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Jose Forés Romero
Martes, 30 de septiembre 2014, 21:10
De ocho de la mañana a tres de la tarde. En la ciudad o en los pueblos. Los mercados extraordinarios, más conocidos como mercadillos, marcan la vida de, aproximadamente, mil familias en Valencia y su área de influencia. Mónica Ortubia forma parte de esa comunidad. De lunes a sábado y siguiendo la tradición familiar, recorre los barrios de la urbe,vendiendo ropa en su puesto ambulante. «Me levanto a las seis de la mañana, desayuno y me preparo para salir, voy a por el coche y al mercado que toca. Nosotros somos de Valencia y no hay que viajar mucho, como si hacen otros compañeros de fuera», afirma Mónica.
Algirós es la primera parada de la semana. Desde hace años, cada día, sigue ese recorrido por el que,con su coche se dirige a por su remolque para después, marchar a la parada designada. La crisis hace mella en su pensamiento, como ocurre en casi todos los sectores.«Hoy en día no empezaría este trabajo, con todas las trabas y problemas. A mi me gusta y llevamos desde los 70 con una clientela de muchos años. Si no fuera así, no estaría aquí», sostiene la vendedora.
Pasadas las siete de la mañana llega a su destino. Es el momento de dejar el remolque. Decenas de trabajadores realizan ese proceso y el tráfico se complica. La relación con algunos vecinos y muchos conductores, también. De hecho un motorista se queja de su presencia y de la imposibilidad de circular y lo hace con insultos incluidos. La tensión no pasa a mayores.
Cuando llega la luz natural, los puestos van conformando esa estampa que forma parte del imaginario colectivo.«Somos una actividad que dinamizamos los barrios, y lo fomentamos desde la asociación de vendedores. Y es verdad que somos un colectivo que atraemos de todo, gente de todo tipo y gente que hace cosas ilegales», comenta Ortubia mientras remata los detalles de su parada.
A medida que transcurre la mañana suena de fondo la banda sonora que acompaña a cualquier mercadillo que se precie con los clásicos ¡A un euro, baratito, señora!. Y un largo etcétera de técnicas comerciales de toda la vida. En este mundo, tanto la competitividad, como el compañerismo no difiere mucho del existente en el comercio establecido en un lugar fijo«Somos compañeros, con muchos puedes contar con cambio o prendas que te facilitan», explica Mónica.
Como en todo gremio hay ventajas debidas al negocio del que se trata.« La parte buena es que cada día estás en un sitio, nuestro techo es el cielo», comenta Antonio Nova, presidente de la Agrupación Independiente de Vendedores Autónomos de la Comunidad Valenciana
En el plano negativo son varias las trabas que forman parte del día a día. « Los ilegales y los carteristas son un problema. Los segundos hacen igual de daño aquí que en la calle Colón en un día con aglomeraciones», dice Nova.
A mitad de mañana, dos mujeres son pilladas 'in fraganti' en un hurto. Su rapidez a la hora de deshacerse de lo sustraído, y la legislación vigente, imposibilita que la policía no pueda más que identificarlas, y abrir diligencias de lo ocurrido. La víctima recupera su dinero y duda de si poner una denuncia que no provocará mucho castigo a las delincuentes.
Las aglomeraciones son puntuales en el día de hoy, es fin de mes, y las ventas no han sido todo lo satisfactorias que se esperaban. Aunque cada día es un episodio cuyo final no siempre se escribe de la misma manera como apunta Mónica.«Nunca es igual un día que otro, desde el momento en el que el cliente es distinto al del comercio fijo, cada día es una historia, y eso me gusta».
Al filo de las dos de la tarde, los puestos empiezan a desparecer de las calles. Los remolques se confunden con un tráfico ya abierto al ciudadano, aunque hasta las tres de la tarde no debería ser así. Los vecinos aprovechan para estacionar sus vehículos. Y los vendedores apuran para despedirse de unas calles que hasta hace bien poco presentaban un aspecto diferente. El barrio les espera hasta la semana siguiente. Mañana, otra zona les acogerá para reescribir otro capítulo en el mundo de los mercadillos.
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