Jose Forés Romero
Lunes, 15 de junio 2015, 21:27
Hay determinados hitos arquitectónicos en la ciudad de Valencia que sin ser símbolos de la misma, si que merecen ser destacados por su singularidad, para bien o para mal. Algunos de esos emblemas ,aparcados por la memoria y cerrados al público, son cuatro torres que, de un modo u otro, han supuesto noticia en la ciudad, y que levantadas en determinados puntos, dejan unas vistas espectaculares de la urbe.
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Como la ubicada en el Hospital General, que en realidad es conocida como la Torre del Agua, porque ese es, precisamente, su cometido. La de depósito que contiene hasta 175.000 litros de agua en su interior. Construida,como el recinto hospitalario, en los años 60 para abastecer todo el recinto y dispuesta en vertical para que pudiera llegar a todos los rincones. Tiene 32 metros de altura y 52 de planta, y ahora actúa en caso de avería en la red general, pudiendo llegar a ofrecer agua durante doce horas para llegar a todo el complejo.
En otro punto de ciudad impera la torre de San Bartolomé, que es el único elemento que permaneció de pie de la iglesia del mismo nombre, y que fue construida en 1239. Se trataba pues de una de las más antiguas de la ciudad. Al inicio de la Guerra Civil, la iglesia fue incendiada. Se demolió en 1944. La torre se salvó por la actuación de la Real Academia de Bellas Artes San Carlos. Se encuentra en la calle de Serranos, cerca de la plaza de Manises
Otra de las torres singulares que tiene la ciudad se ubica en el edificio de Correos y Telégrafos de la plaza del Ayuntamiento. Es la de telecomunicaciones. El edificio fue construido entre los años 1915 y 1922 y rehabilitado por Juan Antonio López de Munaín, entre 2002 y 2004. Fue este arquitecto quien procedió a su rehabilitación y colocó la nueva torre de comunicaciones que había desaparecido.
Más reciente es la torre inaugurada en 2009. La torre Miramar que tiene 45 metros de altura y cuenta con una estructura acristalada desde donde se puede observar el litoral valenciano. Al menos esa era la idea original del ministerio de Fomento quien tras una década de obras de acceso a la V-21, que costaron 26 millones de euros, la donó a la ciudad. Al año de su apertura el símbolo del tercer acceso a la ciudad ya permanecía cerrado y hoy sigue en ese estado.
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