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F. P. PUCHE
Jueves, 3 de abril 2014, 03:44
El centenario de la muerte del gran poeta provenzal Frederic Mistral, que en Valencia ha pasado prácticamente desapercibido, trae a la memoria la intensa amistad que durante décadas mantuvieron el promotor del felibrismo y el poeta valenciano Teodoro Llorente, padre de la Reinaxença, además de fundador y primer director de este periódico LAS PROVINCIAS. Anécdota relevante de esa larga relación fue la demanda de las cadenas del puerto de Marsella que se conservan en la Catedral de Valencia, petición a la que el valenciano, obviamente, no respondió.
Corría el año 1907 y la amistad entre Frederic Mistral y Teodoro Llorente Olivares acumulaba casi cuarenta años de admiración y respeto por la labor literaria hecha a uno y otro lado de la frontera. Por eso mismo, el director de este periódico quedó asombrado al recibir una carta, firmada por Maurice Raimbault, que, en base a los deseos manifestados por el poeta, solicitaba que Llorente hiciera gestiones en Valencia para que las cadenas del puerto de Marsella, depositadas en nuestra Catedral, fueran devueltas con motivo de las fiestas del 30º aniversario de la Escuela Felibre del Mar, de la ciudad francesa.
Mistral, premio Nobel en 1904 junto al español Echegaray, había recuperado para la lírica la vieja lengua occitana y creado en torno a su obra 'Mireio', de 1859, un movimiento, el «felibrismo», que evocaba el mundo literario provenzal. Llorente, admirador del poeta francés desde 1868, había contribuido aquí a la recuperación literaria de la lengua valenciana tanto desde Lo Rat Penat como desde una consolidada obra poética propia. Se admiraban y se respetaban hasta lo indecible. Por eso mismo, Llorente no podía entender cómo se le hacía una petición de ese tipo: ¿Cómo iba él a gestionar la devolución de una reliquia histórica conquistada en justa guerra y regalada por Alfonso el Magnánimo al cabildo catedralicio?
Lo consultó con sus tres mejores amigos y confidentes: Luis Cebrián y los sacerdotes Roque Chabás y José Sanchis Sivera, investigadores religiosos de gran prestigio y ocasionalmente, incluso confesores de sus pecados. Los tres le dijeron que la petición no podía ser ni escuchada. Sin embargo, el 4 de abril, Teodoro Llorente recibió otra carta, ahora de Joan Monne, este caballero de la orden española de Isabel la Católica además de presidente de todos los felibres de la Provenza, que recordaba, con gran sutileza, la ilusión que al patriarca Mistral le haría poder recobrar las cadenas arrebatadas por el marino valenciano Romeu de Corbera.
No se conoce la respuesta que Llorente envió a los admiradores de Mistral. Posiblemente ni siquiera respondió a lo que a todas luces era un despropósito. Sin embargo, unos meses después, fue el propio Mistral el que deshizo el entuerto: una carta dirigida a Llorente, fechada el 8 de julio de 1907, le felicita por la reciente edición de sus "Versos de la Juventud" y le pide perdón por todo el equívoco de las cadenas marsellesas: «Je vous demande pardon pour l'ennui que les felibres de Marseille vous ont donne peut-être au sujet des Chaines de leur port -dice el premio Nobel en su misiva-. Cést moi qui suis coupable, car je les engageai (por m'amuser) à faire cette amicale réclamation».
Una broma hecha por el maestro, a sus colaboradores, para divertirse. Una reclamación amistosa. Pero de la mera lectura de la carta se deduce que si Llorente hubiera picado, si los marselleses, una feliz mañana, hubieran recibido las dos cadenas embaladas. no las hubieran devuelto diciendo que todo era un juego entre amigos literarios.
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