RAMÓN PALOMAR
Lunes, 16 de mayo 2016, 21:41
Cada plaza importante posee su propia pomada y su propia hoguera de las vanidades. Y siempre hay una pomada más refulgente porque en ciertos trasiegos alcanzamos el infinito. Es como cuando remoloneas en una cala de agua transparente a bordo de un velero algo cochambroso mientras admiras un pedazo de yate apoteósico. Todavía salivas atontolinado con el diseño y el tamaño de ese yate y, de repente, zas, irrumpe otra embarcación en esa misma cala que jibariza invariablemente a la anterior, provocando así la ira de ese sátrapa náutico que se creía Leo DiCaprio en fase «soy el el rey del mundo». Y si esperas un buen rato a merced de las olas, seguro que aparece otro barco todavía más formidable. Este es un juego de poderes y arrogancias que se repite como las mareas. Nuestra pomada valenciana ocupa un buen lugar, gracias en parte a nuestros empresarios de cifras abultadas y en parte también a nuestra aristocracia. No andamos escasos de ringorrango pero, en verdad, las cosas como son, si comparamos nuestra pomada con la de Madrid, salimos perdiendo. Aunque si comparamos la de Madrid con la de Londres, pierde Madrid, y podríamos seguir así.
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Les enchufo esta farragosa explicación porque hoy nos detenemos en una persona relevante de nuestra pomada valenciana que acaso también sea de las pocas en militar entre la flor y nata del ungüento, y de qué manera, madrileño. Me refiero a Amparo Corell, la viuda de Federico Trenor, el cuarto barón de Alaquàs. Ruego su atención porque esta dama principal se codeó y se codea allá en los madriles con lo más rutilante de la capital, o sea los March, los Fierro y tal y tal... Los verdaderos pata negra, en definitiva. Si este detalle no les impresiona quizá abran los ojos porque nuestra paisana es la madrina de una de las criaturas de Luis Alfonso de Borbón, duque de Anjou, ese hombre discreto perseguido por las sombras de varios dramas, que encontró en la baronesa y en su difunto esposo el cariño que acaso en su entorno le racanearon los accidentes mortales y ciertos desparrames familiares ligados al egoísmo.
Llegados a este punto, conviene recordar la figura de Federico Trenor, uno de nuestros cráneos más privilegiados, una de nuestras mejores inteligencias. Su historia es admirable a la par que curiosa. Opositó a abogado del Estado y lo consiguió. Escogió Teruel de destino porque en esa plaza podía disponer de tiempo suficiente para preparar otra oposición, la más dura en el mundillo de los opositores, o sea la de letrado en Cortes. Una vez asegurado el sueldo con su abogacía del Estado, empolló de nuevo y... logró convertirse en letrado en Cortes. Impresionante. Sideral. Cósmico. Menudos eggs.
Su magnífica labor, su visión de Estado, se certifica porque vio claro que lo de enviar a las autonomías la materia educativa representaba una derrota y un disparate. Así se lo dijo al ministro de turno y, según mis fuentes, incluso le sugirió que si el Estado perdía su competencia educativa en favor de las autonomías sería por encima de su cadáver. El barón adivinó el galimatías que nos inundaría y las futuras manipulaciones. Acertó. Tanto es así que, años más tarde, aquel ministro, ya en calidad de ex, se lo reconoció: «Tenías todas la razón, Federico». Sí, pero ya era tarde y el daño es irreparable. De esa pasta estaba hecho Federico Trenor. A su lado, Amparo ha conocido a embajadores, artistas, nobles, en fin, de todo. Por eso sería una pena que no dictase sus recuerdos, una suerte de memorias, a alguien de su círculo íntimo. Amparo Corell sabe mucho y se lo calla, pero por el bien de la Historia interesaría que aligerase sus alforjas para descubrir las bambalinas de ciertos asuntos.
Al fallecer el padre de Luis Alfonso de Borbón, Federico Trenor se convirtió en el albacea testamentario, tutor, mentor y protector del joven Luis Alfonso, y como el duque es persona agradecida, aún hoy come al menos una vez a la semana con la viuda del barón de Alaquàs como demostración de afecto y respeto. Pero, ahora, quizá el lector se pregunta eso de ¿y a qué rayos se puede dedicar la esposa de un prohombre tan potente? Pues naturalmente a la caridad. Y aquí nos deslizamos en el espinoso terreno de la gente que se dedica a las caridades variadas, pero en este campo cuentan los resultados y, al fin y al cabo, mejor que emprendan misiones destinadas hacia la ayuda al prójimo en vez de derrochar dineros en el bingo, digo yo. Amparo Corell fue pieza clave, angular, en el rastrillo del Nuevo Futuro y gracias a esa actividad muchos chavales superaron la tragedia de la miseria de unas familias desestructuradas o directamente trituradas, y eso es lo que vale pues si algunos se libraron de un futuro lóbrego no debemos menospreciar este éxito. Amparo Corell pasa mucho tiempo en Madrid y por eso imagino que es una especie de embajadora plenipotenciaria de nuestra pomada en la capital. Sería difícil encontrar a alguien con mejores contactos en el Madrid de la Primera División. Y una valenciana anda en aquel epicentro, en el cogollo. Un respeto, pues, para Amparo, la viuda del barón de Alaquàs, una de nuestras seseras más productivas y lúcidas.
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