
Valencia fue la ciudad de las tartanas por excelencia. Los siglos XVIII y XIX de Valencia no se entienden sin este vehículo que formaba parte de la vida de la mayor parte de las familias y nutría el servicio público de alquiler. Consistía en un carruaje de dos ruedas, con suspensión de ballestas, cubierto de un toldo de hule en arco de medio punto. Tirado por un solo caballo, no tenía pescante para el conductor, que solía ir en muy arriesgada posición en el arranque de una de las dos varas para el tiro del animal. En el interior, la tartana disponía de dos bancos, protegidos con almohadones. Todos los viajeros que pasaron por Valencia en el siglo XIX la mencionan como un carruaje específico de la ciudad: unos lamentan su incomodidad y otros bendicen su rapidez y eficacia.
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