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Un vertedero ilegal junto a un camino de La Cañada. :: JUANJO MONZÓ
Comunitat

La extrema fragilidad del monte

La época de incendios llega con el terreno más seco que nunca, urbanizaciones sin seguridad y rodeadas por matorrales y desperdicios

J. A. MARRAHÍ

Lunes, 28 de abril 2014, 04:04

Nunca el monte estuvo tan encima de las urbanizaciones. Pocas veces el suelo había estado tan seco como este año. «Puro combustible, una mecha», resumen los expertos. Y los obligados planes de autoprotección contra incendios en zonas residenciales tienen actualmente un desarrollo mínimo. Este es el peligroso cóctel con el que la Comunitat asume la época de riesgo de incendios en un año que técnicos y meteorólogos comparan ya con los desastrosos 1994 y 2012 por sus condiciones climáticas. Millares, Andilla, Cortes de Pallás... Desastres en la memoria de todos cuyo fantasma parece revivir.

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Los primeros avisos ya han llegado. Los bomberos combaten el doble de incendios de vegetación que el año pasado. Más de 800 entre enero y febrero sólo en provincia de Valencia. La mayoría de ellos han sido pequeños conatos, pero su frecuencia marca el pulso del riesgo. Los chalés de Gilet y Santo Espíritu fueron desalojados por un fuego negligente que arrasó 70 hectáreas en febrero. Esta semana, el pánico se adueñó de Calicanto por un incendio con casi 3.000 evacuados y 320 hectáreas afectadas.

La extrema fragilidad del monte valenciano, igual que un incendio desatado, tiene varios frentes. El primero es el clima. La Agencia Estatal Meteorológica (AEMET) ha constatado que el invierno ha sido el más seco en 150 años. Y la primavera no parece querer aplacar la sequía. Aquello de «en abril, aguas mil» parece más bien una vieja leyenda acallada por otro récord alarmante: el abril más seco en 50 años.

Las lluvias, estiman los climatólogos, «han sido demasiado tímidas, insuficientes para paliar la falta de humedad del terreno». Jorge Suárez, técnico en prevención de incendios forestales de la Conselleria de Gobernación, no oculta su temor: «Queremos que llueva. Cuanto antes. Cada día que pasa sin lluvia el riesgo es más alto y si en verano llegan periodos de poniente lo vamos a pasar mal». La sequedad del terreno, en sí, no es causa de incendios. El problema es que fuegos que quedarían en simples conatos si el suelo tuviera la humedad debida, pueden convertirse ahora en esas temibles bestias que escapan a la capacidad de extinción.

Chalés en peligro

La segunda debilidad del monte valenciano radica precisamente en lo que no es monte: los campos de cultivo, las casetas rurales y los chalés. Los primeros «se extinguen poco a poco por el abandono rural y esa barrera natural a los incendios que son los campos y caminos desaparece. Viviendas y vegetación seca están más pegados que nunca y eso entraña un grave peligro», describe Robert Rubio, ingeniero técnico y bombero forestal.

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Hay cifras: el monte valenciano crece unas 3.000 hectáreas cada año, principalmente en forma de matorral que conquista las viejas zonas de cultivo. Al mismo tiempo, la Comunitat registró el año pasado la cifra de abandono de tierras más alta de España, con 8.000 hectáreas de terreno que dejaron de cultivarse.

El resultado de este fenómeno se llama interfaz urbano-forestal, un verdadero quebradero de cabeza en materia de prevención y extinción de incendios. Según el catedrático de Geografía Física Alejandro Pérez Cueva, un 80% de las urbanizaciones de la Comunitat están rodeadas por el monte y en muchos casos «chalés y vegetación constituyen una verdadera maraña». «Si hay veces que nos encontramos con chalés que no aparecen ni en los mapas», valora un bombero respecto al caos que han dejado épocas pasadas de caótica ordenación del territorio.

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La sola presencia de población en estas zonas multiplica el riesgo de incendios. Las cifras y la historia reciente de estos desastres lo confirman. Uno de cada tres incendios forestales que se declaran en la Comunitat son intencionados o por negligencia y, por lógica, se inician cerca de los núcleos de población. En Gilet, una colilla en una vivienda en pleno corazón de la Calderona. En Cortes de Pallás, una inoportuna soldadura en una caseta de campo. En Andilla, una quema de trastos viejos y enseres junto al monte. El rayo latente de Calicanto es la excepción. Población e incendios están cada vez más unidos.

Normas que no se aplican

El bosque próximo a zonas urbanizadas sufre un mayor riesgo, un peligro que acaba amenazando a los chalés en caso de incendio. Y hay algo en lo que todos los expertos coinciden: las urbanizaciones de la Comunitat «no están todavía bien preparadas», admite Suárez. La Generalitat ha legislado la teoría (perímetros de seguridad de al menos 25 metros, planes de protección locales, zonas de evacuación, áreas de confinamiento...).

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Pero la realidad actual es distinta. Y el sentido del peligro de quienes habitan en estos entornos, mínimo. Basta un paseo por Calicanto para encontrarse con chalés rodeados de matorrales agrestes con más de un metro de altura que se cuelan en las viviendas, basura acumulada en algunos puntos, copas de pinos que se funden con los árboles y palmeras de jardines partículares, lonas en porches, leña acumulada en los bordes, setos secos en las vallas, enseres de plástico y material inflamable junto a los muros exteriores.

Bomberos y agentes medioambientales tienen ya sus propias comparaciones para referirse a la escasa cautela contra incendios en urbanizaciones valencianas: «Es como vivir en pleno cauce de un río seco en época de inundaciones» o «construirse una casa de barro en una zona de terremotos», ponen como ejemplos claros. «Y, claro, ante semejante panorama hay que poner más esfuerzo en evacuar y proteger casas que en apagar el fuego», denuncian.

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Una de las claves es precisamente despejar la vegetación peligrosa en los alrededores de los chalés para crear así ese añorado perímetro de seguridad. En este punto, los propietarios lanzan pestes de los ayuntamientos y de la Administración en general. «No limpian, pese a que pagamos más contribución que en otros puntos del pueblo», clama un vecino de Chiva «Habíamos denunciado en varias ocasiones que la zona era un peligro por la acumulación de basura», espeta otro residente de Calicanto.

Cuestión de dinero

Mientras, los gobiernos locales se excusan en que la mayoría de estos terrenos están en manos privadas y las posibilidades de actuar son «escasas y costosas». Al mismo tiempo, los propietarios forestales piden que sean las comunidades de vecinos, las urbanizaciones al fin y al cabo, las que financien los trabajos forestales que repercutirán en su seguridad.

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La misma estrategia maneja la Conselleria de Gobernación ante el problema. Así lo expone Irene Rodríguez, directora general de Emergencias: «Es hora de concienciar a los dueños de chalés en el monte. Igual que una finca paga por la reparación del ascensor o la limpieza del garaje, si viven en zonas de riesgo deben invertir en los trabajos de protección frente a incendios».

La Generalitat no contempla, por el momento, imponer esta necesidad por vía de sanción. Su arma es una guía que será editada próximamente con la que pretende que las urbanizaciones en zonas de riesgo se pongan las pilas a la hora de crear sistemas de defensa ante el fuego.

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En las comarcas

Los ejemplos de riesgo de incendio se reparten por toda la geografía valenciana. Los bosques de la Safor se encuentran, en su mayoría, «en estado de abandono y con escasos trabajos de selvicultura», denuncian los ecologistas. Admiten que las brigadas realizan «una excelente labor, pero insuficiente». El Mondúver, por ejemplo, está lleno de pinos secos quemados debido a los numerosos incendios que ha sufrido.

Xavier Ródenas, ingeniero de Montes y coordinador del Fòrum XXI de Gandia, recordó que la zona de Barx y el Mondúver quedaron calcinadas el año pasado por cuarta vez en una década. La zona se regenera bien, pero el drama es que los incendios se repiten con frecuencia. «Cuando parece que el monte comienza a revivir, se vuelve a quemar. No estamos dando tiempo a que nuestros bosques se recuperen», advierte.

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El coordinador del grupo de extinción de incendios forestales de Adene, José María Simón advierte que las más de 60.000 hectáreas que comprenden desde Benali hasta el cañón del Júcar son «un auténtico polvorín». La zona «está totalmente abandonada y en peligro máximo por la sequía». Simón insiste también en mejorar los depósitos de agua para que carguen los helicópteros de extinción y acondicionar caminos de acceso para que puedan pasar los vehículos terrestres.

En Dénia, la principal masa forestal está en la zona del Montgó, donde el ayuntamiento destina todos los años a personal para la limpieza de barrancos y caminos. Dentro del parque natural, se está intentando reducir la masa boscosa como medida de prevención. Curiosamente, es un rebaño de 300 ovejas y cabras el encargado de mantener despejado el cortafuegos.

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