas. Al menos, las primeras que cuidó como algo que había logrado con el sudor de su frente.
«Estuvo un par de días allí trabajando. Cuando vi que se esforzaba le dije: '¡Venga, hijo, que te lo has ganado'. Nos fuimos y le compré las botas que le prometí». Rufo siempre habla de esfuerzo y de trabajo. Tanto en sus aún escasas comparecencias desde que ha irrumpido en el organigrama del Valencia, como en su forma de vivir.
Dicen de él que es uno de los integrantes del club que más horas echan en su puesto de trabajo. Llega a Paterna sobre las 8 u 8.30 horas y raro es el día que no se marcha pasadas las 10 de la noche. Tiene una idea clara de hacia dónde debe ir el club, aunque aún no ha tenido tiempo de plasmarla en hechos. Tras la destitución de Braulio y de haber ocupado el puesto del gallego y llevar, todavía, el peso de toda la academia, puede que precisamente eso, el tiempo, sea su bien más escaso. Le van a exigir resultados. Lo sabe, pese a ser un novato. «Todo el mundo merece una oportunidad», clama su padre al hablar del cargo de responsabilidad de su hijo.
Es consciente de la presión que aguanta estos días en Valencia. A Rufo, al hijo del zapatero que un día decidió hacer carrera en el fútbol, se le plantea posiblemente el dilema de su vida. Rufete quiso ser entrenador -se sacó el título cuando aún estaba como futbolista en activo- y acabó como director de la academia, la nueva denominación de la cantera del Valencia desde que Amadeo Salvo dirige el club. Cuando el presidente le confió el rumbo deportivo de la entidad tras la destitución de Braulio hubo voces que apuntaron a que su verdadero anhelo es ocupar el banquillo que en estos momentos quema a Djukic. A día de hoy parece poco probable que adopte esta medida.
El serbio y el alicantino ya han coincidido en un vestuario. De hecho, Djuka se apoyó en Rufete, entre otros, cuando tuvo que lidiar con Drenthe en plena descomposición del Hércules que bajó a Segunda. Después de aquella aventura, ambos tuvieron que hacer las maletas. El técnico se marchó del club y al futbolista le tentaron con hacerse cargo de la dirección deportiva: finalmente, un ERE también le señaló la puerta de salida.
Justo esa dirección es la que muchos esperan que indique Rufete a Djukic. Es más, si hoy no entra la pelotita, puede que Mestalla le pida su cabeza. Y Rufete, quien aboga por la calma, tendrá el reto de tomar una decisión y argumentarla.
Posee dos cualidades que destacan todos los que le conocen y que va a necesitar en este turbulento Valencia: la determinación y la confianza en si mismo. Puede que ambas facetas sean intrínsecas de toda persona que ha tenido que volar pronto del nido familiar.
Rufo empezó a jugar a fútbol en la calle. Echaba las tardes en un descampado frente al hogar familiar en Benejúzar, municipio del interior de Alicante que apenas alcanza los 5.500 habitantes. Un buen día, decidió que ese deporte le gustaba. Que no le bastaba con las pachangas con los amigos de la infancia. «Entró en el equipo del pueblo. Nosotros trabajábamos, así que por las tardes cogía su bicicleta y subía al polideportivo a entrenar», recuerda su padre.
«Nada de precontratos»
Rufete progresó y la selección valenciana y la española sub 15 le sirvieron como escaparate. Un día, mientras veía a su hijo en un partido del combinado autonómico, dos hombres se acercaron a Paco: «¿Le interesaría que su chaval se viniera a vivir a la Masía?». La respuesta sonó a órdago: «Claro, pero nada de precontratos». Esta había sido la oferta que semanas antes había hecho el Real Madrid: una prueba y, si la pasa, ya veremos. El Barcelona apostó fuerte y el joven Francisco Joaquín Pérez Rufete hizo las maletas.
Fue en otoño. El 20 de noviembre, los Pérez Rufete -Paco, su mujer, Filomena, y su otra hija, Ana Belén-, se hicieron más de 400 kilómetros para celebrar con él su cumpleaños. «No recuerdo qué le regalamos, pero algo le llevamos seguro. Luego siempre que iba a Barcelona decíamos de salir a dar un paseo. Eso significaba ir al centro comercial para que le comprase algo», recuerda Paco entre risas.
Rufete creció lejos de casa. Pasó la adolescencia casi sin darse cuenta mientras se formaba a si mismo como persona de fútbol. «No era el típico jugador que entrenara y luego se dedicara a otras cosas. Le gustaba estar viendo siempre partidos por televisión y a veces, después de jugar él, se quedaba a los del cadete, o el juvenil, el que fuera». Son los recuerdos de Josep Setvalls, canterano del Barça en la etapa de Rufo.
Cuando ambos estaban en el filial culé, un amigo de Rufete impulsó una de sus señales de identidad. El alicantino solía celebrar los goles levantándose la elástica de su club para mostrar otra en la que figuraba el dibujo de un demonio. «Si marcas este fin de semana, no tienes narices a enseñarlo», le dijo. Las tuvo, pero no sólo en aquel partido.
Lo hizo hasta su retirada. Ahora, su trabajo en el despacho le convertirá en ángel o demonio, héroe o villano. «Me parece una buena apuesta, porque cree en la cantera y yo pienso que ahí está el futuro», afirma Setvalls, quien militó en el Levante y hoy trabaja en el despacho del agente FIFA Josep Maria Orobitg. Debutó en el Barça el mismo año que Rufete. «Fuimos a la pretemporada con Cruyff, pero nos sacó Rexach a final de Liga, en La Coruña. Luego llegó Robson y, aunque volvimos a hacer el stage, no contamos y tocó salir».
Setvalls afirma que Rufete fue un jugador con 'ADN Barça' y que ahora, una vez retirado y recién iniciada su carrera como técnico, esta influencia también se notará en su trabajo: «Creo que es una persona honesta y responsable. Tendrá la influencia de todos los técnicos con los que ha trabajado, pero ya se sabe, en esto del fútbol va a estar condicionado a que la pelotita entre».
De eso sabe Rufete un rato. Tras militar en el Toledo y un inicio de temporada frustrante en Mallorca -Cúper no le dio ni una oportunidad-, recaló en el Málaga. Subió a Primera y completó dos años fantásticos en La Rosaleda. Esto le permitió debutar con la selección absoluta: lo hizo con Camacho en un España-Italia y luego jugó otro partido. Pero sobre todo, le sirvió para por el Valencia como recambio de una leyenda como Mendieta. «Fue una alegría para toda la familia porque suponía llegar a un club grande», recuerda su padre.
Aquello no achicó a Rufete. Para nada. Compartió vestuario con gente como Albelda, Cañizares, Ayala y Carboni. Eran los cuatro capitanes de la época y, aunque a ellos les correspondió el brazalete, Rufo se convirtió en un quinto capitán de facto. Y lo hizo por méritos propios, pues no pocos consideran que su entrega convirtió una etapa turbulenta en el prólogo del mejor Valencia de la historia.
Diciembre de 2001. El Valencia perdía en el descanso en Motnjuïc contra el Espanyol. Si se consumaba la derrota, Benítez estaba destituido. Sólo quedaba por resolver si el club lo anunciaría en Barcelona o se esperaría a regresar a casa. A pocos aficionados blanquinegros hay que recordarles lo que pasó pero, para los despistados, Rufete hizo dos goles y dio la vuelta al marcador. Salvó el cuello de su entrenador y el equipo remontó, hasta el punto de que ganó la Liga.
Un café después de entrenar
Aquello no le cambió. Siguió siendo el mismo chaval entusiasmado con su trabajo. Le encanta hablar de fútbol. Algunos compañeros suyos de la época recuerdan que, después de entrenar en Paterna, a veces se acercaban con Rufete a Kinépolis a tomar algo. Su tema favorito... no hace falta decirlo.
A Rufo no sólo le pertenece un trocito del doblete, sino también un pedazo del corazón de Benítez. De hecho, el técnico quiso llevárselo al Nápoles para que formara parte de su staff. Han trabajado juntos en Inglaterra, pero el alicantino prefirió regresar al Valencia. Cree firmemente en el proyecto I+D de la FIFA, que en los próximos meses va a analizar la labor de cantera en clubes españoles. En Paterna queda mucha labor por hacer en ese sentido y a Rufo le sedujo que pensasen en él para encabezar ese proyecto. El problema es que, cinco meses después, las responsabilidades se han multiplicado con el cese de Braulio y su ascenso a mánager general.
Deberá nombrar a alguien que supervise la academia, como ahora se llama a la escuela. No puede abarcar tanto. Le encanta leer, aunque queda poco tiempo para ello. Para escuchar flamenco le queda el rato que va en coche desde casa hasta la ciudad deportiva. Las carreras de coches, entre ellas la Fórmula 1, también están entre sus aficiones.
Le gusta rodearse de los suyos. Todos sus excompañeros consultados destacan que Rufete es una persona muy familiar. De momento ha traído al club a Luisvi, su cuñado. Había realizado una gran labor en el Villarreal como preparador de porteros. Rufo tiene dos hijos, niño y niña, y el chico está en el alevín B del Valencia.
«Tiene cualidades, como su padre», destaca el abuelo del chaval: «El otro día estuvimos viéndolo y marcó cuatro de los doce goles que le hicieron al Castellón». Paco, como todos los que conocen a Rufete, pide apoyo para el nuevo mánager general del Valencia. Claro está, este jubilado de Benejúzar tiene una doble razón: «Ojalá esté mucho tiempo. Ahora lo tenemos más cerca para venir a verlo».
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