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Carlos Garsán
Martes, 29 de abril 2014, 12:43
Dicen que el barrio del Carmen ya no se lleva, que allí poco pasa más allá de los turistas. Pero algo está cambiando. Los vecinos han tomado el poder y pasado a la acción. Muros ruinosos que se han convertido en obras de arte y solares abandonados de los que ahora brotan bosques urbanos. El Carmen despierta, lucha y respira un aire diferente que contagia a los antiguos y nuevo habitantes del casco histórico de la ciudad.
Obras abandonadas y tristes muros son ahora el lienzo perfecto de aquellos artistas callejeros que, con graffitis y fotografías, dan color y forma al barrio. Hacer de la necesidad virtud, dicen algunos. Uno de tantos, el prestigioso fotógrafo Luis Montolio. Vive entre Valencia y Nueva York y sus lonas gigantes cubren los edificios de la zona mostrando a héroes sin capas ni superpoderes, a caballo entre la ficción y la realidad. Algunas de estas obras recuerdan cada día a personajes tan dispares como la vedette Rosita Amores o la bailarina Olga Poliakoff. «Estaba harto de los circuitos artísticos habituales y me hice un poco rebelde», cuenta.
Un guerrero con una altura de casi diez metros vigila ahora la plaza de Mossén Sorell que, gracias al trabajo de los vecinos, está más viva que nunca. «Estamos en un momento en el que hay que romper, la revolución está en la integración», afirma. Y es la integración, el trabajo de muchos por el bien común, lo que ha unido a jueces, policías y vecinos. «Que todas estas tribus distintas estén de acuerdo en algo es maravilloso».
«A esta plaza antes no venía nadie. Ahora la gente viene con niños y perros, se besa y se enamora», cuenta Montolio que reconoce el impacto del nuevo sentir cultural en los comercios de la zona, ahora llenos y rodeados de turistas. «También me gusta que prolifere Ruzafa y el Cabanyal. Todos lo tienen que hacer, no hay competencia».
Y si Montolio es el rey, la reina es Julieta XLF, que cubre los muros del barrio con graffitis que, aunque dan un nuevo color a la zona, también son símbolo de su decadencia. «Se han derribado muchos edificios, se han generado muchos muros que para nosotros son lienzos. Se mantiene porque no hay dinero para limpiarlo, evidencia de que las cosas no van bien», cuenta.
Pero, precisamente porque las cosas no van bien, trata de aportar alegría con unos dibujos cargados de tonos vibrantes y optimismo. Fuera el color formal, es hora del color emocional. Ahora, Julieta forma parte de una calle viva, de un movimiento transformador que busca mover conciencias en la gente que «se pronuncien sobre lo que quieren o no en su ciudad».
«Una de las cosas bonitas que pasa en el barrio es que los vecinos se están moviendo para transformarlo en el que les gustaría que fuese», cuenta. Y muestra de ello es una de sus pinturas en la calle Corona, que fue encomendada por los mismos dueños de la finca.
Pero estas pinturas, a diferencia de las que cubren los museos más clásicos, nacen para morir. «Soy partidaria de que la calle está viva, no me gusta ver un trabajo mío mucho tiempo, es bonito que siga habiendo actividad y encontrar nuevos trabajos que sorprendan», cuenta. Porque, al final, el arte en la calle es cosa, también, del aquí y ahora, de la actualidad artística, política y del sentir del vecindario.
Un bosque en la ciudad
Parece que el barrio del Carmen ha constituido su propia Conselleria de Cultura, pero no es la única. También velan por el medio ambiente. El bosque urbano se ha convertido en una de sus grandes apuestas para cambiar el entorno. Un solar abandonado desde hace tres décadas, que se esperaba fuese la estación de metro, había convertido la plaza en un lugar poco atractivo. Ahora, se ha llenado de plantas y árboles.
Raúl Congost es uno de los impulsores del proyecto, una idea que ha acabado eliminando algunos de los coches que ocupaban hace unos meses la plaza Tavernes de la Valldigna y ha logrado cambiar el tránsito de vecinos y turistas, que pasan a diario para fotografiar el curioso paraje. «Intentamos dar uso a solares que a corto plazo están desaprovechados, aunque sea de forma provisional», cuenta.
El bosque está rodeado de muros y, aunque avanza poco a poco, esperan poder abrirlo pronto al público, una propuesta que es la primera de muchas otras que esperan renovar el alma del Carmen. «No sólo el barrio está en un punto de inflexión, toda la sociedad lo está. Esto surge en un momento en el que los recursos son pocos y todos necesitamos estrujarnos mucho el coco».
El trabajo de los vecinos puede ser incansable pero, al final, necesita «más cariño y más mimo por parte del ayuntamiento», afirma el presidente de la asociación de vecinos y comerciantes Amics del Carme, Antonio Cassola. «Son malos tiempos para la lírica», dice, sin embargo denuncia el abandono de casas y solares que, rodeados de vallas y andamios, se han llenado de «inmundicia y suciedad». Exige una mayor protección por parte de la Entidad de Infraestructuras de la Generalitat (EIG) y apuesta por más planes como el del bosque urbano, proyectos en los que «con una mínima intervención de dinero se pueden conseguir cosas interesantes».
Habla de propuestas humildes, sin coste excesivo, ideas de las que los nuevos vecinos de la zona son tanto espectadores como actores. «Hay un resurgir en el barrio por parte de matrimonios jóvenes que han venido a vivir. Hay una conciencia más participativa, de sumar esfuerzos».
Emprender en el Carmen
Los comercios vuelven a abrir. De las calles del barrio del Carmen se ven brotar negocios que miran más allá del turismo. En la calle Caballeros ha nacido un espacio que pretende dar respuesta a aquellos jóvenes emprendedores que buscan un lugar donde crear su pequeña tienda. José Luis Ingelmo es uno de los creadores de Chic Market, un espacio multimarca que acoge a más de una decena de puestos de jóvenes que dan sus primeros pasos como empresa. «Damos respuesta a una necesidad, porque hoy en día entre el alquiler, el precio de la luz... Muchas son personas que tenían su trabajo, se fueron al paro y decidieron empezar de nuevo», cuenta.
Además, cuenta con una ventaja: una localización que hace de reclamo, con un trozo de calle árabe del siglo XI. «Esto no tiene precio a nivel cultural, es un privilegio», afirma Ingelmo que, además, reconoce que, cada vez más, vecinos del barrio se interesan por el lugar, más allá de los turistas que cruzan a diario la mítica calle Caballeros.
Pero en el Carmen el arte no sólo está en la calle. También en museos y galerías. Una de ellas, Mr.Pink, lleva abierta desde 2007, una apuesta arriesgada en un barrio que comienza a arrancar de nuevo. «Lo lógico es que hubieran más galerías de arte, pero no las hay», confiesa su dueña, María Pinoco, que trata de ofrecer una oferta alternativa a los grandes centros de arte, como el IVAM, que se encuentran en la zona.
Nuevos negocios, arte callejero o bosques urbanos están dando una segunda oportunidad al corazón de Valencia, una auténtica revolución vecinal que trata de devolver a los ciudadanos aquello que siempre les perteneció. El barrio del Carmen coge aire para recuperar el prestigio de antaño y, de paso, vecinos.
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